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jueves 1 de septiembre de 2005

México y Estados Unidos: una frontera, un dilema

El ingreso de trabajadores indocumentados a los Estados Unidos a través de la frontera con México no ha disminuido ni ha podido ser controlado. Al mismo tiempo, la economía norteamericana precisa de mano de obra no calificada que esté dispuesta a realizar aquellas tareas que los ciudadanos estadounidenses rechazan. Tal vez sea hora de modificar la política migratoria.

“Envíenme a los que estén más cansados,
a los más pobres y a los más oprimidos
que anhelen respirar libres.”

Frase de bienvenida a los inmigrantes escrita en la base de la Estatua de la Libertad.


En un reciente viaje de Estados Unidos a México, tuve la oportunidad de volar en el avión junto a Gregorio, un joven mexicano de unos 21 años. Me comentó que vivía en Carolina del Norte y que viajaba por cuatro meses a visitar a su familia en la ciudad de México. Me contó que vive en Estados Unidos con su hermano de 18 años y que están felices de tener un empleo en una compañía de instalación y reparación de techos de tejas.

Conversamos de todo un poco, sobre su trabajo y su experiencia durante los últimos dos años. Los temas pasaban del clima a las turbulencias de las que era víctima nuestro avión. Gregorio me venía comentando que a él le encantaba viajar así, cuando de pronto me hizo una confesión que cambiaría el rumbo de nuestra conversación durante la próxima hora: “Ojalá el viaje de regreso fuese tan cómodo. Digo, porque lamentablemente voy a tener que caminar bastante para volver…”. Me quede sorprendido, su último comentario me dejaba muy claro que había estado conversando con un mexicano indocumentado de los que tanto se habla y polemiza últimamente en los Estados Unidos. La posibilidad de entrevistar a un “mojado” no se tiene todos los días, y en menos aún a uno con tanta espontaneidad como la que caracteriza a Gregorio.

Tanto oír sobre las nuevas medidas de control fronterizo, la polémica iniciativa privada conocida como minuteman project, las propuestas de militarización de la frontera y los interminables debates entre los legisladores que insisten una y otra vez en evitar una amnistía de ilegales (pese a que desde 1986 ya llevan aprobadas un total de 7) y en particular en no encontrar una solución conciliatoria para los mexicanos indocumentados, hizo que mi próxima pregunta fuera casi predecible: “¿No se ha puesto un poco difícil viajar así últimamente?”. Grande fue mi sorpresa al enterarme que las cosas “están igual de fáciles que siempre” y que la clave de todo es “tener un coyote de confianza, alguien que conoces desde hace tiempo, que normalmente es de la ciudad de la que uno viene”. En el caso de Gregorio, un coyote chilango, es decir un mexicano del Distrito Federal, conocido de su padre y puntualmente quien los cruzó a él y a su hermanito por primera vez hace dos años, era la persona clave para garantizar su regreso. “Lo malo es tener que caminar buena parte del camino al regresar -explicaba Gregorio- La vez pasada caminamos más de 20 horas para llegar, fue terrible.”

Según mi entrevistado, los mexicanos que provienen de pueblos más pequeños o los centroamericanos que intentan llegar a Estados Unidos por medio de México son quienes más sufren en manos de coyotes que aceptan su dinero y luego los abandonan a su suerte en medio del desierto, no sin antes violar y secuestrar a las mujeres del grupo para luego prostituirlas.

Mi próximo comentario iría dirigido a la amenazante iniciativa del minuteman project. Como muchos saben, un publicitado grupo de ciudadanos ha venido criticando fuertemente la capacidad de trabajo de las autoridades migratorias y ha decidido armarse de binoculares y telescopios buscando evitar que llegue el día en que, según ellos, los “extranjeros ilegales y sus descendientes pasen a ser el grupo poblacional dominante en los Estados Unidos y se hayan apoderado de tal manera de nuestros sistemas políticos y sociales que tendrán más influencia que la Constitución sobre el modo en que se gobierna nuestro país”. Mi pregunta fue simple: “¿Y qué tan problemático es el esfuerzo de los minuteman en la frontera?”. “No pasa nada”, dijo Gregorio una vez más. “Debes entender que los coyotes tienen a sus socios norteamericanos del otro lado de la frontera y que estos les informan en tiempo real de la posición de las autoridades migratorias, minuteman y demás problemas que puedan encontrar en el camino. Una vez que reportan eso, es tan solo cuestión de cambiar de ruta”, explicó.

Caben varias reflexiones a partir de esta conversación. La primera: una frontera de más de 2.000 millas, que atraviesa cuatro estados norteamericanos y seis mexicanos, es algo muy difícil y caro de controlar con éxito. Dilapidar miles de millones de dólares para la construcción de un muro o el envío de militares para eliminar mexicanos que tan sólo intentan tener un trabajo que les permita alimentar a sus familias, es una alternativa lo suficientemente onerosa, extrema e inhumana como para ser descartada de plano. El mismo presidente Bush ha dicho en repetidas oportunidades que “hay valores familiares al sur del Río Grande”. Ha llegado entonces el momento de que su administración demuestre que continúa sosteniendo eso. Porque en caso de aplicar políticas anti-mexicanos como las que apoya Tom Tancredo, el gobierno federal terminará concentrando sus recursos en perseguir a jardineros y a meseros mexicanos, mientras los terroristas continúan entrando como lo han venido haciendo hasta el momento: en un cómodo avión y con visas en sus pasaportes. El grado de rechazo de los indocumentados mexicanos entre los ciudadanos norteamericanos continuará dependiendo de si los medios liberales se cansan o no de repetir una y otra vez que la economía de los Estados Unidos se encuentra estancada. Está bien claro que cuando dichos medios dejen de inyectar propaganda política en periódicos y televisión, y reconozcan la bonanza económica de hoy día, la histeria anti-mexicanos disminuirá indefectiblemente.

Una política migratoria sana consistiría en brindarles la posibilidad a los mexicanos de cumplir las leyes migratorias de los Estados Unidos. Después de todo, el problema migratorio comenzó poco tiempo después de la declaración de la independencia de Texas, en 1845 y del tratado de Guadalupe, en 1848, por el cual Nuevo México, Utah, Nevada, Arizona y California pasaron de manos mexicanas a norteamericanas. Hoy en día, el sistema migratorio aprueba un máximo de 5.000 visas anuales para gente no profesional que proviene de México. Pero la economía de los Estados Unidos requiere a cientos de miles de personas avocadas a regar jardines, cuidar bebes, limpiar habitaciones de hoteles y preparar comidas. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, ha dicho al respecto que “a medida que vamos creando una economía más compleja y acelerada, la necesidad de traer recursos y gente de otros países para que continúe funcionando sin problemas, es de gran importancia”.

Sería, entonces, cuestión de prestar atención a la propuesta del presidente Vicente Fox y dejar que los beneficios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se extiendan a los trabajadores de México y crear una nueva categoría de visados para ciudadanos mexicanos con habilidades básicas que vendrían a tomar puestos de trabajo que ningún norteamericano desea aceptar por tratarse de actividades monótonas, repetitivas y que no constituyen ningún desafío en lo profesional. Obviamente, debería aplicarse fuertes multas a quienes han venido violando las leyes migratorias, para no ser injustos con los que hacen el esfuerzo de cumplirlas al pie de la letra. Esta solución tendría, desde el punto de vista de la seguridad nacional, una enorme ventaja: los organismos de seguridad e inteligencia de Estados Unidos contarían con información detallada de cada inmigrante mexicano -nombre, apellido, lugar donde viven, actividades que desarrollan y huellas digitales al día-. No caben dudas de que en tiempos de terrorismo global, es bueno minimizar el número de indocumentados de los que no se tiene ningún tipo de registro. En el nuevo escenario, tendríamos inmigrantes mexicanos felices de respetar la ley y alimentar a sus familias, trabajando legalmente en las mismas actividades en que lo hacen hoy en día, pero pagando los impuestos correspondientes y colaborando con los oficiales de migraciones. Las autoridades de seguridad tendrían precisa información sobre el paradero de estos trabajadores y el tipo de tareas que realizan. A partir de esta nueva situación, sería clave el esfuerzo conjunto de Estados Unidos y México en la lucha contra el narcotráfico en la frontera y la efectiva detención de potenciales amenazas a la seguridad del territorio norteamericano. © www.economiaparatodos.com.ar



Eneas A. Biglione es experto en temas políticos y económicos de América Latina.




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