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jueves 17 de noviembre de 2005

¿Nos estaremos poniendo viejos?

Las quejas de alumnos, apoyados por padres y docentes, frente a la decisión de las autoridades bonaerenses de implementar evaluaciones integradoras de fin de año se basan en argumentos pueriles que no resisten el más mínimo análisis.

En el mes de mayo, a través de esta misma columna, expresaba mi satisfacción sobre la decisión de las autoridades educativas de la provincia de Buenos Aires por haber implementado evaluaciones integradoras en algunas materias del ciclo Polimodal. Expresaba en ese momento que una instancia donde los alumnos pueden mostrar lo que saben siempre ayuda al proceso educativo.

Durante estos últimos días, y con cierta organización, ha habido marchas y tomas de establecimientos educativos por parte de los estudiantes para rechazar estas evaluaciones:

“Franco Rappanelli, de la Coordinadora de Estudiantes Secundarios, cuestionó la decisión de que se tome la prueba «por la falta de información a los alumnos y porque el examen no puede elevar el nivel educativo cuando durante todo el año se degradó a la educación». Una posición similar adoptó Diego Galmarini, dirigente del centro de estudiantes de la escuela media 2, donde hoy se realizó un corte de calles. «Antes de que se crearan estos exámenes no se tuvo en cuenta que este año hubo menos días de clase y no se vio todo el programa. El Estado no da una buena educación y ahora no puede tomar una prueba de este tipo», se quejó.” (Diario Clarín, 15/11/05)

Es entendible que los argumentos que utilizan los alumnos sean pueriles, pues se trata precisamente de jóvenes.

Creo que la primera idea que hay que dejar clara, aunque parezca obvia, es el objetivo del sistema educativo formal: éste está para enseñar y que los alumnos aprendan, y no para emitir títulos o certificados. Por lo tanto, rechazar las evaluaciones integradoras porque teóricamente van a tener malos resultados es lo mismo que decir “no me importa aprender sino aprobar”. Si efectivamente en algunos casos tienen malos resultados, será signo de que la escuela no ha conseguido que esos alumnos aprendan, y por lo tanto deberá reforzar la enseñanza.

Tampoco parece que los alumnos que toman escuelas para manifestarse en contra de estas evaluaciones hayan entendido que se trata de una evaluación integradora y no de una evaluación final. Para poner un ejemplo, si estoy enseñando fútbol, enseño a patear, a cabecear, el reglamento, a hacer el lateral, etcétera. Una evaluación final consistiría en tomar el reglamento y hacer que cabeceen bien un determinado número de veces, entre otras acciones, mientras que una integradora es sencillamente que jueguen un partido. Si durante el año aprendieron y practicaron no tendrán inconvenientes en jugar, aunque no sepan de memoria qué dice el reglamento acerca del peso o volumen de la pelota que en su momento hubieron de aprender.

Entiendo que los alumnos se quejen, aunque no comparto en absoluto la metodología que utilizan para ello, y en este sentido quiero destacar la actitud de las autoridades educativas de la provincia de Buenos Aires de mantenerse firmes en la “toma” de las evaluaciones a pesar de las “tomas” de escuelas. Esto no sólo contribuye a mejorar el nivel educativo, sino también a mostrar que existe un principio de autoridad que hay que respetar.

Decía que puedo entender las quejas de los alumnos, pero reconozco que no me cabe en la cabeza que haya sindicatos de docentes que hayan compartido los infantiles argumentos de los estudiantes:

“La marcha que realizarán mañana los estudiantes secundarios cuenta también con el apoyo de la filial La Plata del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTEBA), que se opone a la toma de este tipo de exámenes.” (Diario Clarín, 15/11/05)

Aparentemente, es “progresista” negarse a examinar para evaluar conocimientos. Y lo terrible es que, si la escuela no les “avisa” que no saben, la que lo hará será la sociedad, con un costo mucho mayor y cuando es más difícil revertir la situación.

Ayer escuchaba por la radio al periodista Rolando Hanglin, que dialogaba con una madre que había ido a la escuela a “apoyar” la toma que su hijo estaba realizando en contra de los exámenes. Manifestaba Rolando que no entendía cómo la madre podía estar en contra de que se evaluara si su hijo sabía o no. Me hizo mucha gracia cuando, al no entender esto, se preguntó si “no nos estaremos poniendo viejos”, pues reflejaba exactamente lo que yo siento.

Por último, en esta realidad actual donde el desafío educativo pasa más por educar la voluntad que la inteligencia, una prueba de este tipo, además de los procedimientos adquiridos durante el curso lectivo, muestra una contracción al estudio, al trabajo y a la práctica que sería complicado conseguir sin este tipo de evaluaciones. Todos somos conscientes de que muchos alumnos “inteligentes” pasan con buenas notas por sólo prestar atención en clases, y esto no parece preparar ni para la vida universitaria ni para la profesional. Las evaluaciones integradoras ayudan también a este tipo de alumnos. Y si a alguno le va mal, tendrá que poner más esfuerzo para aprender. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles (Pilar) y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina).




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