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lunes 1 de julio de 2013

Las economías «inmergentes»

Las economías «inmergentes»

Guy Sorman apunta que aquellos que alababan a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se han visto obligados a rectificar en cuestión de meses


En las ciencias económicas, milagros, eslóganes y proclamas carecen de efecto real. Fijémonos si no en el súbito declive de las llamadas economías emergentes: desde hace una década, algunos profetas mediáticos, más diestros en comunicación política que informados de verdad, nos anunciaban que dichos países emergentes, sobre todo los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a los que a menudo se añadía Turquía, iban a reemplazar a los países desarrollados y a convertirse en locomotoras de la economía mundial. Hasta iban a mostrarnos una nueva teoría económica según la cual el Estado sería más eficaz que el mercado. Por desgracia, aquellos que alababan a los BRICS se han visto obligados a rectificar en cuestión de meses, mientras que las tasas de crecimiento de los emergentes se acercan a cero y los convierten en «inmergentes».

Es cierto que China continúa creciendo un 7%, pero cabe dudar de la autenticidad de esta cifra, abultada por la inflación y que, pese a su apariencia espectacular, ya no permite absorber el excedente del éxodo rural. En realidad, el paso de la emergencia a la «inmergencia», lejos de contradecir las leyes clásicas de la economía de mercado, las confirma con precisión y, lamentablemente, con crueldad, en detrimento de los pueblos que son víctima de políticas económicas descaminadas.

La primera de estas leyes clásicas, ilustrada por el declive de los BRICS, se refiere a lo que denominamos la maldición de los recursos naturales. La superabundancia de una materia prima, como el petróleo o el gas en el caso de Rusia o la soja en el de Brasil (y Argentina), proporciona, al menor incremento de la cotización mundial, una prosperidad espectacular y provisional que lleva a creer en el milagro. Pero su duración es necesariamente corta, pues las cotizaciones acaban ajustándose a la oferta.

El resultado son tres consecuencias nefastas para los países productores: la superabundancia provisional de los ingresos disuade la diversificación industrial, ocasiona al Estado unos gastos insostenibles cuando la ganga termina y suscita grandes desigualdades sociales (y corrupción), según se esté enchufado o no al circuito de la exportación. Así es como Rusia destruyó su industria y Brasil e India invirtieron en generosas ayudas sociales y como unos y otra se enfrentan hoy al estancamiento y al paro. Para ocultar a los ciudadanos que los años de las vacas gordas se han terminado, la creación de moneda y el proteccionismo surgen entonces como dos malas políticas a corto plazo; es lo que estamos viendo en todos estos países.

Otra lección igual de clásica sobre el declive de los BRICS nos la proporcionan, como en un manual de economía para principiantes, India y China. Cuando una economía despega, desembarazándose de la pobreza masiva y el socialismo, la autorización para crear una empresa (India) y el derecho a pasar del campo a la ciudad (China) provocan automáticamente un gran aumento de las tasas de crecimiento: en esta fase inicial, un obrero y un empresario siempre resultan más productivos que un campesino pobre. Esta mecánica explica por sí misma las altas tasas de crecimiento de las economías asiáticas, con un efecto de aceleración debido a un mercado mundial que ha demandado objetos corrientes a bajo precio en las dos últimas décadas. Pero el ciclo se bloquea cuando el éxodo rural se agota: los salarios aumentan y la productividad china, por ejemplo, que creció a un ritmo anual del 4% en 2006-2012, ha caído al 2% y al 0% en India.

De modo que los países emergentes seguirán atascados durante mucho tiempo en su nivel actual de PIB por habitante, a no ser que emprendan reformas estructurales igualmente clásicas: basar la productividad futura no en los ingresos que proporcionaban las abultadas cotizaciones de materias primas o los salarios anormalmente bajos, sino en innovaciones reales.

No sé si repetir aquí las condiciones necesarias para la innovación, por banales y porque recogen a su vez el abecé económico: una moneda estable y previsible como condición para la inversión a largo plazo y para el crédito que la permite; leyes estables; derecho a crear empresas; una justicia ecuánime; libertad para los intercambios interiores y exteriores; derecho al trabajo flexible; una corrupción no excesiva; retenciones públicas no extorsionadoras; y una educación generalizada y de calidad.

¿Es más fácil completar esta evolución hacia un Estado de derecho y los fundamentos de la economía clásica en países con regímenes despóticos o en democracias? Según la experiencia, la democracia favorece estas evoluciones porque permite explicarlas y debatirlas. Al Chile democrático, por ejemplo, le va mejor que a la Argentina autocrática; Turquía se aleja de las reformas a medida que el Gobierno se aparta de la democracia; Brasil regresa al caudillismo al tiempo que se aleja de la economía de mercado; Rusia recae en el despotismo y en la recesión. ¿Y en Europa? España, Islandia, Portugal e Irlanda llevan a cabo reformas profundas que arreglarán la economía porque son democráticas y comprendidas.

Para pasar de la «inmergencia» a la emergencia, la alianza entre democracia y mercado sigue siendo lo que mejor sabe hacerse, sea en la civilización que sea.

 

Fuente: www.abc.es