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viernes 5 de diciembre de 2014

Las concesiones de «Su Majestad»

Las concesiones de «Su Majestad»

Mucha gente le atribuye a Cristina Fernández más planes de los que tiene…

Al verla ocupar una posición de tanta jerarquía, suponen naturalmente que estudia con sagacidad suficiente para prever los obstáculos que debe afrontar, comprendiendo la verdadera naturaleza de sus actos.

Lamentamos desilusionarlos. No es así.

Sin formarse ideas claras sobre las cosas debido a sus frecuentes “arrebatos” de mal carácter creyéndose siempre más poderosa de lo que es en realidad, Y SIN TENER LA MENOR IDEA DEL ALCANCE DE SUS FUERZAS, a menudo suele quedar perpleja sobre las reacciones encadenadas que generan sus continuos desaciertos.

Poco a poco, y de la mano de sus errores, se ha ido labrando su propio infortunio político, contribuyendo a que quienes la secundan la estén usando para sus propios fines personales: unos, permanecer lejos de los tribunales; otros para cobrar suculentos sueldos y comisiones varias en sus funciones y algunos pocos, vengarse de las supuestas afrentas recibidas en los 70, cuando el mismo partido en el que hoy se cobijan, los marginó del lado del general Perón.

Cristina olvida en todo momento el proverbio que dice que “el hombre es hijo de sus obras”. Sus desatinadas combinaciones de oratoria y “parches” administrativos circunstanciales, emergentes del enojo que le provoca una realidad que no domina, más sus incontenibles deseos de “laudar” por encima de todos para conceder “graciosamente” sobre cualquier cuestión -evidenciando que no reconoce suficientemente las causas-, provocan una funesta influencia en su espíritu atribulado y la han convertido en una persona agria de sonrisa burlona.

Su “reino” no parece ser de este mundo y la complicación que le significa, paradojalmente, tener que resolver cuestiones de orden pedestre, que le exigen un análisis en el que no está interesada, le provocan un enorme fastidio por considerarlos como presiones inadmisibles para su investidura.

Ella está solamente dispuesta a leer los “papelitos” que le proveen sus colaboradores y las video-conferencias donde aquellos que reciben su saludo la elogian desmesuradamente.

Las políticas del gobierno andan por tal motivo “a los saltos”. ¿La razón fundamental? La ofrece el filósofo catalán Jaime Balmes cuando dice: “Poseen ciertos hombres (mujeres) cualidades tan a propósito para deslumbrar, para presentar los objetos desde el punto de vista que les conviene o les preocupa, que no es raro ver a la experiencia, al buen juicio, el tino, no poder contestar a una nube de argumentos especiosos, otra cosa que: esto no irá bien, estos raciocinios no son concluyentes; AQUÍ HAY ILUSIÓN Y EL TIEMPO LO MANIFESTARÁ”.

De esas ilusiones invocadas por Balmes ha vivido hasta hoy la mente casi inexpugnable de Cristina, cuya historia es un verdadero acertijo, aún para los observadores más rigurosos.

Por eso, una vez más, y haciendo honor a su historia, ha tratado de conceder su “regalo” de Navidad a algunos argentinos: no descontar en sus aguinaldos el impuesto a las ganancias.

¿Cuánto es esto? El precio de una modesta canasta navideña.

¿Estudiar y readecuar el impuesto en general? En absoluto. Eso no es lo que hace un monarca, que solo “concede” graciosamente trajeado para la ocasión. En este caso con un sedoso conjunto cuyo diseñador figurará seguramente en algún escaparate que los pobres suelen ver con sus narices aplastadas contra su vidriera, mientras suena como fondo un villancico de Navidad.

¡Gracias Su Majestad! ¡El pueblo pobre y desesperanzado se lo agradece!