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lunes 19 de noviembre de 2007

Ni las apariencias engañan

El anuncio de los integrantes del gabinete de Cristina Fernández de Kirchner demostró lo que todos sabíamos: que el futuro gobierno será una continuación del actual y que nada nuevo puede esperarse en la próxima gestión.

Llamó poderosamente la atención el afán de los medios por tratar de adivinar quiénes serían los futuros miembros del gabinete de Cristina Kirchner. Durante unas cuantas semanas, ensayaron varias estructuras, arrojaron nombres para uno u otro cargo con o sin asidero, despertaron intrigas y se hicieron eco de operaciones políticas surgidas en el seno mismo del Gobierno.

Si la elección presidencial no fue sino una reelección encubierta, ¿qué cambios había que esperar? Desde esta columna hemos sostenido que nada cambia con la llegada de la primera dama a la presidencia. El anuncio de la conformación de su futuro gabinete confirmó esa premisa nuevamente.

El único “cambio” (valgan las comillas), en rigor de verdad, es el gran enroque del kirchnerismo: cambiar rey por reina, al menos en apariencia, ya que Néstor Kirchner no sólo no se va, sino que se queda con gabinete y todo. Pasará a gobernar tras bambalinas alimentando el ansia de la reelección indefinida. Algunas confesiones del mismísimo jefe de Estado en Chile corroboraron la sentencia. Kirchner manifestó sin tapujos que, después de escribir uno o dos libros, “podría volver como presidente de los argentinos”. Sin embargo, una tercera reelección no parece ser fácil en la Argentina, máxime cuando, aún antes de inaugurarse la segunda, los conflictos salen a escena.

A Carlos Menem la gente le otorgó dos mandatos, ése parece ser el límite de una sociedad apática, capaz de tolerar lo intolerable y de ser permeable en su memoria. Además, exacerbada como está (basta observar las caras que ocupan y ocuparán los despachos), la continuidad trae aparejada una realidad inexpugnable: muchas de las figuras que se quedan están desgastadas. Es cierto que el desgaste no le importó demasiado a quienes votaron en pro de la candidata oficialista, pero este sacar provecho del desgaste no es un buen augurio. Desde el vamos, el próximo gobierno pierde su tiempo de gracia. El énfasis del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, por asegurar que esta estructura ministerial será para los próximos cuatro años fue un exceso de histrionismo que despierta sospechas y hace dudar del tiempo que podrán permanecer muchos de los ministros en sus cargos una vez iniciado el segundo período presidencial del kirchnerismo.

De todos modos, quedó en evidencia que el cambio proclamado en el slogan proselitista era otra falacia más. Sorprenderse incluso de la cara joven que se incorpora al elenco tampoco suena muy razonable. Desde hace cuatro años, el ministro de Economía de la Argentina es Néstor Kirchner. La polémica sobre la salida de Miguel Peirano y los enconos dentro de los despachos no fueron sino una campaña que algún sector de Balcarce 50 libró para ganar espacios. Que los medios y la calle se hicieran eco de esos correveidile pone de manifiesto lo fácil que sigue siendo distraer al pueblo.

Mientras tanto, nadie advirtió, al menos en público, un dato poco alentador para los años que se avecinan: Cristina Fernández de Kirchner tuvo su primera crisis política antes siquiera de asumir la presidencia. ¿Qué puede esperarse en consecuencia? Se le revolvió el avispero de la noche a la mañana y, antes de calzarse la banda y tomar el cetro, debió apurar los tiempos para acallar escándalos que ya traspasaban las paredes de la Casa Rosada.

Paradojas de un Frente Para la Victoria con un frente interno de derrotas y carencias que explican esa repetición de caras viejas y que los enroques primen por sobre los cambios. Hay situaciones que solamente pueden darse en la Argentina concebida por una dirigencia sumida en la soberbia y necesitada de continuar con los negocios que ya se iniciaron, manteniendo los interlocutores en cada área. Un ex prófugo de la Justicia pasó entonces a tener el mando en esa cartera y la calidad institucional sigue siendo un anatema. También está claro que el matrimonio presidencial confía en muy pocos. Y que no les convenía mover demasiadas piezas si no querían enfrentarse otra vez a sorpresivos arrepentidos. La experiencia vivida con el ex gobernador de Santa Cruz, Sergio Acevedo, surtió efecto. Quienes quedaran fuera de juego podrían hablar más de lo debido. Por eso, y aunque –pese a que la olla se mantenga tapada– el olor se sienta, van a tratar de mantener las apariencias y el espejismo de un crecimiento que sólo se da en los índices, en los discursos del atril y en las portadas de ciertos medios.

En verdad, si bien se mira, la Casa de Gobierno está pareciéndose en demasía a la planta de Botnia. Destila mal olor, pero no se relocaliza ni hay pruebas concretas de que contamina. Cuando la sociedad ya esté enferma habrá que ver quién reacciona y de qué manera para erigirse alternativa.

No hay mucho que esperar. La obviedad será la característica intrínseca del gobierno de Cristina por la continuidad que implica. Vendrán medidas populistas, una estrategia comunicacional basada en el silencio y la distracción continua, demagogia coyuntural, ajustes y aprietes, indiferencia real y negociados detrás de escena.

“Equipo que gana no se toca” fue la consigna de Néstor Kirchner como DT. El equipo sigue, pues, jugando el partido. Lo cierto es que podemos discutir si éste gabinete es el triunfo de Alberto Fernández o si el gran ganador es Julio De Vido. Quizás ese es el debate que al Gobierno le conviene. Mientras dilucidamos internas y presenciamos batallas de poder como la librada por Hugo Moyano en la puerta de la legislatura porteña, la Argentina sigue desaprovechando oportunidades únicas y la gente dejando pasar como si nada el aumento de tarifas, el incremento en las naftas y las subas en las prepagas, las matrículas escolares y los precios de la temporada, y lo que es más triste aún, la burla de un matrimonio que se sucede a sí mismo como si el país fuese de su propiedad privada. © www.economiaparatodos.com.ar

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