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jueves 12 de febrero de 2004

Marcos Aguinis: una charla a fondo sobre el odio y la educación

El escritor argentino cuenta cómo ha tratado en “Las redes del odio”, su último libro, el tema del desarrollo del odio en la historia y cómo, cada vez más, se va justificando su accionar. Además, reflexiona acerca del estado actual de la educación y de la figura del docente en la Argentina.

– ¿Cuál es el concepto central de “Las redes del odio”?

– El tema del odio es un tema extremadamente complejo que no ha sido tratado en forma directa, de una manera exhaustiva, si lo comparamos con otros fenómenos humanos. El odio es un fenómeno estrictamente humano, no se lo ve en los animales. Sería el más humano y el más inhumano de los fenómenos. El odio hace que los hombres seamos, a veces, más crueles que los lobos porque hace mucho más daño que el que ellos pueden hacer. El odio está presente en la humanidad desde que hay memoria, o antes de que hubiera memoria. Y esto merece ser analizado ahora, porque uno tiene la sensación de que el odio hubiese aumentado en esta época. Así como aumentó la temperatura del planeta, aumentó la temperatura del odio.

– ¿Y a qué cree que se deba?


– Hay muchos focos en el mundo donde el odio está en ebullición y yo lo atribuiría a dos causas. Por un lado, ahora tenemos mejor información que antes. Ahora podemos enterarnos de los estragos que hace el odio en los lugares del mundo. Antes, quizás, ocurría lo mismo pero no lo sabíamos, o no se difundía. Y por otro lado, yo creo que el odio, últimamente, es menos refutado, menos desacreditado de lo que era antes. Hoy hay una suerte de aceptación de que el odio se justifica por las injusticias que hay que hay en el mundo. Para decirlo más claro, la cantidad de víctimas que hay en el planeta por diversas injusticias, por diversos flagelos, hace que se diga “y bueno, ¿qué puede hacer esa gente?”. Es lo mismo que se dice de los piqueteros. Es decir, la gente está frustrada, se siente mal, por lo tanto, odia, tiene bronca. Pero yo diferencio -y lo hago con bastante intensidad en el libro-, lo que sería la indignación, la rabia ante el hecho aberrante -porque uno se pone muy mal ante la injusticia-, y lo que es el odio. A la indignación yo siempre la considero positiva porque es una suerte de escuela que nos estimula a no quedarnos quietos, a no resignarnos. Es decir, cuando algo está mal tenemos que avanzar para resolverlo. La indignación está siempre aliada al pensamiento lógico. Trata de resolver algo.

– ¿Entonces la indignación tiene o puede tener un carácter constructivo?


– Claro. En cambio, el odio siempre es destructivo. Porque el odio lo que busca es hacer daño. Es la incomodidad que siente la persona que odia que está tan mal, tan rencorosa, tan amargada, que para lograr la paz necesita aplicar el odio a otro con la esperanza de que eso le va a dar la paz. Y no sucede eso, porque el odio no da paz. Cuando uno, por odio, comete una venganza, por ejemplo, esa venganza vuelve después contra el que la cometió y se forman esas cadenas que describo en el libro que pueden ser interminables. Sin embargo, en algunas sociedades las vendettas son elogiadas, o las venganzas por el honor son elogiadas. Y esto, yo creo, que es un grave error.

– En algunos casos desde la religión también se dan estas situaciones, ¿no?

– Bueno, la religión ha generado mucho odio. Las guerras de las religiones han estado cargadas de odio. Eso es realmente increíble. En vez de propagar el amor y la fraternidad, han estimulado el odio. Sobre todo las tres grandes religiones monoteístas que sostienen que todo el género humano proviene de una sola pareja, que hay un solo padre de todos, se han lanzado contra el infiel, considerándolo como alguien detestable, digno de odio.

– ¿Hay diferencia entre odio y resentimiento?


– Sí, hay diferencia. El resentimiento es el sentimiento de quien detecta una injusticia y la sufre y, entonces, quiere corregirla. Para eso, está buscando algún tipo de desquite y eso hace que se convierta en una víctima privilegiada. ¿Qué quiero decir? Se trata de una persona que considera que tiene derecho a hacer cualquier cosa porque, como es una víctima, todo lo que haga va a cuenta de reparar la injusticia de la que fue o es objeto. Por supuesto, esto puede llevar a desajustes terribles y a la tragedia en la que cae el rencoroso. El rencoroso, por lo general, termina mal. Pero el rencoroso o el resentido no, necesariamente, llegan a ese nivel obstructivo y cerrado del odio.El rencoroso está siempre queriendo corregir algo que está mal. Pero el que odia no busca la corrección, está ciego, quiere hacer el mal y no sabe muy bien por qué. De allí que muchas veces las causas del odio pueden ser intercambiables. Uno odia por una cosa, y después odia por otra cosa, y después es por otra cosa. Es decir, va poniéndole distintos justificativos, pero lo esencial es que odio. Y por cierto que el odio debería ser identificado y desacreditado como un pésimo consejero. Nunca el odio aconseja bien.

– Cambiando de tema, hace unos meses escribió una excelente nota en La Nación, titulada “Al maestro, con cariño”. En ese artículo, usted enaltece al maestro y, al mismo tiempo, muestra cómo se lo fue denigrando al convertirlo en un “trabajador de la educación”, un “trabajador de la docencia”. Decir esto es políticamente incorrecto, pero: ¿no cree que parte de nuestro problema, en la Argentina, es esa degradación de los maestros y  profesores, que, por falta de capacitación transmiten valores equivocados a las generaciones?

– Cuando yo era chico, en Córdoba -pero lo mismo sucedía en todas partes- pasaba el maestro y era “el maestro”, era la figura, se lo saludaba con reverencia y admiración. El maestro no solamente transmitía conocimientos sino que daba consejos, era el ejemplo, era casi el sabio del pueblo y era bien pagado, por cierto. Trabajaba con vocación y se hablaba del famoso “apostolado de la docencia”.

– Además, ¿había muchos maestros hombres, no?


– Más de la mitad de los maestros fueron varones y podían mantener a sus familias con sus sueldos, en aquella época. Pero lo que ha ocurrido es que la degradación de la educación en la Argentina se ha hecho en base de presuntas conquistas que, en realidad, fueron salvavidas de plomo. Porque transformar al maestro en un trabajador de la educación, lo ha sindicalizado, burocratizado, desmotivado, y lo ha convertido en una persona que no tiene ni jerarquía ni respeto. Y todo esto se suma, encima, a otros defectos muy graves de la educación, que yo en ese artículo critico.

– ¿Qué lugar le parece que ocupa el tema de la educación en Argentina?


– No el que debería. En este momento la sociedad argentina, y no solamente las dirigencias, no tienen en cuenta que la única forma de que nuestro país pueda insertarse en el siglo XXI es a través de la ciencia y de la tecnología, a toda máquina. Esto no se visualiza. Tal es así, que no hemos escuchado ningún proyecto a largo plazo sobre educación en Argentina. Yo no veo que se haya convertido en una política de Estado donde se convoque para ver cómo queremos que sea la educación primaria, secundaria y universitaria dentro de 4 años. Y no digo hoy, ya. Digo dentro de 4 años. Mientras tanto tapemos los agujeros que tenemos, pero proyectemos, para más adelante, aunque sea. Hay que pensar cómo deberá modificarse esto y esto para llegar a ese objetivo en algún momento. Pero, no. No hay ninguna política de Estado con respecto a esto.

– Y en este tema de la educación no se trata sólo de una falta de presupuesto. Finalmente, ese es un problema menor, aunque obviamente también importante. Sin embargo, ¿no es más grave el problema del contenido, de lo que se les enseña a los alumnos, de los valores que se les transmiten y de lo que saben los chicos?


– Coincido totalmente. Hoy el docente es una persona que está como acorralada y con miedo. Cuando viene un padre a hablar con el maestro, no es como antes. Antes un padre venía para preguntarle: “cómo va mi hijo, cómo puedo hacer para que mi hijo mejore, para que estudie más?”. Hoy el padre va al colegio a amedrentar al docente, diciéndole: “¡¿qué le hizo usted a mi hijo?! ¡¿Por qué mi hijo no pasó de grado?!”.

– Antes, si nos ponían un cero en el cuaderno, nos daba vergüenza. Ahora no. Ahora, la culpa de ese cero es del docente. Hay una actitud sobreprotectora para que los chicos no tengan, pobrecitos, “un complejo de por vida”. Ese cero, de antes, a veces, era constructivo.


– Por eso insisto en que el problema no es solamente del Estado. La educación es un problema de los ciudadanos. La sociedad no ha tomado conciencia de eso y yo creo que hay una verdadera confusión con ese tema porque la responsabilidad siempre parece estar en los otros. Tal como sucede con los otros problemas de fondo. © www.economiaparatodos.com.ar




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