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jueves 1 de marzo de 2007

La obnubilación de los índices

La encarnizada lucha del Gobierno contra el INDEC demuestra la ceguera e ignorancia de los funcionarios del Ejecutivo, quienes pretenden que los indicadores económicos muestren lo que ellos quieren y no lo que la realidad indica.

Los índices de precios han alterado hasta tal punto la compostura del Gobierno, que éste ha desatado una inexplicable y despiadada lucha contra el organismo técnico encargado de calcularlos.

En sí mismo, este encarnizamiento es una demostración fehaciente de la completa ignorancia respecto a un tema tan delicado como el de las estadísticas económicas.

No hay manera más precisa de definir lo que está ocurriendo que calificarlo de obnubilación, porque lo que demuestra a diario la actitud del Gobierno –que pretende controlar y ocultar la inflación que ellos mismos provocan con la emisión descontrolada de dinero para mantener artificialmente alto el dólar– es una ofuscación de su conciencia política.

Y esa ofuscación se traduce en una lentitud del proceso intelectual que no les permite entender el tema de los índices de precios. Por eso podemos decir que el Gobierno está obnubilado con los índices, especialmente con el de precios al consumidor.

El Gobierno tiene la pretensión política de que el índice exprese lo que ellos quieren, no lo que en realidad mide, lo cual es una increíble demostración de incultura y necedad.

Cuando cualquier observador imparcial se pone a examinar los discursos formales del presidente y de su esposa, tanto en el país como en el extranjero, percibe de inmediato que nunca se dedican a brindar una interpretación oficial sobre la marcha de la economía, ni tampoco a explicar hacia dónde nos conduce ese misterioso “proyecto” al que todos sus voceros aluden constantemente. Sólo se limitan a repetir machaconamente cifras de índices económicos que utilizan como argumento del éxito de su gestión.

Están como encandilados y obsesionados con los índices. Corren, así, el serio riesgo de gobernar para ellos, no para cambiar y mejorar la realidad.

Entonces, cuando los índices no proporcionan los datos deseados, recurren a la peligrosa práctica de adulterar la metodología estadística que recoge estas circunstancias.

Así, por ejemplo, han dispuesto que la cuota adicional permitida a los colegios privados sea considerada como un “recupero” no computable dentro del costo de la educación privada. Lo mismo se hizo con el debatido aumento de la medicina prepaga: se estableció un mecanismo de copago que disfraza el mayor costo del cuidado de la salud. También se quiso modificar la inclusión de ciertos bienes y servicios que aumentaban más allá de lo establecido en las metas oficiales. Por último, se dispuso incluir en el cómputo mensual del índice sólo los precios sugeridos por la Secretaría de Comercio Interior, en lugar de los auténticos precios reales de mercado.

Estos burdos intentos de ocultar el sol con un cedazo demuestran la profunda ignorancia con que se encara el tema de los índices de precios al consumidor, puesto que las correcciones de los índices podrían haberse hecho técnicamente sin necesidad de este enfrentamiento encarnizado contra los técnicos del INDEC.

Veamos cómo hubiese podido hacerse.

Índice de Laspeyres

Para calcular el Índice de Precios al Consumidor (IPC), el INDEC utiliza una fórmula universalmente aceptada: el índice de Laspeyres.

Si se sumaran directamente los precios libres o controlados, el resultado sería completamente ilógico porque la suma estaría compuesta de bienes y servicios heterogéneos no comparables entre sí. Por esa razón, los índices de precios se confeccionan ponderando debidamente los precios antes de sumarlos. Esta ponderación se hace mediante un método diseñado por el estadístico alemán Etienne Laspeyres (1834-1913), cuya fórmula es ésta:

Σ (precios nuevos x cantidades viejas)
Σ (precios viejos x cantidades viejas)

En nuestro caso, el INDEC ha tomado como base los consumos de 1988 con correcciones en febrero de 1996. Es decir que, básicamente, mantiene las cantidades que se consumían cuatro años antes de la declaración de default por Rodríguez Saá, cinco años antes del corralito de Cavallo, seis años antes de la devaluación y pesificación asimétrica de Duhalde o del corralón de Remes Lenicov y ocho años antes de la quita que Kirchner aplicó a los títulos públicos cuando reestructuró la deuda.

Es cierto que en la fórmula de Laspeyres sólo varía el factor precio y que las ponderaciones de los consumos son constantes para permitir la comparación del índice de precios con un pasado lejano y con un futuro de largo plazo. Esta fórmula pierde de vista toda la variación ocurrida en los gustos, hábitos de consumo, distribución de la renta, innovaciones tecnológicas en la fabricación y diseño de nuevos productos.

Si el Gobierno hubiese querido reflejar estas modificaciones, en lugar de destruir el INDEC atacando a sus técnicos, hubiese podido disponer el cálculo de otro índice según un método alternativo que tuviese en cuenta las modificaciones que se producen constantemente.

Índice de Paasche

Tales cambios han sido tenidos en cuenta en el índice de Paasche. Este índice de precios se debe a otro estadístico alemán, Hermann Paasche (1851-1925), quien propuso esta nueva metodología:

Σ (precios nuevos x cantidades nuevas)
Σ (precios viejos x cantidades nuevas)

El índice de Paasche, sin embargo, refleja constantemente las variaciones en las cantidades consumidas como si estos cambios en los hábitos de consumo pudiesen retrotraerse hacia los años pasados, lo cual es evidentemente un criterio muy cuestionable.

Índice ideal de Fisher

El estadístico norteamericano Irving Fisher (1867-1947) diseñó otro método de cálculo para aprovechar las ventajas del índice de Laspeyres (comparabilidad con el pasado y el futuro) y las bondades del método de Paasche (actualización de los hábitos de consumo) mediante una ingeniosa fórmula: multiplicó los dos índices de Laspeyres y Paasche y al resultado le extrajo la raíz cuadrada, con lo cual obtuvo la media geométrica de ambos índices.

Como vemos, los funcionarios del Gobierno tenían disponible un verdadero arsenal para mostrar otros índices de precios al consumidor sin destruir el que tradicionalmente venía confeccionando el INDEC.

Variaciones estacionales

Pero, además, si hubiesen querido corregir los datos del índice por las variaciones que se producen estacionalmente, debido a consumos típicos del verano, del invierno o de primavera y otoño, el recurso a utilizar era el de presentar el tradicional índice de Laspeyres del INDEC y, paralelamente, publicar un índice desestacionalizado mediante el ajuste de sus datos por medio de una línea de regresión lineal empleando el método estadístico que se denomina de “mínimos cuadrados” o a través del ajuste de las fluctuaciones periódicas utilizando la curva matemática denominada “parábola potencial de segundo grado”.

De esta manera, las alteraciones circunstanciales en el precio de la lechuga o del tomate, los efectos acumulados de acontecimientos climáticos como inundaciones y sequías, las carestías por dificultades de producción, el aumento del precio de exportación de ciertos productos alimenticios o las alteraciones en el precio de la indumentaria de moda podrían haberse obviado técnicamente sin cometer las groserías provocadas por el desprestigio de una de las pocas instituciones técnicamente serias que poseía el Estado argentino.

Ahora, por ignorancia y por prepotencia política, hemos perdido la confianza en un instrumento tan preciso y delicado como es el de la medición del IPC. El cual requiere el relevamiento, durante todos los días hábiles, de precios de 1.625 productos diferentes en casi 8.000 comercios de Capital Federal y Gran Buenos Aires, lo cual configura una recopilación de más de 2,5 millones de datos todos los meses.

Todo esto se ha perdido. La ciencia estadística ha recibido un golpe muy duro. Los técnicos del INDEC han sido injustamente denostados. La confianza en el mantenimiento de una independencia profesional en el suministro de datos económicos serios y confiables ha quedado hecha añicos. Para no reeditar la consigna de “alpargatas si, libros no”, ¿cómo haremos para reconstruir lo que en poco tiempo se ha destruido? © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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