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jueves 20 de marzo de 2008

La necesidad tiene cara de hereje

Los últimos actos del evangelista Luis Palau en el Obelisco son, además de una anécdota, un ejemplo de los problemas que plantea el desarrollo del proyecto político liderado por Mauricio Macri.

La autorización concedida al predicador Luis Palau por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para que desarrolle sus actos en el obelisco, provocando una gran perturbación en el de por sí caótico desenvolvimiento de la ciudad, es, en sí misma, una mera anécdota pero, en una mirada más amplia, es un ejemplo de los problemas que plantea el desarrollo del proyecto político liderado por Mauricio Macri.

Es legítimo conjeturar que, en su fuero personal, Macri probablemente no haya estado mayormente de acuerdo con la idea de autorizar los actos de Palau, un predicador no demasiado serio ni creíble pero con un enorme arraigo popular, a favor de la simplicidad de sus argumentos (recuerda al “Consejero”, de la novela “La Guerra del Fin del Mundo”, de Mario Vargas Llosa) y de una pérdida de consenso de la Iglesia Católica, cuestión, esta última, que no es del caso analizar. La autorización concedida a los actos de Palau es una inconsecuencia con la orientación general de la política de Macri, dirigida, principalmente, hacia el restablecimiento del orden lógico y natural del sistema social. Por eso cabe conjeturar que el Jefe de Gobierno probablemente no haya estado mayormente de acuerdo con la idea de otorgar esa autorización.

Algunas versiones afirman que Palau contribuyó económicamente a la campaña de Macri, quien, por ese motivo, habría asumido el compromiso de conceder esa autorización. Estas versiones son incomprobables pero, más allá de que sean verdaderas o falsas, el tema admite un análisis en una clave estrictamente política.

Macri no tenía opción. Si se negaba a conceder la autorización, hubiese quedado expuesto al cuestionamiento de que es “elitista” (o algún adjetivo parecido) y no se hace eco de un requerimiento que representaba una expectativa de sectores populares, pobres, marginados pero numerosísimos de la sociedad argentina. El perjuicio que la realización de los actos provocó (una congestión de tránsito mayor de la que de por sí es habitual) es, en definitiva, superficial. No se trata de un mal gravísimo ni irreparable. Se trata, sí, de una incomodidad en la que nadie quiere quedar envuelto pero no más que eso.

A cambio de provocar esa incomodidad, Macri tuvo un gesto que demuestra sensibilidad con los requerimientos de sectores de la sociedad que se manejan en base a valores muy diferentes que los de quienes podemos sentirnos incomodados porque se produjo un congestionamiento de tránsito… Esta política le da a Macri el margen de maniobra necesario para ganar consenso, a fin de crecer políticamente y tener la posibilidad de enfrentar al gobierno kirchnerista y corregir los desaguisados verdaderamente graves que está cometiendo. Si para corregir las distorsiones impositivas, monetarias, jurídicas, de seguridad, educativas, etc. del kirchnerismo, es necesario soportar un embotellamiento del tránsito, es un precio que vale la pena…

Por supuesto que a nadie le gustan los congestionamientos provocados por los actos de un personaje como Palau. Pero los seguidores de Palau forman parte de la realidad de nuestro país y sus votos pesan cuando hay elecciones. Si un político no los tiene en cuenta, se dificulta a sí mismo la obtención de los apoyos electorales necesarios para ganar elecciones y, desde el gobierno, corregir los desatinos provocados por gobiernos como el de Kirchner.

La autorización concedida a Palau por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es, en definitiva, sensata en términos estratégicos aunque sea errónea en sí misma. Es probable que, si accede al gobierno una corriente que aplica políticas distintas a las del gobierno kirchnerista, los personajes como Palau se queden sin base de sustentación porque quienes lo siguen a Palau y a otros predicadores similares se aferran a ellos porque les ofrecen, aunque sea ilusoriamente, una esperanza.

Los predicadores como Palau tienen éxito porque venden un producto que escasea en el mercado: esperanza, la ilusión de un destino mejor para la vida de millones de personas que, en su ignorancia, continúan votando por gobiernos que, demagógicamente, les ofrecen la posibilidad de una supervivencia precaria y los mantienen prisioneros de esas dádivas por medio del clientelismo. Como la esperanza de un futuro mejor forma parte de las necesidades humanas, quienes no encuentran la posibilidad de realizar por sí mismos ese futuro mejor porque el sistema en el que están inmersos no se los permite, reemplazan esa incertidumbre por las arengas de estos predicadores.

Esto, la credulidad ampliamente extendida, forma parte de la realidad argentina aunque quienes nos manejamos en base a datos más pragmáticos observemos con desdén este tipo de fenómenos. La actitud tradicional de los políticos de centro-derecha siempre ha sido la de criticar estas conductas que tienen reminiscencias fetichistas. Por eso siempre han sido impopulares, eternos perdedores de elecciones frente a los populistas como Kirchner. Macri parece ser más realista y se da cuenta de que no se puede erradicar este tipo de conductas y, en definitiva, que eso tampoco corresponde porque cada uno es dueño de seguir a los profetas que desee. Habrá que ver hasta donde llega este tipo de actitudes concesivas de parte de Macri. Si las mantiene dentro de límites moderados, será un acierto político. Si exagera, la situación se le habrá ido de las manos. El interrogante queda planteado. © www.economiaparatodos.com.ar

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