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jueves 20 de marzo de 2008

Las restricciones del ingreso irrestricto

El debate acerca del ingreso a las carreras universitarias es un tema polémico que suele debatirse en forma pasional en lugar de haciendo uso de la razón.

Según Marcos Aguinis, desde hace décadas, los argentinos transformamos en tabú el tema del ingreso irrestricto a las universidades. No se puede ni siquiera analizar. Quienes apenas insinúan alguna variación, reciben el automático anatema de reaccionarios. Por mi parte, so pena de esta obcecación, que habita como un dogma en el macrocosmo político universitario, me animaré a razonarlo desde una perspectiva abierta y crítica.

En el altercado estudiantil argentino, el ingreso irrestricto brinda disímiles ataderos conceptuales, según sea la “afinidad electiva” que se perciba. Para algunos, “ingreso irrestricto/mayor número de alumnos” se vincula con ideas como de “democratización/igualdad”. Para otros, el mismo concepto está relacionado con “baja calidad/despreocupación”. En este último caso, “examen de ingreso/calidad/excelencia” parecen constituirse como conceptos que se atraen.

La forma más eficiente de mejorar la aptitud del debate es “desanudar” esas supuestas afinidades electivas. Como veremos, ni el ingreso irrestricto mejora la igualdad de las posibilidades de inserción de los ingresantes a las universidades, ni los exámenes de ingreso se enlazan, necesariamente, con la mejora de la calidad o excelencia académica. Numerosas instituciones universitarias tienen limitado su ingreso y no por ello su calidad resulta tan evidente.

Hubo un momento en que el ingreso irrestricto sirvió para romper el monopolio de una limitada franja social, con censuras en las cátedras, bolillas negras en los concursos e impúdicas discriminaciones étnicas y clasistas, tanto para los estudiantes como para los docentes. “El ingreso irrestricto fue un antídoto contra la ponzoña de los cavernarios”, señala Aguinis. De manera que se mantuvo la noción generalizada de que ingreso irrestricto es sinónimo de justicia. Así de claro, como de discutible.

Sin embargo, habría que plantearse varias cuestiones. ¿Es exitoso el ingreso irrestricto en alguna parte de la universidad? Vale tomar como ejemplo a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, la más grande del norte argentino, que cuenta en su haber con 17.000 inscriptos y un ingreso de 6.000 alumnos anuales. El ingreso irrestricto, ¿mejoró la calidad académica en esa facultad? Como alumno de esa casa de estudios debo decir que, lamentablemente, no. El ingreso irrestricto, ¿bajó el nivel de deserción? Definitivamente, tampoco. De 6.000 ingresantes, sólo la mitad pasa a segundo año.

Cuestiones con la calidad académica y la deserción

Para algunos, la masividad es inversamente proporcional a la calidad académica. Lo cual, en gran parte, es cierto. Ningún establecimiento está en condiciones de brindar excelencia cuando se atiborra. Está comprobado que, para dar buenas clases, el número de alumnos por curso no puede superar los 25 o 30.

¿Por qué? Porque, como sostienen destacados maestros de la pedagogía, dar clases no consiste en que un profesor se pare ante cientos de alumnos y hable durante una hora y media o dos. Eso no es dar clases. Eso es dar conferencias, donde la participación del público es mínima. Una clase bien dada consiste en que el profesor plantee temas a los alumnos y que los estimule en su razonamiento. Un buen profesor dicta clases que van más allá de las lecturas obligatorias.

Es peligroso que éste sea el único argumento a favor del examen de ingreso, pues implicaría considerarlo como un elemento exclusivo de eliminación para que unos pocos estudien mucho y bien. Los cursos de nivelación y exámenes de ingreso, en cambio, tienen otros objetivos.

Al problema de la masividad, los “progresistas” responden con la propuesta de un mayor presupuesto universitario. Hay que elevar la oferta y tornarla acorde a las exigencias sociales. Es decir, más presupuesto para más aulas y profesores. No obstante, es una lástima que este tema no sea tan sencillo.

El presupuesto universitario, que es inversión y gasto (pues toda inversión, en un primer momento, implica un gasto), tiene que estar destinado a incentivar las condiciones de preparación del alumnado y de los docentes, y a mejorar la calidad y situación de estudio de aquellos que tiene ganas de estudiar y que efectivamente estudian, o de aquellos que tienen ambiciones de estudiar y, por cuestiones económicas, no lo pueden hacer. El dinero no debe estar sentenciado a engrosar la caja de la burocracia universitaria, ni de la militancia rentada. Además, por más alto que sea el presupuesto, el examen de ingreso siempre será necesario, pues tiene otros objetivos, como veremos más adelante.

En síntesis, los sectores “conservadores” pretenden resolver el problema de la masividad con exámenes de ingreso y cupos. Los llamados “progresistas”, con mayor presupuesto. Ambos equivocan el enfoque.

El estudio llamado P.I.S.A. (Programme for Internacional Student Assessment), realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), es uno de los más importante en cuanto a escala y profundidad. Sus resultados muestran que en la Argentina el 69% de los jóvenes de 15 años no puede comprender textos extensos o relacionar cortos con distintos temas. Tales resultados corroboran las quejas de varias universidades e institutos terciarios acerca del bajo nivel de los alumnos que quieren ingresar en ellos.

Aquí reside, creo yo, el quid de la cuestión. En la Facultad de Derecho de la UNT, por volver al mismo caso, las agrupaciones mayoritarias se oponen a la introducción de un examen de ingreso o cursillo de nivelación porque consideran que éste ya está dado en el mismo primer año de la carrera, en donde los alumnos cursan materias de estricto carácter propedéutico. De este modo, y en forma paradójica, las agrupaciones que basan sus campañas en el ingreso irrestricto se convierten en propulsoras de la barrera más perniciosa para el alumnado. De cada 6.000 ingresantes en la Facultad de Derecho, menos de la mitad pasa a segundo año. Y esto se debe, principalmente, a que los estudiantes con un nivel académico bajo, dado por el apresto secundario, se topan con materias de contenidos universitarios. Evidentemente, es problema de la escuela media. ¿Qué debemos hacer desde los estratos universitarios? En fin, darles a los estudiantes una herramienta para que, con ella, acerquen su nivel al universitario y, así, estén más preparados para la cursada.

Las materias de primer año de la Facultad de Derecho, así sean de carácter propedéutico, tienen estricto contenido universitario. Vale decir, son parte de la misma carrera. Jamás podrían funcionar como exámenes de ingreso o cursos de nivelación porque un auténtico curso de nivelación debe ser de un nivel intermedio. Ni secundario, ni de grado. Que un examen de ingreso (así llaman las agrupaciones mayoritarias a primer año) tenga contenido universitario es una crueldad académica que se traduce en la práctica como la restricción más grande al alumnado.

Sin embargo, en forma incongruente, estas cofradías, que supuestamente están en contra del examen de ingreso y del cursillo de nivelación por considerarlos medidas restrictivas que sólo sirven como un burdo obstáculo para el publico universitario, apoyan esta desmesura. Esto demuestra que sus propuestas se basan más en la demagogia que en la razón.

Conclusión

En nuestro país, el ingreso universitario es un campo de análisis poco estudiado, que sólo funciona como generador de grandes debates en los medios de comunicación. El ingreso irrestricto tiene como principio fundamental brindar la igualdad de oportunidades en el acceso a la universidad a todos los egresados del nivel medio. Pero, al no tener políticas compensatorias de las diferencias de base, hay un gran porcentaje de alumnos que desertan del sistema. El aumento de la matrícula como consecuencia del ingreso irrestricto no significa una mayor cantidad y, mucho menos, calidad de graduados.

Como queda claro, el fin del examen de ingreso no es reducir la masividad, por más que esa sea, en algunos casos, una consecuencia indirecta de su implantación, sino principalmente crear las herramientas para acercar la escuela media a los ámbitos universitarios y, de esa manera, aumentar la calidad de estudio y bajar la deserción.

Es precisamente una medida en contra de las propias restricciones del alumno, signadas por su pobre condición académica provocada por su paso por la escuela media. Desde luego, deberíamos hacer exámenes trasparentes y quitarles el odioso habito del eufemismo.

En fin, el examen de ingreso es una medida a favor del alumno, no en contra de éste. © www.economiaparatodos.com.ar

José Guillermo Godoy es presidente del Centro de Estudio de los Intereses Nacionales Filial Tucumán e integrante del Programa de Líderes Locales de la Fundación Atlas 1853.

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