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jueves 27 de julio de 2006

La fascinación argentina por Fidel

Una gran parte de la sociedad argentina continúa encandilada con el tirano cubano a pesar de las cada vez más evidentes violaciones a los Derechos Humanos que sufren los habitantes de la isla caribeña. Las razones para este deslumbramiento son difíciles de comprender.

Cada vez que Fidel Castro llega a la Argentina se produce un mismo fenómeno de adoración por parte de una porción importante de la sociedad. Enfundado en su traje de diseño de combatiente, el dictador habla gratis durante horas y continúa con su prédica de odio y de gracias enmascaradas. La semana pasada no tuvo mejor idea, por ejemplo, que terminar su discurso diciendo que “ésta es una batalla por las ideas”. ¿Lo dice en serio, Fidel? Porque, por lo que sabemos, a los que tienen la peregrina ocurrencia de expresar una idea que no coincida con la suya, usted los mata. ¿O se referirá a las ideas que como tales quedan para siempre encerradas en el pensamiento pero que, por temor, jamás ven la luz?

¿Podría algún intelectual argentino hablar libremente en Cuba desde una tribuna abierta? Sin ir más lejos, el presidente Kirchner o su esposa Cristina, ¿podrían dirigirse al pueblo de La Habana sin censura previa?

Los argentinos que con sus teléfonos celulares le sacaban fotos a Fidel el viernes pasado en Córdoba, ¿sabrán que el instrumento que les permitía inmortalizar ese momento es considerado un arma peligrosa en Cuba? (Como también lo son Internet, las máquinas de escribir, los libros o la correspondencia privada.)

¿De dónde deriva, entonces, esa sublimación del déspota? ¿De donde sale esta fascinación por un personaje que ha torturado, asesinado y, de paso, secuestrado el poder para sí mismo durante casi 50 años? ¿Qué extraño encandilamiento sienten algunos argentinos por el tirano que, sin ningún empacho, sostiene que el cerebro de sus ciudadanos le pertenece al Estado cubano, es decir, a él mismo?

Resulta francamente curioso este enigma. ¿Qué sentimientos alberga nuestro interior que nos hace capaces de rendirle pleitesía a quien pisotea los valores que decimos defender desde la Argentina?

Las opciones de análisis se achican. Si observamos la historia humana, veremos la constante repetición de un estado de fricción entre el poder y la libertad, entre el deseo de concentración de poder de aquellos que lo detentan y el intento por limitarlos de aquellos que quieren preservar para si un círculo amplio de libertades individuales.

Los años le han dado diferentes nombres a esa fricción. Cruzadas, Guerra de Treinta Años, Guerra de Cien años, Guerras Napoleónicas, Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, todas han sido apodos de la misma lucha: el afán de más poder contra el afán de más libertad.

Si esta es la historia del mundo, no caben demasiadas dudas de cuál es el bando que abraza Fidel Castro. La pregunta, entonces, es por qué, en el partido poder vs libertad, nos ponemos del lado del poder. ¿Por qué los argentinos, que cuando deciden emigrar hacen colas interminables en las embajadas de Estados Unidos, España, Australia o Italia, se ponen del lado de quien aborrece esos sistemas de vida y hace todo para destruirlos?

La conclusión de este análisis no es agradable. Porque, de ser cierta, no habla bien de nosotros.

La libertad no es fácil. Y no lo es ya que, siendo ella igualitaria desde la ley, otorga a las personas la posibilidad de expresar exteriormente las diferencias con las que todos hemos llegado a este mundo. (Sí, sí, les confirmamos a los iluminados de la Tierra que las personas nacen con capacidades distintas.)

Lo que sí da garantías de absoluta igualdad es el sojuzgamiento. El yugo totalitario es igual para todos. Corta las cabezas del capaz y del incapaz, del inteligente y del burro, del esforzado y del vago, a la misma altura, sin diferencias odiosas.

La triste conclusión al enigma sobre la fascinación argentina por Fidel es que una parte importante de la sociedad estaría dispuesta a soportar a un tirano con tal de que nos corte la cabeza a todos por igual. Es tanto lo que no podemos soportar que Juan o Pedro progresen más rápido que nosotros que entregaríamos nuestra libertad, nuestros derechos y nuestras garantías con tal de que un mandamás de cuarta nos iguale en la desgracia. Entregaríamos nuestra cabeza con tal de que también rueden las de Pedro y Juan.

Es francamente triste el solo hecho de sospechar esta motivación. Caer en la cuenta de que la sociedad argentina ha acumulado tanta envidia, tanto rencor y resentimiento que está dispuesta a ponerse del lado de un déspota con tal de que ese poder absoluto iguale los tantos que la Naturaleza diferenció, es penoso y francamente desalentador.

Más allá de que la fortuna nos preserve de caer efectivamente en las garras de un dictador como el cubano, la existencia subyacente de esos disvalores no nos conducirá a un puerto pacífico, de concordia y progreso civilizado.

¿¡Qué nos ha pasado!? ¿Qué malevolencia ha invadido el espíritu argentino? ¿De dónde han nacido en las entrañas de la sociedad estas inclinaciones al odio?

Cada uno de nosotros debería hacerse estas preguntas. Para encontrar un futuro de armonía y articulación social positiva que mejore nuestra condición debemos empezar por un cuestionamiento individual acerca de qué tipo de comunidad queremos: si una que base su progreso en la búsqueda de la felicidad individual tal como cada uno la decida y como cada uno pueda coadyuvar a lograrla, u otra en que nuestra suerte personal esté en manos de un poderoso que decida hacer de nosotros una masa indiferenciada que nos garantice nuestros utópicos deseos de igualdad. © www.economiaparatodos.com.ar




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