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jueves 30 de noviembre de 2006

La improvisación como forma de gobierno

La Argentina está gobernada por la política del parche: arreglos improvisados para zafar de distintos problemas concretos en los que la visión de largo plazo está completamente ausente y que genera nuevos problemas que, inevitablemente, se arreglan con nuevas soluciones precarias.

Roberto Cachanosky ha señalado magistralmente el absurdo económico a que está llegando el gobierno al prohibir la exportación de aquellos productos –como petróleo, trigo, maíz, lácteos y carnes– que el mercado mundial está demandando en cantidades insaciables y de los cuales nuestro país posee las mejores y más exclusivas ventajas comparativas que la Providencia haya brindado a los seres humanos.

Ese extravío mental sólo es posible porque todo, absolutamente todo, está subordinado a un fetiche: la permanencia ilimitada en el poder mediante la adulación de los antojos populares.

Pero este sorprendente error se reitera de la misma manera en otros aspectos de la vida económica cotidiana:
1°. Cuando ordenan al Banco Central que mantenga alto el precio del dólar a pesar de que la divisa debería caer porque está entrando a raudales en el país, incrementando su oferta.
2°. Cuando aprueban depredadoras leyes laborales, que incitan a postergar la contratación franca y leal de trabajadores en blanco para no incurrir en pasivos contingentes, imposibles de afrontar porque estimulan juicios laborales extorsivos.
3°. Cuando redoblan furibundos ataques a los inversores que han decidido construir excelentes edificios en las grandes ciudades del país –con ahorros conservados en dólares– amenazándoles con investigar el origen de los fondos, obligándoles a depositar el dinero en bancos para cobrar el impuesto al cheque y exigiéndoles a las compañías inmobiliarias la delación de estas operaciones si las expensas superan los u$s 128 mensuales.
4°. Cuando otorgan privilegios tributarios a los gremios adictos al pensamiento oficial, arreglando el reclamo de los obreros patagónicos mediante el tapujo de negociar con las empresas petroleras para que se hagan cargo de las retenciones del impuesto a las ganancias y prometiéndoles que, por resolución secreta, se les permitirá compensar esos importes con los impuestos sobre las exportaciones de combustibles.

La política económica da la impresión de estar compuesta por parches que se superponen unos a otros en forma creciente. El parche es un arreglo improvisado para zafar de un problema concreto, aunque por poco tiempo. Se lo puede asimilar al tapujo, puesto que es un modo de hacer las cosas con disimulo y engaños para que los demás no se den cuenta de que están haciendo mal. Cada parche, inexorablemente, requiere la aplicación de nuevos parches y el conjunto tiene un efecto acumulativo que termina por constituir un modus operando del que es difícil salir exitosamente.

La acumulación de parches engendra el caos

La política económica de los parches es el resultado de una visión aparentemente práctica, que se aplica a las cuestiones del día a día. Consiste en atender los reclamos demostrando, por parte del gobierno, sensibilidad para corregir situaciones que muchas veces son consecuencias de desafortunadas decisiones anteriores. Pero se adoptan para salvar el prestigio, para desviar la atención sobre la propia responsabilidad o para sugerir que otros fueron los responsables de la torpeza. Siempre se trata de una actitud no racional, con fuerte contenido demagógico en el sentido de que pretende complacer las veleidosas opiniones populares recogidas a través de encuestas.

Ya hemos analizado la falacia científica que implican las encuestas de opinión porque su representatividad es aleatoria. Los encuestadores están interesados en halagar a quienes pagan sus encuestas y usan un método estadístico diseñado para ser aplicado sobre cosas inanimadas, homogéneas, que difieren entre si según una cualidad física que ellos no pueden modificar como sí es posible con el color de un conjunto de bolitas o las dimensiones milimétricas de tornillos de precisión pero, nunca de ninguna manera, para determinar cómo opinan personas distintas que pueden estar interesadas en ocultar su pensamiento o dispuestas a cambiarlo con facilidad.

La política económica del parche degenera en la improvisación como forma de gobierno y provoca su autodestrucción por efecto acumulativo, porque crea un escenario caótico, incomprensible para los operadores económicos que no saben con qué martes trece puede salir el gobierno en un momento inesperado.

La incertidumbre aumenta el riesgo y ambos producen circunstancias donde nada es previsible y el desempeño más racional consiste en aprovecharlas tan pronto como se presenten, desistiendo de cualquier horizonte de largo plazo.

Incertidumbre, arbitrariedad y arribismo, eso es exactamente lo que quiere decirse cuando se plantean cuestiones sobre la inseguridad jurídica.

La interdependencia de los órdenes

Hay dos formas de esparcir o derramar agua en un viñedo o en una huerta para que las vides o las verduras no se sequen y puedan crecer con vigor. Una consiste en trasladar trabajosamente pequeños cubos de agua para regar el hoyo de cada planta cuando amenaza sequía. La otra opción consiste en organizar un sistema de regadío, con sus acequias y canales dejando que el agua fluya libremente desde la fuente para que llegue a todas partes sin interferir su acción humectante.

En el campo económico, este segundo método se consigue cuando el gobierno reconoce algo: la “interdependencia de los órdenes”, que la acción por parches no alcanza a percibir.

El orden de la economía es el resultado de todas las formas en las cuales tiene lugar la dirección del proceso económico: ahorro-inversión-producción-comercialización y consumo.

Ese orden económico, está estrechamente relacionado con cuatro diversos órdenes: el laboral, el jurídico, el impositivo y el presupuestario. La historia universal nos enseña que estos cuatro órdenes constituyen un cuadrado mágico y ejercen una influencia irresistible sobre el orden económico.

No puede establecerse una economía autónoma e independiente de esos otros órdenes porque todos están relacionados y tienen una influencia recíproca. La “interdependencia de los órdenes” se traduce en las armonías o las contradicciones de las medidas de gobierno.

El orden económico recoge esas coherencias o incoherencias y termina conformando un modelo estable o altamente frágil y explosivo.

De manera tal, que nunca debiera impulsarse una legislación y una política laboral que conceda demagógicamente todas las exigencias reclamadas por el sindicalismo adicto al gobierno, porque el orden económico se deteriora.

Al mismo tiempo, tampoco tendría que auspiciarse una legislación y política judicial permisivas para conquistar la adhesión intelectual de los abolicionistas del derecho penal, porque esa desprotección de la sociedad frente a los delincuentes ataca directamente el corazón del orden económico.

Del mismo modo, no habría que establecer una legislación y una política presupuestaria que favorezcan la arbitrariedad, la concentración de poderes y la posibilidad de gastar más de la cuenta porque esa falta de límites fiscales destruye la médula del orden económico.

Lo propio ocurre exactamente con la legislación y la política impositiva cuando se tornan expoliadoras o inequitativas.

Cuando en estos órdenes el gobierno trata de conformar a tirios y troyanos, promoviendo principios incoherentes entre sí, el orden económico termina convertido en un mamarracho que estalla cuando las presiones encontradas y los intereses opuestos chocan al alcanzar cierto nivel de reclamos y exigencias.

Sólo la coherencia de criterios y de principios en cada uno de estos órdenes y una relación armoniosa entre sus funciones hacen posible que el proceso económico pueda discurrir libremente, como el agua de riego por las acequias, logrando efectos favorables a partir de un punto.

Pero si el gobierno sigue sin tener en cuenta el efecto multiplicador de la coherencia y actúa mediante parches o tapujos, más tarde o más temprano ocasionará una verdadera explosión con medidas en apariencia inocuas, sin que nadie pueda advertir quién la ha desencadenado.

Hoy estamos ne,cesitando urgentemente una política económica insertada en un marco donde todas las medidas laborales, jurídicas, presupuestarias e impositivas se orienten hacia una decisión global para dominar el problema económico del país, coordinando en forma equilibrada los cinco objetivos más importantes de la vida económica:
a. empleo digno para los desocupados,
b. estabilidad de precios a través del mercado,
c. disciplina monetaria con libertad de cambios,
d. inversión productiva,
e. equilibrio de la balanza de pagos.

El precio que pagaremos por la improvisación es demasiado alto como para correr el riesgo de seguir transitando el camino de los parches y tapujos. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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