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lunes 6 de octubre de 2008

Padres felices, hijos felices

Una familia donde haya amor es el requisito más importante para que la felicidad deje de ser una potencialidad y se convierta en realidad.

“Un hermoso recuerdo, un recuerdo sagrado,
conservado desde la infancia, es quizás la mejor educación.
Recogiendo en la vida muchos de esos recuerdos,
el hombre se salva para siempre.”
Fiódor Dostoievski

Todos y cada uno de nosotros nacimos con la potencialidad necesaria para ser felices, y nuestros hijos también.

¿De qué depende que esta potencialidad florezca? Fundamentalmente, de la posibilidad de pertenecer a una familia donde hay amor. Esta es la base más sólida que un niño puede tener para comenzar su camino hacia la felicidad.

La educación de los hijos es un proceso de aprendizaje de los padres que dura toda la vida, y siempre es posible hacerlo mejor. Una experiencia positiva de maternidad y paternidad implica una mamá y un papá atentos, cercanos, cálidos, calmados y, sobre todo, alentadores del desarrollo de los hijos. Ellos necesitan sentirse valorados, seguros, queridos, para emprender la tarea de su independencia.

Es importante entonces que los hijos reciban de sus padres mensajes que signifiquen una esperanza, la sensación de que son capaces de vivir sin temor, de explorar el mundo con la sensación de contar con nuestro apoyo incondicional y de que ellos significan para sus padres una gran alegría. Que estamos a su lado.

La familia es el lugar donde no sólo se espera recibir alimento, sino protección, cariño, comprensión. Es allí donde vivimos la experiencia de querer y ser queridos por otros. Es el lugar en donde se aprende la incondicionalidad del amor.

Esta es la gran responsabilidad que tenemos los padres: crear el clima adecuado para que nuestros hijos puedan desplegar todas sus potencialidades y de esa manera ser felices. Un clima de confianza, de seguridad, de pertenencia a la familia les permite sentirse reconocidos por lo que son, por sus propios valores.

¿Qué nos pasa entonces a los padres que nos cuesta tanto poner en práctica lo que muchas veces sabemos?

La seriedad y la responsabilidad de tener un hijo nos quita la “alegría” de la maternidad y la paternidad, la posibilidad de aprovechar el aquí y el ahora de nuestros hijos. Porque la maternidad y la paternidad se viven hoy en muchos casos como un peso.

¿Disfruto o estoy esperando que los chicos crezcan y que esto pase pronto? Esto genera culpa y nos paralizamos, no sabemos qué hacer. No debemos ser padres culpables, sino padres responsables. ¿Qué diferencia la culpa de la responsabilidad? La posibilidad de hacerse cargo. Si me hago cargo, puedo saber qué hice bien y en qué me equivoqué y a partir de allí mejorar. El padre y la madre responsables viven con alegría su paternidad y actúan en consecuencia, asumen su rol.

He aquí el gran desafío de la paternidad y la maternidad: ayudar a nuestros hijos a creer firme y sinceramente en sí mismos. Todos podemos pensar: “Sí, amo a mi hijo”. No se trata de eso simplemente, sino de que ellos se sientan amados, respetados, valorados. Para ello es necesario que les comuniquemos nuestros sentimientos.

Pensemos entonces que somos espejos para nuestros hijos, el más importante. Esta tarea de ser padres es un trabajo permanente, de presencia, de mirada, de entrega. A partir del momento que somos padres y madres, nuestra vida se transforma, se ilumina, se llena de sentido y comenzamos a recorrer un camino junto a nuestros hijos.

Seamos verdaderos testimonios de felicidad, “…un hermoso recuerdo, un recuerdo sagrado…”, que guíe e ilumine la vida de nuestros hijos para que encuentren su propio camino hacia la felicidad. © www.economiaparatodos.com.ar

La profesora María Pía del Castillo es miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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