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jueves 4 de octubre de 2007

La inflación negada

Mientras el Gobierno continúe desconociendo los hechos de la realidad, será imposible que desarrolle políticas y medidas para solucionar los problemas concretos de la Argentina: es que, simplemente, no se puede arreglar lo que se cree está perfecto.

Las declaraciones del Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, en el sentido de que “no existe la inflación en la Argentina” son sumamente interesantes porque permiten situar el problema en el campo correcto. La inflación –la inseguridad es un ejemplo análogo- no es un problema de política económica sino de actitud mental frente a la realidad. Para Fernández no hay inflación porque su mente la niega. Se trata de una conducta infantil, primitiva, irracional. Es lógico, entonces, que el gobierno no acierte a desarrollar una política antiinflacionaria eficaz porque parte de un supuesto falso, que es, sencillamente, desconocer el hecho. Es imposible que una política económica sea eficaz en tanto su punto de partida sea negar lo que efectivamente ocurre. Una vez aceptado que hay inflación, cabe debatir, técnicamente, cuál es la política apropiada para enfrentarla. Pero si se empieza por negar que la hay –lo cual, en términos racionales, no admite duda porque los hechos la ponen inequívocamente en evidencia- no hay debate posible. ¿Cómo analizar el fenómeno de la inflación con alguien que niega un hecho tan fuera de cualquier discusión?

Esta actitud frente a la inflación explica muchos rasgos del kirchnerismo como corriente política, en particular, la conducta ante los periodistas, ante los opositores y, en general, frente a cualquiera que plantee una discrepancia. El kirchnerismo no puede soportar una disidencia porque está inmerso en una concepción intelectual que no admite la confrontación con la realidad, está sumergido en una burbuja de cristal, crea una realidad ficticia donde todo aquello que no concuerda con sus deseos y sus fantasías carece de significación y, por lo tanto, es rechazado, descalificado, desestimado.

Sucede, sin embargo, que, aunque el kirchnerismo lo niegue, “el sol siempre está”. Kichner, los Fernández, Moreno, etc. pueden decir que no hay inflación pero los precios de las góndolas de los supermercados son más elocuentes que sus palabras. Este es el punto de quiebre entre las fantasías kirchneristas y los hechos verificables. Pero esta contradicción entre los hechos y la visión que el gobierno tiene de la realidad es un problema mucho más grave que la inflación en sí misma. Porque si hubiese un consenso en cuanto a que los hechos demuestran que hay inflación –como efectivamente la hay aunque Fernández diga lo contrario- podría abrirse un debate acerca de cuál es la causa del problema y, por lo tanto, qué política aplicar para resolverlo. Pero si lo que hay que discutir es si sucede lo que los precios de las góndolas ponen irrefutablemente en evidencia, no podemos siquiera abrir un debate acerca de cómo combatir la inflación porque, previamente, deberíamos ponernos de acuerdo acerca de si hay o no inflación. Cuando Fernández dice “no hay inflación” está diciendo “no me importa lo que suceda de hecho porque yo construyo mi propio mundo de fantasía y actúo conforme a eso”. Ahora bien, así actúan los locos. Cuando alguien dice “yo soy Napoleón”, está negando la realidad, está creando dentro de sí una realidad que le es subjetivamente válida pero que no concuerda con las circunstancias objetivas.

Es sumamente grave lo que está ocurriendo porque significa que el país está en manos de gente cuya mentalidad consiste no en atenerse a los hechos y actuar conforme a ellos sino, simplemente, en negarlos. Si un individuo conduce un auto a 200 km por hora porque piensa que no puede tener un accidente, está negando la realidad y así es como probablemente le suceda aquello que él suponía que no puede ocurrir. Con el actual gobierno ocurre lo mismo. El kirchnerismo cree que no le puede suceder que la situación monetaria se descontrole y por eso le niega entidad al problema. Esa es la mejor forma de que todo esto termine mal, con una crisis, con un descontrol generalizado, del cual el pueblo en su conjunto pagará las consecuencias pero también el propio gobierno sufrirá el costo político.

¿Cabe esperar que el kirchnerismo cambie de actitud? Es inimaginable al menos mientras no cambie el actual elenco de operadores gubernamentales. Alberto Fernández, Aníbal Fernández, etc no tienen credibilidad. Han faltado demasiado a la verdad como para que si ahora dicen lo que efectivamente sucede haya margen para creerles. El punto de partida de un sinceramiento pasaría por deshacerse de los agentes de la fantasía. Hace algunas semanas planteábamos, en este mismo espacio, la perspectiva de que la designación de Cristina Kirchner como sucesora de su marido –aunque en los hechos sea Néstor Kirchner quien retenga el poder real- podría ser indicativo de un cambio de rumbo. Esperemos que esta conjetura se concrete porque, de lo contrario, el futuro que nos espera, colectivamente, es muy oscuro.

El punto de partida de cualquier cambio de rumbo debe ser, inexorablemente, el de reconocer los hechos tal cual son. De allí en más, se podrá debatir qué es lo que corresponde hacer para resolver los distintos problemas, como la inflación y otros similares. Frente a un problema dado, cabe tener visiones distintas respecto de cómo resolverlo. Pero lo que no se puede es negar el problema, desconocer los hechos, tergiversar la realidad y pretender sostener como reales hechos que sólo existen en la fantasía de alguien. Este problema se agrava infinitamente cuando ese alguien ocupa un cargo de responsabilidad en el gobierno y tiene en sus manos decisiones que afectan el bienestar de millones de personas. Las más grandes tragedias de la historia se han producido cuando los gobiernos han estado en manos de personajes así. ¿Habrá razones para creer que no llegaremos hasta la crisis que se avecina si no se modifica el camino que estamos transitando? © www.economiaparatodos.com.ar

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