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sábado 20 de julio de 2013

Parecidos razonables

Parecidos razonables

Hace unos años, en uno de mis viajes a Argentina, Cristina Kirchner hacía poco que había recibido la tiara real de manos de su ínclito marido e iniciaba su reinado con los aires de diva que después convertiría en marca de la casa

Hace unos años, en uno de mis viajes a Argentina, mostré preocupación por el fenómeno peligroso que empezaba en ese país. Cristina Kirchner hacía poco que había recibido la tiara real de manos de su ínclito marido e iniciaba su reinado con los aires de diva que después convertiría en marca de la casa. Lo que más me sorprendió -en esos tiempos que aún debían de ser los de la inocencia- fue que doña Cristina no daba entrevistas y tampoco permitía preguntas en rueda de prensa de sus ministros. Su interlocución con la prensa se daba, pues, a través de mítines, declaraciones dirigidas y un permanente spot movie de su campaña que llenaba los informativos como si la televisión aún fuera en blanco y negro. Recuerdo que hablándolo con uno de los grandes del periodismo argentino, Marcelo Longobardi, le comenté que eso era el principio del fin de la democracia. Y así lo mantengo. Si la democracia tiene alguna fiabilidad, es justamente por el equilibrio entre los distintos poderes que se tutelan, se miran de reojo y, por supuesto, se controlan. Desde el poder político hasta el judicial pasando por la fuerza de la sociedad civil o la libertad de información, la buena salud de un sistema de libertades se basa en la independencia de dichos poderes, tanto como la mala salud se adivina con la perversión de dicha independencia en aras del poder político. Cuando un periodista no puede preguntar a un gestor público cualquier pregunta, algo muere en la democracia.

 

Y ello ya está pasando en España. A pesar de que se considera «normal» que un presidente no dé entrevistas, ni ruedas de prensa abiertas, lo cierto es que todo ello es anormal, inmoral y muy poco democrático. Un presidente es alguien elegido para administrar la res pública y, por tanto, la información no es un derecho que controla como quiere, sino un deber exigible. Sin embargo, Rajoy ha pasado de ser un presidente capaz de encerrar a los periodistas en una sala mientras daba una especie de conferencia vía televisión, a pactar dos preguntas con un periódico amigo, llevar las respuestas escritas y no permitir ninguna más, todo ello en medio del mayor escándalo de corrupción vivido en democracia. Es decir, ha pasado de ser un presidente plasma a ser un presidente teleprompter, lo cual es, además de un chiste malo, un hecho inaceptable. En este sentido me escandaliza la normalidad con que los analistas hablan de «estrategia comunicativa» más o menos inteligente, porque es igual la estrategia de un político. Lo que es fundamental es exigirle explicaciones cuando debe darlas. Y esta urticaria que Rajoy demuestra ante la prensa es un síntoma pésimo de la mala salud de la democracia española, cada día más parecida a la argentina. Porque cuando se acepta que la información de un político es propiedad suya, se acepta que también lo es la democracia. Y a partir de ahí, todo rueda hacia abajo.

Fuente: http://www.pilarrahola.com/