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jueves 15 de junio de 2006

Optando por sufrir

Algunas personas o países no están preparados para afrontar el éxito. Por eso, prefieren sufrir antes que enfrentar las consecuencias, responsabilidades y efectos que acarrean los triunfos en cualquier ámbito de la vida.

“Ten cuidado con lo que deseas porque puedes conseguirlo.”
Proverbio árabe

Dicen que el fútbol suele ser un reflejo sociológico de los países que lo juegan. Y en estos tiempos de Campeonato Mundial uno se siente tentado a tender esos puentes de comparación entre el juego, las decisiones técnicas y los jugadores del Seleccionado Nacional con la performance, las opciones históricas y las inclinaciones de la sociedad argentina.

Luego de ver el primer partido de la zona C entre Costa de Marfil y nuestro equipo, son varios los datos interesantes que pueden anotarse en línea con aquélla pretensión.

A nivel de los países, el éxito viene acompañado, seguramente, por un mejor estándar de vida para sus pueblos, de bonanza económica, de riqueza. Pero en la sociología moderna –e incluso a nivel individual, en términos psicológicos- se ha constatado que los países exitosos deben aceptar las consecuencias del éxito. Es decir, el éxito –con todo lo apetecible que pueda resultar a primera vista– no es para cualquiera. El éxito trae aparejadas consecuencias. No todos los efectos del éxito son agradables. El éxito suele traer con él, como compañeros indeseables, compromisos, antipatías, necesidad de adoptar una posición determinada y sostenerla, crearse amigos y… adversarios.

Hay países –y personas a nivel individual– que no están preparados para ello, que prefieren la mediocridad del anonimato a tomar decisiones que, aún con el probable éxito que conlleven, significarían una exposición y un protagonismo que, en el fondo, temen y recelan.

Estas sociedades, de todos modos, suelen reclamar a los cuatro vientos la necesidad de vivir mejor, pero instintivamente resisten los caminos que podrían darle ese resultado. Quieren el chocolate, pero rechazan el cacao.

El primer partido de la selección dejó muchos resquicios para este análisis futbolístico-sociológico. Todo el mundo, pese al triunfo inicial, quedó con una sensación de disconformidad. El equipo había terminado pidiendo la hora en lugar de liquidar el partido con la concreción de un par de goles adicionales a los del primer tiempo.

También en el fútbol hay que estar preparado para el éxito. También el éxito tiene su costado antipático, también el éxito reclamará un protagonismo a la altura del cual no todos están. Para un país como la Argentina, que vive por el fútbol, resulta obvio que ser exitoso allí resultaría muy reconfortarte. Pero las íntimas vibraciones que terminan decidiendo el éxito en el fútbol, dependen, como en la vida, de aquéllas convicciones inconscientes que preparan a los protagonistas para las consecuencias del éxito. Si no se está preparado para aceptarlas, se tomarán decisiones que, siendo racionalmente explicables, no dirigirán al éxito al conjunto o, aun obteniéndolo, lo pondrán en peligro para el futuro.

Una de esas decisiones tiene que ver con los recursos disponibles. Está claro que el éxito se logra con más facilidad, tanto en el fútbol como en la vida, usando los mejores recursos disponibles y que, al contrario, no se logra o se pone en riesgo si esos recursos se subutilizan.

Es entendible que en la vida económica o futbolística de los países éstos tengan que adaptarse a los recursos de que disponen. Y es también comprensible que los países traten de arreglárselas como puedan cuando no disponen de esos recursos. Es como el mecánico pobre que trata de reemplazar su escasez de herramientas clavando un clavo con el mango de un destornillador. Es muy conmovedor su esfuerzo y muchas veces uno se siente tentado a desearle un triunfo resonante a ese personaje, en lugar de deleitarse con el éxito del rico que obtiene sus resultados desplegando una artillería de herramientas. Pero frente a los que uno siente verdadera lástima (cuando no directamente repugnancia), tanto en el fútbol como en la vida, es frente a aquellos a quienes la vida o la naturaleza los dotó de un enorme herramental natural y no lo usan o lo desperdician. Es en ellos en donde uno sospecha se encuentra el temor a ser exitosos. La sociología indicaría que hay un temor oculto a ser exitoso cuando los países (o los técnicos de fútbol) voluntariamente dejan de usar sus mejores herramientas para obtener los mejores resultados. Está claro que resulta difícil creerlo. Se me dirá: ¿cómo voluntariamente voy a dejar de usar lo mejor que tengo?, ¿cómo me voy a causar un perjuicio propio?, ¿cómo voy a elegir la opción que me conviene menos? Muy bien, la sociología y la psicología están cansadas de explicar fenómenos como estos.

Está claro que, futbolísticamente, la Argentina ha producido un jugador fuera de serie, un jugador diferente a todos los que juegan este juego en el mundo, el primer jugador de esa clase después de Maradona. Se trata de Lionel Messi, el delantero del Barcelona pedido a gritos por el país. No estaba en España de vacaciones ni en Rosario jugando al truco con sus primos. Estaba sentado al lado de Pekerman en un partido en donde la Argentina había perdido la pelota y Costa de Marfil achicó la diferencia a un solo gol. Messi es uno de los pocos jugadores del mundo que gambetea. Esta palabra, que va camino de caer en desuso por inexistencia de la actividad que designa, sigue siendo conjugada envidiablemente por este chico de 18 años que es capaz de tener la pelota, correr con ella hasta abajo del arco, provocar penales, tiros libres, expulsiones… Pero allí siguió, sentado como un espectador.

Ya le había ocurrido el año pasado en Holanda cuando en el Campeonato Mundial Juvenil, el conjunto de cráneos que los dirigía consideró que Messi no podía ser titular ni siquiera en un equipo sub 20. Por supuesto, la Argentina perdió el único partido que Messi no jugó. Luego, él llevó el equipo al campeonato.

No poner a este chico y perder, ¿habrá sido una casualidad o una inconsciente tentación de no enfrentar el éxito? El arriesgar el partido inaugural de la selección en este Campeonato del Mundo al mantener atornillado a su silla al jugador que todos quisieran tener, ¿habrá sido una casualidad o una manifestación más de ese intrigante coqueteo con el fracaso que en la historia ha caracterizado a la Argentina como país?

Fueron muchas las ocasiones históricas que el país tuvo para cambiar un rumbo de pobreza y estancamiento. En esos momentos se echó mano a las peores opciones. Alianzas equivocadas, ideas derrotadas, concepciones probadamente fracasadas. ¿Fueron sólo errores o la manifestación inconsciente de que, por más que se lo reclame, no estamos preparados para procesar lo que el éxito conlleva y significa?

En este mes, dominado por la influencia electrizante del Mundial, las decisiones de los que dirigen un conjunto de jugadores de fútbol pueden resultar muy sugestivas a la hora de analizar las decisiones que hemos tomado y seguimos tomando como país. Quizás el incomprensible fracaso argentino –si uno tuviera que explicarlo por recursos materiales y humanos– se torne entendible si prestáramos atención a las decisiones que a lo largo de la historia hemos tomado. Hemos dejado a muchos “Messis” en el banco en momentos cruciales. Y eso se paga. Se paga con el éxito que se reclama pero que, en el fondo, no se quiere. © www.economiaparatodos.com.ar




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