Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

jueves 16 de marzo de 2006

La vana pretensión de encerrar la realidad

El gobierno desea encerrar la inmensidad del conocimiento disperso en el mercado dentro de la estrechez de un esquema anacrónico, diseñado según sus gustos personales. Les falta humildad para reconocer que en la sociedad funcionan fuerzas ordenadoras espontáneas que no necesitan de la tutela del poder político.

Si usted, lector de Economía para Todos, tuviera la fortuna de encontrarse vagando por Florencia, una de las ciudades más increíblemente cultas y refinadas del mundo, seguramente se interesaría por visitar la “Galleria degli Uffizi”, el mejor museo de pintura clásica de todos los tiempos.

Allí encontrará un universo apabullante de arte y buen gusto. Y también a Sandro Botticelli, gran pintor del Renacimiento, el mismo que idealizara la “Primavera”, la “Madonna del Magnificat” y la “Adoración de los Magos” con la gracia de sus personajes y la transparencia de su colorido.

En este palacio florentino, descubrirá un pequeño cuadro del pintor, menos célebre por cierto, donde un anciano de barba blanca y manto rojo conversa con un niño a orillas de un mar verde y translúcido como el de “Nacimiento de Venus”.

Ese cuadrito tiene muchísimo que ver con lo que está sucediendo en nuestro país. El anciano pintado por Botticelli está inclinado hacia el pequeñuelo, quien se encuentra arrodillado junto a un hoyo cavado en la arena y sostiene una escudilla o vasija para servir el caldo en la mesa.

Si por curiosidad mira el cartel debajo del cuadro, sabrá que el anciano era San Agustín, gran filósofo cristiano de la escuela platónica, que en el siglo III desarticuló la falacia del maniqueísmo. Está intrigado porque el niño quiere vaciar el mar en ese agujerito, yendo y viniendo con la escudilla repleta de agua salada.

El coloquio entre la sagrada vejez de Agustín y la ingenuidad del niño, frente a la inmensidad del mar y de la playa desierta, es verdaderamente de antología.

El anciano le reprende diciendo: “¿No te das cuenta, insensato, de que no puedes trasladar toda el agua del mar dentro de un hoyo tan pequeño?”. El niño, mirándole serenamente, le responde: ¡La misma falta de sensatez tienes tú cuando pretendes encerrar la inmensidad de la realidad divina en la pequeñez de tu mente!.

Y precisamente esto es lo que está intentando hacer el gobierno: encerrar la inmensidad del conocimiento disperso en el mercado dentro de la estrechez de un esquema anacrónico.

Cuando decimos gobierno, en realidad no nos referimos a ningún cuerpo orgánicamente institucionalizado, sino a la tremenda concentración de poder y facultades en la persona del presidente.

El esquema en que creen es un modelo económico primitivo, apto para funcionar al chasquido del látigo en provincias con pocos habitantes, dedicados a la cría de ovejas, la extracción petrolífera y el empleo público. Ese esquema mental se basa en un dólar alto, intensa intervención del gobierno en los mercados, expansión del gasto público, política monetaria de incentivo al consumo mediante tasas de interés negativas, amenazas fiscales o acuerdos de precios para que no estalle la inflación reprimida, mantenimiento del superávit fiscal, comercio exterior subordinado a una celosa autarquía para fogonear el mercado interno y privilegios en favor de la nueva burguesía industrial adicta, beneficiada pródigamente con licitaciones de obras públicas.

Es una explosiva mezcla de la economía corporativa al viejo estilo italiano, con proteccionismo industrial desarrollista, nacionalismo cerril, dirigismo peronista del 45 y populismo demagógico apoyado en la columna vertebral del sindicalismo oligárquico.

Como este esquema mental de “sustitución de importaciones” ha fracasado en reiteradas ocasiones de nuestra historia reciente, ahora se lo intenta resucitar concentrando los esfuerzos en un solo indicador barométrico: el índice de precios del nivel de vida, lo cual hace acordar la política anticíclica de la escuela de Harvard en la época de Irving Fisher.

Pretenden encerrar, a la fuerza, toda la realidad de los mercados dentro del Índice de Precios y entonces gobiernan para ese índice, no para la realidad. Si la realidad resiste, peor para ella; si alguien se retoba, será castigado; si ofrece resistencias, se lanzará un anatema acusándolo de servir a las “vetustas corporaciones”.

Pareciera que el presidente ha leído a destiempo el excelente libro sobre la República Corporativa que, en 1988, escribió Jorge Bustamante, autor que llega a la conclusión de que la Argentina está saturada por múltiples corporaciones sectoriales como las cofradías de profesionales, los feudos sindicales de la CGT de Moyano, la central sindical de los gordos, las guildas industriales de la UIA devaluacionista, la corporación militar hoy en decadencia, la oligarquía vacuna acusada de avara y miserable, los clanes de contratistas del sector público, las logias de supermercadistas, los sínodos culturosos de la izquierda gramsciana, los privilegios remunerativos de los amigos del poder y la corporación política, máxima expresión de “capo de tutti gli capi”, a la que cuidadosamente se preserva de la crítica mediática con el eufemismo de “la nueva política”.

El verdadero y grave problema se encuentra en los gestos convulsivos de los actos de gobierno: la prohibición iracunda de exportar carne, el anuncio de que será extendida por un año, la amenaza de intervenir el mercado de Liniers, la desorientación frente a la rebelión fiscal de Las Heras, la ininteligible política de bloqueo económico continental contra Uruguay, la zigzagueante conducta en el juicio político al Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las reiteradas fugas frente a problemas que requieren la presencia de la autoridad, la subordinación intelectual de la ministra y el presidente del Banco Central a las órdenes presidenciales, las agresiones verbales a empresarios a quienes se sindica como responsables de la disparada general de precios, la tolerancia permisiva de los tumultos callejeros que agreden a ciudadanos inocentes y el lavado de manos por los cortes de rutas y calles.

Toda esta acumulación de chatarra decisional demuestra el vano intento de querer meter la realidad dentro de un pequeño esquema mental para modelar la sociedad entera según los gustos del gobierno. Pero cuando la inmensidad de la realidad desborda ese esquema ideológico, entonces la política se oculta desorientada.

Debieran hacer un profundo acto de humildad para protegerse de la fatal tentación de querer controlar la sociedad reconociendo que en ella funcionan fuerzas ordenadoras espontáneas, cuyo entendimiento ayuda a cada hombre a conseguir sus propios objetivos y alcanzar la felicidad.

Esas fuerzas constituyen un sutil sistema de comunicación sobre el que se basa el funcionamiento de las naciones avanzadas, es un sistema de comunicación de abundancia o escasez, de oportunidades y desventajas que llamamos “mercado”. Y es el único mecanismo que la civilización ha provisto para procesar la información dispersa en forma más eficiente que cualquier otro diseñado deliberadamente por los gobiernos.

Salvando las distancias de personajes y excelencias, también aquí podría hacerse un cuadrito donde algún buen pintor expresionista pueda mostrarnos que es imposible llevar toda el agua del mar hacia el agujerito mental que encierra nuestro cerebro. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




Se autoriza la reproducción y difusión de todos los artículos siempre y cuando se cite la fuente de los mismos: Economía Para Todos (www.economiaparatodos.com.ar)