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jueves 12 de julio de 2007

La oposición frente a Cristina Kirchner

La confirmación de la figura que representará al oficialismo en las elecciones presidenciales acelera los tiempos electorales y obliga a las fuerzas opositoras a definir un posicionamiento frente a esa candidatura.

La oficialización de la candidatura presidencial de Cristina Kirchner no sólo clarifica el escenario electoral del Gobierno, sino también el de las corrientes de oposición.

Ahora bien, el primer interrogante que la oposición debe plantearse es el siguiente: ¿puede una propuesta opositora derrotar al oficialismo? En cuestiones electorales suele haber pocas certezas, pero lo cierto es que la hipótesis de un eventual triunfo de una corriente opositora no puede ser descartada aunque, en principio, parezca improbable. Conviene que veamos el tema con algún detenimiento.

El Gobierno atraviesa actualmente su peor momento desde su acceso al poder hace cuatro años y las perspectivas son que, de acá a octubre, la situación sea todavía peor. Por lo tanto, la posibilidad de que una fuerza no kirchnerista gane la elección está abierta a partir de que la oferta del Gobierno tiende a perder crédito. Sin embargo, para que la oposición gane no alcanza con que el Gobierno se desacredite. Habrá que generar algún proyecto que despierte la adhesión de la mayoría de la población. Por el momento, no ha surgido una iniciativa de este tipo.

¿Se puede esperar que se concrete una propuesta de esta naturaleza? La respuesta cabe en otra pregunta: ¿por qué no? La gestación de un proyecto político depende de las decisiones de los dirigentes involucrados y de su capacidad para articular entendimientos que se conviertan en un programa de gobierno creíble y realizable. No es necesario que piensen todos exactamente igual. Por ejemplo, el centroderechista Mauricio Macri y la centroizquierdista Gabriela Michetti (que estaba alineada con Elisa Carrió) confluyeron en un programa común para la Ciudad de Buenos Aires a partir de sumar desde la diversidad… No hay motivo alguno para desechar la posibilidad de que un programa similar, sólo que a mayor escala, sea consensuado entre las corrientes de oposición en el orden nacional.

Naturalmente, un acuerdo de este tipo requeriría que todos cedan en algo. No es posible un pacto sin transacciones. La condición para poder enfrentar a Cristina Kirchner con posibilidades de éxito está vinculada con el cumplimiento de ese requisito. Conviene tener siempre presente algo: la alternativa a un proyecto de este tipo es el kirchnerismo, con todo lo que eso implica, es decir, la profundización de la declinación en la que estamos inmersos actualmente, hasta que desemboquemos en un escenario de crisis que por ahora no parece inminente, pero que es inevitable si no se rectifica el rumbo político. El kirchnerismo no va a corregir sus propios errores porque está en la naturaleza de su pensamiento acusar a los demás de las consecuencias de sus propios desaguisados. Por lo tanto, aunque se tenga que ir de la Casa Rosada en helicóptero, el matrimonio Kirchner va a culpar a otros de sus faltas.

Esta crisis es evitable en la medida en que haya un cambio de gobierno y, por lo tanto, un cambio en la orientación de la gestión gubernamental. Esto es algo que la población intuitivamente percibe y, por eso, una propuesta de oposición podría tener perspectivas de éxito en tanto transmita capacidad para resolver lo que la actual administración no logra encauzar. El problema es que, para presentar una propuesta electoralmente atractiva, los dirigentes opositores deben negociar un acuerdo, lo que implica definir un candidato presidencial y que todos se alineen en apoyo de ese único candidato, eventualmente ocupando lugares relevantes en las lisas de legisladores o en las candidaturas provinciales.

Por ahora, como nadie se presta a ceder en nada, el acuerdo no avanza, el kirchnerismo se beneficia y, finalmente, la crisis del país se nos vendrá encima en 2008 o 2009 durante el mandato de la señora de Kirchner.

Como no se ponen de acuerdo, los dirigentes opositores pretenden optar por la salida fácil de decir que “podemos ir cada un por su lado y luego sumar nuestros votos en el ballottagge”. Semejante razonamiento implica, en primer término, una falta de seriedad política, porque supone que los votantes de aquellos que se combatieron encarnizadamente en la primera vuelta dócilmente van a sumarse unos a otros en la segunda. No hay ningún motivo para creer que algo así tenga por qué suceder. No todos los que no votaron por Macri en la primera vuelta luego votaron por Filmus, no existe semejante “propiedad transitiva” en términos de comportamiento electoral. Más importante aún es el hecho de que el factor que motiva a prestar apoyo a una propuesta electoral es que transmita imagen de cohesión, de viabilidad, de solidez… Si los candidatos opositores van todos por separado en la primera vuelta y se nuclean luego para enfrentar al gobierno, el rejunte va a ser muy evidente y va a rememorar mucho a la Alianza UCR-Frepaso como para suscitar un apoyo amplio del electorado. Lo que la oposición debe hacer es todo lo contrario de eso: debe proyectar la imagen de unidad alrededor de un programa de gobierno y de un candidato presidencial responsable de ejecutarlo. Ése programa debe ser lo suficientemente coherente como para no incurrir en contradicciones insalvables que lo tornen inviable, aunque lo suficientemente abarcativo como para dar cabida a todos los que puedan aportar para la concreción de la victoria en las elecciones.

Si se logra plasmar un programa de estas características y presentar un candidato creíble que lo encabece, el éxito electoral es factible. No obstante, es necesario que los dirigentes entiendan el problema y actúen en consecuencia. Por ahora, no se está viendo que algo así vaya a suceder. Todavía hay tiempo. Si esto no se concreta, Cristina Kirchner será la próxima presidenta de la Nación. © www.economiaparatodos.com.ar

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