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jueves 21 de mayo de 2009

La ignorancia al poder

A diario, los gobernantes nos demuestran que no están aunados por el amor a la democracia ni por la compasión con los más necesitados, sino indisolublemente unidos por el desconocimiento de cómo resolver los problemas de la Argentina.

En la primavera de 1968, se produjo en París una violenta insurrección contra el gobierno central, conocida como el “mayo francés”. Grupos de choque estudiantiles se lanzaron a las calles rompiendo todo lo que encontraban a su paso. Exigían mayor presupuesto educativo, eliminación de toda forma de autoridad y libertad para acceder a los dormitorios femeninos en las universidades. Dirigidos por el agitador alemán Daniel Cohn-Bendit y apoyados por el filósofo Jean-Paul Sartre –exponente del existencialismo marxista– plantaron banderas rojas en los bulevares y en las plazas colgaron enormes pósteres con los rostros de Marx, Trotsky, Fidel Castro y el “Che” Guevara.

Durante varias semanas armaron piquetes, levantaron barricadas, quemaron automóviles, saquearon comercios, incendiaron la Bolsa, arrasaron ministerios y produjeron tal cantidad de destrozos que las calles de Paris parecían haber salido de una guerra. Simultáneamente los sindicatos de izquierda declararon la huelga revolucionaria paralizando totalmente al país. La población estaba aterrorizada por tanta violencia y anarquía. El aquelarre duró hasta que el General De Gaulle decidió reprimir a los subversivos, disolvió la Asamblea Nacional, convocó a nuevas elecciones y con el 60 % de los votos impuso la ley y el orden. A principios de junio de 1968 el movimiento revolucionario se agotó en sí mismo.

Este episodio histórico marcó profundamente a los agitadores del mundo entero, entre los cuales se contaban aquellos que actuaron en nuestro país unos años más tarde. Pero lo interesante fueron los graffitis que embadurnaron las paredes de los más bellos y emblemáticos edificios públicos y privados de París. De ellos, destacamos tres: “Le desordre c’est moi” (“El caos soy yo”), “Interdit d’interdire” (“Prohibido prohibir”) y “L’imagination au pouvoir” (“La imaginación al poder”).

El primer graffiti parece haber inspirado las novedosas arengas del cónyuge y primer candidato testimonial por la provincia de Buenos Aires, quien amenaza con volver al corralito bancario, la emisión de patacones y una extraña explosión si es que no gana su banca de diputado. El segundo graffiti tiene una estrecha relación con el reclamo que los productores agrícolas debieran plantear al director de la AFIP, al secretario de Comercio y al presidente de la ONCCA, quienes no dejan pasar ninguna oportunidad para complicar lo que es simple y hacer difícil lo que es fácil. El tercer graffiti podría ser aplicado con toda precisión a los candidatos que pretenden utilizar la política como instrumento para crear poder personal, y de paso acumular fortuna. Pero en este último caso, y dadas las reiteradas experiencias que soportamos, el graffiti debiera ser levemente modificado, reemplazando la palabra “imaginación” por el término “ignorancia” y quedaría redactado así: “L’ignorance au pouvoir” (“La ignorancia al poder”).

Sin ningún esfuerzo intelectual podríamos llegar a esta conclusión al observar con cuidado cómo actuaron los que formaban parte de la gestión de Néstor. El mismo resultado alcanzaríamos al analizar cómo se comporta el elenco de aquellos que integran el gobierno de Cristina. Idéntica comprobación lograríamos al ver la absoluta falta de originalidad y la ausencia de ideas prácticas que adolecen todos los que se pelean para obtener un puesto legislativo en las elecciones del 28 de junio. Ninguno de estos personajes ha expuesto algún proyecto original de factible ejecución.

A diario nos demuestran que no están aunados por el amor a la democracia ni por la compasión con los más necesitados, sino indisolublemente unidos por la ignorancia de cómo se toman medidas eficaces para resolver problemas.

Nunca podríamos comprender por qué Argentina está como está, si no nos damos cuenta de este espantoso déficit de capacidad intelectual.

Porque la fuerza de las ambiciones por alcanzar el poder es inversamente proporcional a la pasión por el bien común y al cuadrado del conocimiento de cómo deben hacerse las cosas una vez alcanzado el poder. Algo así como la reedición de la ley de gravitación universal de Isaac Newton, pero aplicada a la política.

Al cambiar la palabra “imaginación” por el más apropiado término “ignorancia” habremos encontrado la clave científica del universo político para descifrar nuestras desgracias, aflicciones y desfachateces.

La ignorancia de nuestros gobernantes

Varios son los principios que debieran regir la política económica y social pero que invariablemente ignoran nuestros gobernantes, por lo cual siempre resultan ser unos fracasados irrecuperables. Como en la mecánica clásica, esos principios son pocos, aunque esenciales.

1º. El principio de compatibilidad entre fines económicos y sociales. La compatibilidad de fines es aquella cualidad que permite alcanzar simultáneamente los objetivos económicos sin anular ni destruir los objetivos sociales. Lo cual indica que si quiere lograrse la meta del pleno empleo, entonces es contradictorio legislar poniendo trabas y obstáculos administrativos para demandar puestos de trabajo, encarecer el costo de las cargas sociales, impedir la libre contratación de los salarios, destruir el principio de la autoridad en las empresas, prohibir el despido en términos razonables y abrir las puertas para que todas las diferencias se resuelvan en juicios laborales arbitrarios y amañados.

2º. El principio de adecuación de los medios. Este principio permite favorecer y acomodar aquellos medios que son idóneos para obtener los fines propuestos. Cuando se pretende sinceramente fomentar el desarrollo de los pueblos del interior, asegurando el arraigo de sus poblaciones, pero al mismo tiempo se les despoja del precio pleno que pudieran conseguir con sus producciones regionales -ya sea por la vía impositiva o de retenciones a la exportación- entonces se consigue precisamente lo contrario de lo que se anuncia, destruyendo expectativas y esperanzas.

3º. El principio de ahorro de los recursos. En la base de toda decisión racional se encuentra el cálculo económico elemental, que consiste en conseguir el máximo resultado posible con el mínimo costo. De este modo el proceso puede ser sustentable en el tiempo y en el espacio. Cuando se pretende tener una aerolínea de bandera y se malgastan recursos para sobornar a la dirigencia sindical, sostener dotaciones excesivas en relación con el número de aviones y financiar groseros abusos de viajes o franquicias impúdicas, el dinero público se derrocha a troche y moche. Lo único que se consigue es el deterioro progresivo de la aerolínea y la debacle definitiva de un medio de transporte útil y necesario.

4º. El principio de asimetría entre efectos primarios y secundarios. Es sumamente importante, quizás el más relevante de todos los que condicionan la política económica y social. Desgraciadamente es desconocido en su totalidad. Consiste en saber reconocer en forma inteligente, que las medidas económicas tienen dos clases de efectos: a) los efectos primarios o de impacto, que directamente tienden a corregir o estimular una situación determinada. b) los efectos secundarios o inducidos, que inevitablemente se producen al cabo de cierto tiempo y que neutralizan o destrozan los efectos iniciales. Los efectos-impactos son efímeros, duran muy poco. Los efectos-inducidos son duraderos y se prolongan largo tiempo. Generalmente los efectos-inducidos son más importantes y persistentes que los de impactos, porque terminan empeorando la situación que se quería corregir.
Este principio de asimetría se produce de manera inevitable cuando la ignorancia de los gobernantes los lleva a aplicar altos impuestos para redistribuir la renta, pensando que el Estado está en condiciones de sacar a los más ricos para repartir entre los más pobres. Pero no se dan cuenta que esos tributos encarecen el costo de producción y que son trasladados al precio del producto terminado, con lo cual terminan expoliando en mayor medida el modesto ingreso que las personas que se pretendía auxiliar. Cualquier intento de una segunda redistribución de la renta por medio de subsidios posteriores, inevitablemente fracasa porque la sangría que provocan los impuestos sobre el presupuesto de los pobres es mayor que el monto del subsidio que reciban.
Lo mismo sucede en el caso de que el gobierno disponga emitir dinero para aumentar el gasto público pensando en ayudar a los pobres y repartir sin ton ni son, artefactos del hogar, alimentos, material descartable o bonos sociales. Esa emisión espuria provoca un aumento generalizado y sostenido de precios antes de recibir la dádiva oficial, con lo cual se deteriora aún más la situación de aquellos que se quería socorrer.

5º. El principio de simplicidad e inmediatez de los trámites. Consiste en comprender que las elucubraciones ideológicas poco claras y complicadas, son difíciles de traducir en trámites administrativos simples e inmediatos. Pero esa simplicidad e inmediatez es precisamente la condición ineludible para que las personas necesitadas puedan conseguir alivio a sus problemas. Las propuestas de restaurar la rentabilidad de los tambos lecheros, destruida al negarles el precio pleno de la leche y al prohibirles la libre exportación de los productos lácteos, no puede lograrse jamás con dilatados y complejos trámites de subsidios y reintegros. Los funcionarios que, de este modo, pretendan reconstituir lo que sus políticas destruyeron, terminan cediendo a las tentaciones de corrupción. Los subsidios y reintegros no sirven más que para enriquecer a los parásitos a costa de los que trabajan honradamente.
Nunca los trámites burocráticos pueden reemplazar la celeridad y transparencias de las operaciones de un mercado libre, sin posiciones monopólicas dominantes.

6º. El principio de racionalidad en la política económica y social. Es una síntesis de los anteriores y puede definirse así: entre los diferentes medios alternativos para solucionar un problema, deben elegirse aquellos de mayor eficacia, que sean más fáciles y menos costosos, y cuyos efectos directos e indirectos originen la menor perturbación social y económica posible.

Los candidatos que aspiren a obtener el voto de los ciudadanos en las próximas elecciones, tienen que terminar con el autismo insolidario de pensar sólo en sus candidaturas o en denigrar adversarios. Seguramente podrán solucionar su propio problema ocupacional, que no han conseguido resolver con sus habilidades manuales o intelectuales. Pero deberán afrontar en sus conciencias y en el repudio popular el reproche de su ineptitud y avaricia.

Algún día, no sabemos cuándo ni cómo, inevitablemente los que aspiren a cargos políticos tendrán que pensar en el bien común y no en construir poder personal. Deberán hacerlo en términos de propuestas y planes de medidas, coherentes e interdependientes, para alcanzar distintos fines sin estorbarse unos a otros y economizando recursos.

Este es un mensaje que debieran tener presente todos aquellos que intentan combatir al capital, porque si siguen repicando la ridiculez de la marchita partidaria, los capitales que todos necesitamos huirán a otros lugares para ponerse a cubierto de manos codiciosas e ignorantes que desean apropiarse de toda renta excedente proclamando la retórica hueca y estéril de ayudar a los pobres.

Hay un pueblo que reflexiona y que se resiste a convertirse en una masa ululante como las turbas patoteras. Ese pueblo reflexivo es el que sostiene al país con su trabajo cotidiano. Pero no queda mucho tiempo por delante; la paciencia de los justos también tiene un límite. Es hora de que los políticos reflexionen. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio I. Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad.

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