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jueves 25 de octubre de 2007

La predemocracia argentina

El país vive en un estado predemocrático en donde elementos esenciales del sistema –como el debate racional de ideas– son reemplazados por la simpatía, el odio, el amiguismo, el carisma, los rencores y los propios intereses personales.

Cuando el mundo produjo el más extraordinario avance hasta ahora conocido –el reemplazo de las decisiones tomadas por la fuerza por aquellas que son fruto de la razón– se inició un periodo de progreso y acumulación jamás visto. Del mismo modo, la salud humana alcanzó niveles de excelencia que la sacaron de las muertes tempranas, de las pestes y de las enfermedades permanentes. El progreso tecnológico facilitó la vida, la población se multiplicó y –en poco más de trescientos años– hubo más personas vivas y alimentadas que en los mil siglos anteriores juntos.

La habilitación del criterio propio expresado libremente en un ambiente de respeto e igualdad fue la base del cambio copernicano que puso la vida en el mundo en una senda nunca antes transitada.

Ese sistema parte de ciertos presupuestos que nadie discute porque se dan por descontados. Uno de ellos –sino el principal– es que existe un intercambio racional en la sociedad, entre sus ciudadanos y entre estos y quienes se presentan ante ellos para conducir y administrar los destinos comunes. Así, la dirigencia social plantea ideas para resolver los problemas, para mejorar la vida y para progresar. Y los ciudadanos, una vez que las analizan, se inclinan por las que consideran más apropiadas, según sus propios criterios. Ésta ha sido, en última instancia, la simpleza más productiva de la historia humana.

Hoy en día, en la Argentina, a pocos días de una elección presidencial, no sólo no existe un saludable clima preelectoral, sino que nadie sabe qué proponen los candidatos y tampoco nadie les reclama que lo expliquen. Las maratónicas caravanas nacionales que hacen los candidatos en otros países explicando qué van a hacer con el diferencial de dos puntos que proponen aumentar (o disminuir) en el impuesto a las ganancias, o cómo se les ocurre asignar el presupuesto del sistema médico, o qué tienen para decir respecto de la seguridad urbana, o cómo el ahorro de medio punto del ingreso nacional significará financiar el sistema de jubilaciones contrastan con la absoluta mudez argentina: no hay ideas y no hay exigencias para que ellas se presenten.

Frente a los tremendos problemas que el país acumula (un sistema provisional que, con su modificación, va camino de la quiebra; una inseguridad rampante que mata inocentes de a decenas; una mortalidad en las calles y rutas por accidentes que coloca al país a la cabeza del mundo en esa triste estadística; una educación que mantiene a enormes porciones de los jóvenes sin estudiar y sin trabajar; un consumo y trafico de estupefacientes que destruye la vida de miles; una sensación de vacío y de falta de horizontes; una inflación que comienza a erosionar los bolsillos más pobres; un sistema de valores que premia la trampa y castiga el trabajo) no hay una sola mención concreta de ningún candidato que tienda a explicar cómo se van a encarar, cómo se van a solucionar y cuánto tiempo demandará hacerlo. No hay una sola idea. Nada.

Los ciudadanos, por su lado, no tienen –aparentemente- ninguna intención de exigir que se les presenten. Se dirigen a elegir en base a consideraciones completamente irracionales, tales como la simpatía, el carisma, el odio, la pasión, la tradición familiar, en fin, todas cuestiones que no tienen nada que ver con lo que impulsó al mundo a dejar atrás centurias de atraso y cambiarlas por progreso y soluciones.

Los candidatos a su vez (y cuanta más chance tienen de ganar peor) estimulan ese vicio e insuflan más los resentimientos y los golpes pasionales a fuerza de discursos vacíos cargados de tonos de arenga que no tienen nada que ver con lo que exige el análisis frío de lo que más conviene. Es más, es una verdad aceptada en la Argentina que un excelente candidato desde el punto de vista de su bagaje práctico de conocimientos para resolver problemas, no llegará a ningún lado si no tiene un discurso de barricada que no diga nada pero que despierte el grito sonoro de quienes hacen que lo escuchan.

Este esquema no cumple ni de cerca con los palotes iniciales de la democracia. El requisito que otras sociedades dan por sentado, aquí brilla por su ausencia…Y todo el mundo está feliz con ello.

El país vive un estado predemocrático en donde los esenciales elementos que definen el sistema en los países que lo practican y obtienen de él sus mejores frutos, no existen y son reemplazados por condimentos esotéricos que producen resultados emparentados con el oscurantismo y las pasiones más bajas de los seres humanos.

Y este esquema no será cambiado “desde arriba” porque está probado que de él sacan el mejor provecho quienes se apoderan de lo que pertenece a todos para beneficiarse a sí mismos. La única alternativa es que la sociedad aplique patrones de racionalidad y los exija de sus dirigentes. Pero los argentinos se encuentran tan cómodos respirando ese insondable mundo de la sinrazón que componen junto con quienes los gobiernan que la aspiración de una vida ordenada parece un deseo de ciencia ficción. © www.economiaparatodos.com.ar

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