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domingo 8 de junio de 2014

La república desvertebrada

La república desvertebrada

El deber moral de un funcionario sospechado  de haber cometido un delito es el de facilitar la respectiva investigación

Amado Boudou es un ejemplo de desmesura moral y legal que olvida que todo ciudadano, y él lo es a su pesar, posee derechos y deberes morales en relación con el resto de los ciudadanos y derechos y deberes políticos con relación al propio estado.

Es un principio de derecho que la sociedad, representada por sus fiscales, tiene la obligación  de investigar y en su caso comprobar la comisión de algún delito  cuando existen sospechas o evidencias de su posible comisión, y en el caso de los funcionarios públicos ese compromiso es mayor ya que se ve reforzado por el juramento exigido por la constitución nacional como condición previa a la asunción.

El deber moral de un funcionario sospechado  de haber cometido un delito es el de facilitar la respectiva investigación, cumplir con los actos procesales, ofrecer las pruebas que considere pertinentes y esencialmente respetar el orden republicano.

Boudou ha optado por el camino opuesto y en vez de ejercer su derecho de defensa, como buen discípulo «K» se está dedicando a descalificar e injuriar no solo al Juez que lo investiga sino a todos aquellos que han informado a la opinión publica sobre los presuntos hechos de naturaleza delictual.

El propio Boudou ha sembrado muchas dudas sobre su presunción de inocencia, que no intento poner en tela de juicio como abogado que soy, con sus comportamientos que no dudo en  calificar de desmesurados, faltos de moral y de respeto republicano.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿Que ejemplo nos está dando Boudou?

Desde ya no es un buen ejemplo. Nuestro viejo y sabio código civil dice que la culpa en el cumplimiento de las obligaciones, se relaciona con las circunstancias de tiempo, persona y lugar.

Según este principio de un sistema legal sustentado en una verdadera concepción de los derechos, la culpa debe ser valorada teniendo en cuenta, ente otras, las circunstancias de la persona.

En el caso de Amado Boudou se trata de una persona con titulo universitario, que desempeña la función de Vicepresidente de la República, que prestó juramento para desempeñar leal y fielmente la función para la que fue elegido y ademas se comprometió a asumir que si  así no lo hiciere la patria se lo demande.

Esto significa que Boudou tiene un mayor cúmulo  de obligaciones que un ciudadano común, por la sencilla razón que sus comportamientos serán ejemplares, sea para el bien, sea  para el mal.

La patria, por medio de un fiscal ha comenzado a demandar a Boudou, y su obligación moral y ética es la de cumplir con su juramento y ejercer su defensa, pero de ninguna  manera convertir a ese acto sagrado para la buena salud de la República en un sainete de naturaleza pornopolítico, posiblemente escudado en un secreto que en algún momento podría haber revelado telefónicamente y que  los muchachos de la Side habrían interceptado.  Según Roberto Garcia, esa podría ser la causa de tanta desmesura institucional. Si esta historia fuera cierta, ni el Papa  Francisco con su inmenso sentido de la caridad podría perdonarlo.

Como lo decíamos en una nota anterior, los ejemplos pueden ser buenos o malos con el agravante que en estos tiempos la gente tiende a imitar más los malos ejemplos que los buenos, lo que quizás sea un signo de los tiempos.

Pues bien, Amado Boudou optó por el mal ejemplo, ya que a su conducta le suma una dosis explícita de hipocresía  al afirmar que quiere declarar y simultáneamente hace lo posible y lo imposible por demorar tal acto procesal o convertirlo en un escándalo a la medida «K».

Decía Ortega que la ejemplaridad no se pregona, claro se refería a la «buena ejemplaridad», Boudou está dando a la sociedad un muy mal ejemplo que desde ya justificaría su juicio político, no ya por el tema «Ciccone», sino por sus actitudes ante el juicio penal en trámite, al que está  eludiendo abusando del ejercicio del derecho de defensa.

Mas bien parecería que Boudou ha confundido el «derecho de defensa», con el «derecho a la ofensa» como aquel cabo que fusiló a los náufragos y liberó a los prófugos por una confusión semántica.

Boudou al aceptar su postulación para su cargo actual, al aceptar el cargo una vez elegido, y prestar juramento, aceptó explícitamente que en el caso que la «Patria» lo demande el debía someterse incondicionalmente ante los jueces  de la República, lo que no quiere decir que por ese solo sometimiento pierda  las garantías constitucionales del debido proceso o deba admitir una supuesta culpabilidad.

Boudou está confundiendo, como lo decía antes, lo que significa ejercer un derecho con la ofensa al derecho.

Boudou tiene todo el derecho de recusar y acusar a un juez , como cualquier ciudadano, pero debe hacerlo ejemplarmente, aportando pruebas ante la autoridad que corresponda y aguardar la decisión respectiva, la que deberá ser acatada.

A lo que no tiene derecho es a ofender y descalificar  a diestra y siniestra, porque con esa conducta  está destruyendo  su «presunción de inocencia», y si escuchamos  ciertos rumores que han tomado estado público  sobre algún presunto intento de soborno a los jueces superiores  de la causa, estaría convirtiendo su causa en un verdadero escándalo que afectará el prestigio, el respeto y la credibilidad de la  República Argentina por años.

Es llamativo el silencio de nuestra dirigencia política sobre estas cuestiones porque como sucesora del actual gobierno deberá sufrir las consecuencias no ya del caso «Ciccone» sino del caso «Boudou».

De esta obligación de la dirigencia, eximo a Mauricio Macri, porqué esta procesado y se mantiene en funciones, dando otro mal ejemplo para la República, Macri pensó más en si mismo que en nosotros como ciudadanía o gente.

La República esta resquebrajada, Ortega quizás hubiera dicho «desvertebrada», pero creo que nos referimos a lo mismo, la Argentina viene en  una larga decadencia y parecería que nos hemos acostumbrado a vivir así  y la corrupción generalizada es una muestra de nuestra indolencia ciudadana.

Boudou quizás marque la culminación de este proceso de desvertebración social e institucional que afecta a la República.

Los «K» han logrado descohesionar a la sociedad creando esa profunda división que se ha dado en llamar la «grieta», actualmente existente entre los «K» y el resto de la gente; han subordinado al poder legislativo a los caprichos de la «Patrona» y más de una vez han intentado dominar al poder judicial, materializado en advertencias amenazatorias al propio juez de la causa por parte de «soldados» oficialistas y con hechos destituyentes como es el caso del fiscal Campagnoli sometido a un juicio político que parecería tener un final cantado como en la época del fraude conservador por haber intentado investigar la ruta Lazaro Baez que podría terminar en algún lugar de la  Provincia de Santa Cruz.

 

Es cierto, una sociedad desvertebrada como la Argentina no tiene rumbo, por eso ninguna circunstancia favorable es aprovechada dado que los dirigentes «K» han destruido el timón, lo que se demuestra con pasar del desendeudamiento al endeudamiento irresponsable  como el caso del Club de Paris en el que sin explicación alguna se reconoció una deuda de 9700 millones cuando hace un año parecía ser de 6700 millones o en el caso de Repsol YPF en el que de acreedores potenciales pasamos a ser deudores reales o los juicios del Ciadi que luego de ser menoscabados se terminan pagando, pero todo esto ocurre cuando esas deudas las tendrán que pagar otros gobiernos  que desde ya verán condicionada seriamente su futura gestión.

Nuestras diligencias y la ciudadanía  deberían leer la Odisea para evitar ser víctimas de los cantos de sirenas, que en nuestro caso es el relato «K».

Ulises nos dio la clave al pedir que lo ataran al mástil de su nave para no sucumbir a la tentación que lo llevaría a la muerte,  por eso nosotros deberíamos  taparnos los oídos ante los cantos del populismo y asumir que para alcanzar un objetivo es necesario esforzarse y trabajar duro.

La argentina necesita de una dirigencia  que sepa reparar el timón, para poder elegir  un rumbo y así aprovechar los vientos favorables que siguen soplando por el mundo.