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lunes 21 de julio de 2008

Los ciudadanos son los únicos generadores de cambio

Ni los políticos ni el Gobierno, sólo la sociedad puede lograr la profundización de un gesto que renovó el aire viciado.

Apenas una semana atrás, una suerte de hartazgo sofocaba a los argentinos, parecía que ni un milagro fuese posible en un país diezmado. Algunas voces acunaban vagas esperanzas pero no estaba claro si se trataba de deseos o pálpitos. Luego sobrevino la algarabía. Un número impreciso de ciudadanos relegaron, aunque sea por un rato, sus apetencias personales en pro de un objetivo común: un cambio. Las estadísticas perdieron ya el prestigio de antaño, de manera tal que no es fácil establecer cuantos argentinos rodearon el Monumento de los Españoles consustanciados con el campo, y cuántos estaban allí bregando simplemente para que se los considere humanos, cansados de vivir en el hastío, como rebaño.

En lo cotidiano, uno está dispuesto a aceptar versiones inexactas de ciertos acontecimientos. Un ejemplo banal: se puede hacer caso omiso al empleado que se excusa aduciendo que lo ha demorado el tránsito cuando, en verdad, Morfeo esa mañana no quiso que lo abandone temprano. Pero de ahí a que todos los días, sin excepción, uno soporte leer y escuchar índices fantásticos, y le griten que hay menos pobres, que los precios están bajando, y que aunque creamos vivir en Argentina, en la realidad (oficial) vivimos en Suiza, hay una diferencia más que intrínseca.

Ya intentaron hacernos creer que la inseguridad era una sensación y la inflación “una construcción mediática”. Nos vendieron discursos que, contrastados con lo cotidiano se vaciaron de coherencia. Ante los problemas no se buscaron soluciones, se los ha dilatado con contraataques y denuncias de complot y conspiraciones. De allí que, terminado el proceso parlamentario, y tras un inexplicable silencio de radio, la Presidente convocara a los legisladores del FpV que apoyaron, por convicción o por obediencia debida, su iniciativa pero no para evaluar errores sino para realinearlos. ¿Reflexionaron? No. Atacaron ferozmente a quienes votaron diferente, y salieron a decir que el tema está terminado, aclarando que de ninguna manera han sido derrotados. Nadie pretendía, sin embargo, ponerse el mote de triunfadores, razón por la cuál, la aclaración suena a fracaso autoproclamado, y saca a relucir la debilidad extrema de la jefe de Estado. No en vano las calles de Buenos Aires se empapelaron con carteles que rezan: “Ahora más que nunca, Fuerza Cristina” ¿Por qué “ahora más que nunca” si, desde el oficialismo, niegan un traspié y hablan de traiciones, en vez de ejercicio democrático?

Asimismo, que se festeje que, la Cámara Alta, obró sorteando amenazas y aprietes del Ejecutivo ratifica que la independencia de poderes es un mito. Más que celebrar habría que analizar cómo nos anestesiaron tantos años. Argentina nunca fue un paraíso. Hubo y hay blancos, grises y negros en todos los paisajes recorridos. Los argentinos podemos asumir el error de un gobierno, hay cierta costumbre y entrenamiento en ello. ¿Qué necesidad tienen de vender fortaleza cuando no la hay, en vez de convocar al grueso de las fuerzas políticas para aunar criterios en pro de una mejor gobernabilidad? La metodología del kirchnerismo es intrincada en demasía. Ha habido tantas trampas, y se han guardado tantos ases en la manga que enseñaron a desconfiar de todo cuanto dicen, y también de todo cuánto callan… ¿Por qué hay que creer que ahora lanzarán una gestión renovada? ¿De qué puede servir un cambio de gabinete, si es que lo hubiera, cuando las decisiones sólo pasan por una mente maniquea? Los ministros ni siquiera fueron funcionales a la Presidente, ¿o acaso hicieron algo que no fuera ejecutar órdenes del jefe de siempre? Hay que diferenciar cirugía de cosmética.

Es lícito disfrutar que la corrupción haya fallado pero, sobre un solo caso, no se puede erigir todo lo que implica un verdadero cambio, y menos aún cuando los actores no se han renovado, y es el mismo director quien sigue dirigiendo el teatro. La única transformación palpable está del otro lado: en los ciudadanos que decidieron no aceptar que le sigan vendiendo siempre idéntico espectáculo. Más que centrar la vista en la puesta en escena que se hará de ahora en más en Balcarce 50, conviene observar que la actitud cívica de las últimas semanas, no sea furtiva ni se haya apagado. El cambio social será más fructífero que el cambio político si consideramos quienes habitan la residencia de Olivos.

La necesidad de liderazgos sanos, de marcos de referencia, nos ha llevado muchas veces, a endiosar protagonistas efímeros. Después, ni el recuerdo los abriga porque “la memoria es porosa para el olvido” como decía Borges, o porque no eran dioses sino humanos y se confundieron, erraron como sucediera con Juan Carlos Blumberg. Ejemplos como estos deberían servir para que no sufra igual suerte, el vicepresidente Julio César Cobos. Su voto despertó fervor y merecidos aplausos. Más allá de la motivación, fue quién dio a los argentinos un soplo de aire fresco cuando comenzaba a faltar oxígeno y, en penumbras, casi no nos reconocíamos. Pero dejemos a la historia que lo defina con el adjetivo más preciso.

No es justo depositar en él, las esperanzas de todos, ni mucho menos situarlo en un pedestal donde estuvieron otros a quienes se ha derribado antes de que cante el gallo. ¿Para qué aventurarnos si hemos sufrido ya tantos desencantos? Dejemos que el tiempo decante y apostemos, más que a héroes repentinos, a las energías propulsoras de aquellos que, venciendo miedos y egoísmos, se movilizaron sin flaquear por un país distinto.

Ahora bien, es insólito que más de cien días de crisis pretendan resolverse con un oscuro decreto (ver, si no, la opinión de Gregorio Badeni al respecto). El “dar vuelta la hoja” que proclama el oficialismo huele más a estrategia para ocultar culpa e ineficiencia, que a toma de conciencia. Esperar que los Kirchner cambien frente a lo que ellos consideran apenas un percance generado por deslealtades, y no un error basado en la ceguera, el capricho y la soberbia, es tan ingenuo como peligroso. No puedo compartir el optimismo desmedido de muchos. Si nos quedamos en la algarabía del primer paso, nos olvidamos que hay que seguir caminando.

Cinco años alcanzan para tener una certera idea de quiénes, cómo y de qué forma están gobernando. Si algo hay que reconocer al matrimonio presidencial es la coherencia en sus modos y maneras. El “estilo K” ha grabado a fuego todos y cada uno de sus actos. Tanto la confrontación, la provocación, la conversión de adversarios en enemigos, como la concentración de poder, la soberbia y el revanchismo han estado presentes desde el 25 de mayo de 2003. No entremos a analizar la gestión de Kirchner como gobernador en el sur porque sería un golpe duro a la esperanza que recientemente conquistamos, aun cuando nada extraordinario haya pasado. Porque si analizamos fríamente, sólo pasó lo que pasa en una real democracia: funcionó el Senado. Qué la normalidad genere asombro no es buen dato… Pero claro, habrá que ver si hemos estado viviendo en un país realmente democrático o se nos ha estado engañado.

Rumores de futuros anuncios y reciclados hay demasiados. Conviene esperar a aventurarnos. Imaginarse a Néstor Kirchner alejado de la toma de decisiones es complicado; al respecto, la fábula de la rana y el escorpión algo ha enseñado.

Parafraseando a André Gide podríamos pedir que el cambio avizorado esté en la pupila más que en el objeto contemplado, porque sólo la sociedad puede lograr la profundización de un gesto que renovó el aire viciado. Esperar que el olmo dé peras es desdeñar este instante en que la gota cae en el río de Heráclito. © www.economiaparatodos.com.ar

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