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jueves 15 de junio de 2006

Las dádivas del gobierno las pagamos todos

La historia económica argentina de los últimos 70 años es un muestrario recurrente de una práctica que genera bienestar pasajero pero es costosa en el largo plazo: redistribuir el ingreso desde los sectores más productivos hacia aquellos que no lo son.

El popular dicho “billetera mata galán” es, quizás, el que mejor explica el “fenómeno K”. En un contexto internacional que es ampliamente favorable y luego de haber incumplido cuanto contrato se hubiera firmado (tanto a nivel local como mundial), el país se encaminó en una senda de crecimiento sostenido durante los últimos tres años, lo cual contribuyó a crear cierta sensación la estabilidad y orden interno (si se lo compara con lo que se había vivido en los años previos) que permitió cierto grado de mejoría económica.

Pero el tema de fondo, al que pocos prestan atención, es analizar cómo se produce esta situación y cuánto durará la misma. En realidad, lo que tenemos hoy es una furiosa redistribución del ingreso desde los sectores más productivos hacia aquellos que no lo son. Algo que no es novedad en nuestra historia económica de los últimos 70 años. Gobiernos militares o civiles, peronistas o radicales, todos han aplicado la misma fórmula: subsidios, controles de cambios, proteccionismo, controles de precios, tarifas congeladas, etcétera.

Pero estas políticas sólo producen un bienestar pasajero que tarde o temprano se termina pagando entre todos, los que nos beneficiamos y los que no. La “ilusión” se repite en el tiempo, porque cuando se produce la debacle, los que promovieron el despilfarro ya no están en el poder, y sus sucesores se encargan de hacernos saber que ellos no han sido los culpables de semejante desgracia. Lo que sigue a continuación es más de lo mismo: los “recién llegados” (porque nunca tienen nada que ver con el que estuvo antes) nos conducirán hacia un futuro mejor. Lo paradójico es que lo hacen utilizando las mismas medidas que ha fracasado una y otra vez.

En la obra de Roberto Cortés Conde “La Economía Política de la Argentina en el Siglo XX”, se puede encontrar un análisis pormenorizado de todas estas políticas y el resultado de las mismas; su relato claro, acompañado por la contundencia de las cifras, nos da cuenta del laberinto en el que nos encontramos metidos desde 1940 en adelante. Salvo en casos excepcionales, el acento de los gobiernos estuvo puesto más en el gasto de corto plazo que en la inversión de largo. Este comportamiento nos expuso, entonces, a crisis recurrentes durante los últimos 60 años.

Una diferencia fundamental entre aquellos que promovieron el crecimiento desde mediados del siglo XIX y quienes nos gobiernan desde mediados del siglo XX es precisamente el alcance de su mirada sobre lo que se pretende del país. Un proyecto a largo plazo basado en principios sólidos y claros; o un país clientelista en el cual el gobierno distribuye planes, subsidios o pasajes a un acto proselitista (camuflado bajo la forma de fiesta patria). Los primeros promovieron la cultura del trabajo; los segundos, la cultura de la dádiva disfrazada bajo el eufemístico nombre de “justicia social”.

Los gobiernos de las últimas décadas (de cualquier signo) siempre tratan de atribuirse todos los beneficios y de “terciarizar” todos los costos. El actual no es la excepción. De alguna forma son privatizadores, como aquellos que tanto critican de la década del noventa. Lo que privatizan, en esta oportunidad, no son empresas sino los costos de sus políticas equivocadas, ya que sus errores y despilfarros los tenemos que pagar nosotros. Por más controles que impongan a la economía y traten de “dibujar” el índice de precios, cada uno de nosotros paga por sus malas decisiones.

Lamentablemente, esta ha sido la constante no la excepción. Nuestro país ha premiado esta clase de comportamiento en los últimos años a través del sufragio. No se trata de deslindar responsabilidades como hacen los políticos que parecen caídos del espacio interestelar, ya que nunca tienen nada que ver con lo que sucede ni con lo que sucedió, sólo están para la foto el día que entregan el cheque o inauguran la obra pública de turno (como si la hubiesen financiado con dinero de su bolsillo). Si siempre son los mismos personajes los que ganan las elecciones, entonces nosotros somos parte del problema.

Indudablemente quienes promueven este tipo de políticas siempre sacan más votos que aquellos pocos que promueven un cambio hacia la responsabilidad individual por sobre la responsabilidad social. Quizás forme parte de nuestra cultura de la dádiva, preferimos votar a aquellos que nos prometen cosas antes que aquellos que nos proponen trabajar para que consigamos esas cosas.

Como se ha dicho otras veces en este espacio, este país creció gracias a la aplicación de las ideas liberales y capitalistas. No es casualidad que el camino del atraso se empezara a recorrer desde que el paradigma cambio hacia la cultura del intervensionismo y la dádiva gubernamental. Quizás el “ejército de reserva” del que hablaba Marx en su obra “El Capital” sean ahora los millones de pobres que dependen de los planes sociales que otorgan los políticos de turno, de esta manera se aseguran un voto cautivo para promover las mismas políticas una y otra vez. Por ese mismo motivo es difícil que quienes sólo entienden la política de esta manera deseen cambiarla. Eso sí, mientras tanto, sus dádivas las pagamos todos. © www.economiaparatodos.com.ar



Alejandro Gómez es profesor de Historia.




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