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jueves 28 de junio de 2007

Paradojas de la inclusión social

A pesar de que el Gobierno dice impulsar un “modelo de producción y de inclusión social”, en estos cuatro años de gestión no se ha dado a conocer ninguna iniciativa ni medida práctica destinada a lograr la incorporación de los marginados al mercado laboral.

Una de las apelaciones más misteriosas del discurso progresista es la constante referencia al “proyecto del presidente”, sin que nadie –ni quizás él mismo– sepan de qué se trata.

De todas maneras, esas palabras funcionan como un talismán o instrumento mágico que permite embaucar a mucha gente dándoles a entender que existen visiones sobrenaturales privativas del más alto nivel gubernamental.

Ahondando aún más, algunos hermeneutas de la política y economistas afines al oficialismo llegan a sostener que el “proyecto del presidente” se compone, entre otras, cosas de un enigmático “modelo de producción y de inclusión social”.

Durante la reciente campaña electoral en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el propio presidente y su delfín insistieron machaconamente en que estaban en juego dos “modelos distintos de país”.

Hacían alusión a que ellos tenían un proyecto progresista –único y hegemónico– basado en las convicciones de la militancia y en las utopías sociales, mientras que el candidato opositor, apabullante triunfador, sólo presentaba propuestas concretas para una gestión eficiente que admitía el desarrollo en libertad de innumerables proyectos por parte de cada ciudadano de la Capital Federal.

Pero, cuando los oráculos del presidente tratan de explicar el “modelo de producción y de inclusión social”, comienzan a proferir explicaciones sociológicas y dialécticas que oscurecen en lugar de aclarar.

Recurren al típico recurso del lenguaje confuso en lugar del idioma claro y comprensible, lo que les permite esconder sus intenciones.

Este subterfugio ya fue desenmascarado por el gran filósofo austríaco Karl Popper (1902-1995), el mismo que demostró la especificidad de la lógica de la investigación científica y que renovó la epistemología en una búsqueda sin término de la verdad. Popper, simplemente, dijo algo que es perfectamente aplicable hoy en día: “Buscar la sencillez y la lucidez en el lenguaje es un deber moral para los hombres públicos y los científicos, porque la falta de claridad significa únicamente que no saben lo que dicen o que tratan de engañarnos”.

El modelo hegemónico

En este marco conceptual está involucrado el famoso “modelo de producción y de inclusión social” que, curiosamente, no ha mostrado ni una sola idea reflexiva en materia de producción y ninguna acción práctica para favorecer la inclusión social.

En un artículo anterior (“Pontifican y no hacen nada”), señalamos que los datos oficiales muestran que el 62% de la población comprendida entre los 15 y los 65 años de edad tiene graves problemas de empleo y de inserción social, pese a los cuatro años de “crecimiento asiático” que enorgullece a los gobernantes.

Esos problemas pueden ser divididos en dos conjuntos. El primero corresponde a la mayoría de los que trabajan percibiendo salarios en negro, lo que sucede tanto en el sector privado como en la administración pública. La razón de esta informalidad laboral muy extendida no es otra que el excesivo despojo de las cargas sociales disfrazadas de aportes, contribuciones y provisiones, porque disminuyen el salario de quien trabaja en blanco para alimentar un conjunto parasitario nucleado alrededor del Estado, los sindicatos y la industria del juicio laboral.

El otro conjunto es el que afecta a los que están abiertamente desocupados, a quienes no tienen trabajo estable, sino meras changas, y a la multitud que vive en refugios precarios construidos con trozos de chapas, maderas y cartones embreados, atados con alambres y carecientes de las mínimas condiciones de higiene, seguridad y decoro.

Para estos últimos compatriotas se han ensayado indignantes métodos serviles: el reparto de artefactos del hogar para comprarles el voto, el arreo multitudinario en ómnibus como si fueran animales de tiro, la distribución de emparedados y gaseosas a cambio de aplaudir candidatos insulsos y la entrega de planes asistenciales manipulados por sospechosos punteros políticos. Salvo esas decadentes acciones no se conoce ninguna iniciativa ni medida práctica destinada a lograr la inclusión social de los carenciados.

La verdadera inclusión social

La inserción de las personas marginadas dentro del sistema de producción moderno no consiste en una cuestión meramente técnica ni económica, sino en considerar las condiciones culturales y espirituales que debemos promover para que ellas participen del banquete del crecimiento en paridad de condiciones con el resto de la población.

Se trata de una ardua cuestión muy parecida a la invasión de los bárbaros a principios de la Edad Media, entre los siglos III y IV. En ese entonces, los pueblos cultos de las Galias, Britania, Hispania, Aquitania, Germania e Italia fueron asolados y ocupados por los bárbaros que venían del Este: vándalos, suevos, visigodos, burgundios, sajones y francos, quienes llegaron a destruir y saquear a Roma, la capital del imperio.

La historia nos enseña que ellos fueron asimilados a la civilización porque hubo dos instituciones fundamentales que pusieron punto final al caos político y moral que se extendió hasta finales de la Alta Edad Media: las abadías cistercienses y las legiones romanas. En las abadías del Císter los bárbaros cultivaron el espíritu, descubrieron las artes y las ciencias, se hicieron artesanos y aprendieron la agricultura. Con las legiones romanas recibieron la enseñanza de la disciplina militar, el entrenamiento físico, el trabajo en equipo, el sentido del deber y el respeto al superior jerárquico.

Ahora, de la misma manera, es necesario enseñarles a nuestros marginados contemporáneos a descubrir y desarrollar una serie de condiciones culturales y espirituales previas para poder insertarse y aprovechar los beneficios del sistema económico que mantiene vivos a los seres humanos mediante la cooperación espontánea.

La inclusión social no puede lograrse repartiendo planes asistenciales ni entregando cupones de alimentación. Necesita que la mente de los marginados comprenda cómo funciona el sistema industrial moderno, que es la base sobre la cual ellos mismos reciben los bienes necesarios para vivir. Esa comprensión exige imperiosamente de una serie de requisitos.

El primero es que aquel que dice “mañana” efectivamente quiera decir “mañana” y no se refiera a una vaga e ignota posibilidad futura. Las otras condiciones son: la precisión, que es la cualidad de saber trabajar con exactitud y cuidados rigurosos; la puntualidad, o sea el sentido del tiempo caracterizado por saber hacer las cosas dentro del plazo prometido; la seriedad, que es el comportamiento responsable que permite obrar con reflexión; y la profesionalidad, demostrada por el amor al trabajo bien hecho que induce a sentirse orgullosos por la obra realizada.

Esta base cultural y espiritual debe ser inculcada absolutamente a todos aquellos que están excluidos del proceso productivo y que viven marginalmente como seres de inferior categoría.

Para poder salir de la miseria en que están sumergidos, esas personas debieran recibir una preparación cultural y espiritual previa y luego ser entrenados de manera que puedan poseer y dominar las tres condiciones necesarias para salir de la pobreza estructural:
a) Una disposición favorable al progreso técnico, consistente en la aptitud mental para entender la racionalidad científica y la capacidad para encontrar aplicaciones prácticas a los conocimientos científicos que vayan aprendiendo.
b) El desarrollo de una pasión creadora, esto es el deseo de disponer de los mejores medios de producción para crear nueva riqueza tendiendo a una perfección progresiva en la tarea industrial.
c) El espíritu de trabajo y de ahorro, para estar en condiciones de realizar todos los esfuerzos necesarios para desarrollar el propósito anterior, lo que implica la aceptación del trabajo duro y competitivo, así como la abstención temporaria del deseo de consumir para poder ahorrar.

Este programa de inclusión social no se consigue con discursos vacuos detrás del atril ni tampoco con la difusión de datos cuya confiabilidad está en descenso. Necesita, por parte de la dirigencia política, de una comprensión del problema y tres niveles muy claros de medidas adecuadas: el acceso de los menesterosos a la propiedad privada, la posibilidad de acumular el capital necesario sin verse socavados por la inflación ni expoliados por los impuestos y el entrenamiento dentro de las industrias sin que los empleadores se vean acosados o extorsionados por una legislación laboral litigiosa.

Claro es que dicho programa requiere grandeza de miras. También exige ser comprendido y estimulado por todos los políticos de derecha o de izquierda, sean conservadores o progresistas y tengan un ideario liberal o socialista. Lo único importante es que sean honestos, entiendan lo que están haciendo, dejen de mentir y actúen motivados sinceramente por el bienestar general. ¿Será esto mucho pedir? © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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