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jueves 20 de julio de 2006

Poderosas debilidades

La historia indica que aquellos gobernantes que concentraron la suma del poder terminaron cayendo en forma estrepitosa justamente porque trataron de disfrazar la debilidad estructural en la que se apoyaban con los ropajes de la prepotencia y el autoritarismo.

“Dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces.”
Dicho popular


¿Será la desesperación por conseguir más poder la señal final de que no se tiene ninguno? ¿Será la necesidad de concentrar atribuciones sin límite la pantalla con la que se pretende esconder una paupérrima debilidad?

El ingenio popular, muchas veces aplicado entre los amigos que alardean acerca de su vitalidad sexual, ha llevado a señalar la exacerbación de lo que se dice tener como la prueba manifiesta de lo que se carece.

Los analistas de la política argentina no dejan de repiquetear sobre la notable acumulación de poder que el presidente Kirchner ha logrado desde que llegó al gobierno por la vía de un minoritario 22% de los votos electorales. Sin embargo, en una carrera desenfrenada, el titular del ejecutivo no para de imaginar opciones para acumular más capacidades para operar sin control.

La pregunta que deberíamos hacernos es si esa operatividad implica necesariamente la vigencia de un presidente poderoso. Los países que marcan el rumbo de la democracia civilizada -y que nadie dudaría en identificar como los más poderosos e influyentes de la Tierra-, deben someterse a mecanismos de compensación del poder, pensados, justamente, para dejar a salvo y defender los derechos individuales. Su verdadera fortaleza radica en la posibilidad de encarar acciones que resulten respaldadas por las otras expresiones de la soberanía popular: la Justicia y la Ley.

La historia de gobernantes que han concentrado la suma del poder no ha tenido horizontes extendidos. Como una prueba de que el virus que los infectaba era una debilidad estructural, la concentración los llevó a cometer más y más errores –cuando no horrorosas injusticias- y eso, los dirigió, obviamente a su propia caída.

El presidente omnipresente que grita e insulta cotidianamente, ¿está en condiciones de soportar tres meses de tapas adversas de Clarín o La Nación? ¿Su pretendida fortaleza se sostiene sobre pilares verdaderos que calan hondo en el sentir de la sociedad o, más bien, dependen del silenciamiento, y de la necesidad de estar detrás de cada crítica o de cada opinión para evitar que se expresen libremente y así mellen las estructuras de un castillo de naipes?

El gobierno dispone de quórum propio en el Senado y de una confortable mayoría en Diputados. ¿Para qué erizar los ánimos públicos para institucionalizar el gobierno por decreto y la posibilidad de que el Jefe de Gabinete (¿?) maneje a su antojo los fondos públicos del presupuesto nacional?

Por otro lado, la sociedad asiste al debate de ambos proyectos como si la discusión le pasara a cientos de kilómetros. No logra conectar esas aspiraciones presidenciales con un peligro concreto a los derechos de su vida cotidiana. La sociedad también es débil. No discierne con suficiente claridad el sistema de derechos, ni toma como una pérdida la entrega de libertad individual a los poderes públicos. Muchas veces ni siquiera es conciente de cuáles acciones del poder van en detrimento de sus garantías.

El sistema de instrucción pública manifiesta aquí un fenomenal fracaso. Muchas veces se le adjudica a la falta de educación la raíz de muchos de los males de la Argentina. Pero, en esto, la educación de la buena persona –que básicamente debe seguir siendo una potestad hogareña- no tiene intervención: es la carencia de fundamentos cívicos básicos lo que debilita la fortaleza institucional de la sociedad. Ante esa debilidad y huérfanos de todo norte que les inspire una aventura individual, muchos argentinos optan por encumbrar a un mandamás, de quien suponen que tiene las respuestas para todas sus preguntas. Siendo ése su contexto, no dudan en endosar poderes exacerbados a ese personaje.

La suma de un gobierno débil con herramientas ilimitadas de poder y una sociedad sumisa e ignorante de una institucionalidad equilibrada produce una cadena de endiosamientos y caídas en el nivel del gobierno y una serie de ilusiones y frustraciones a nivel de las personas.

¿Cómo salir de este círculo vicioso? Los poderes públicos, que deberían reformar las señales que les llegan a los chicos en la escuela pública para que desde allí comiencen a comprender el funcionamiento balanceado del poder y la preeminencia de los derechos individuales, son los primeros interesados en que esto no cambie. Una sociedad compuesta de individuos concientes de sus derechos es el peor escenario para el mantenimiento de su poder. No les interesa que su poder sea efímero y que la propia debilidad de la sociedad -de la cual se valen para sostenerse- sea, a la postre, la causa principal de su propia caída cuando el ejercicio opresivo del poder no se traduzca en las respuestas que la gente espera. Sólo les importa cristalizar y disfrutar su cesarismo mientras dure.

Está claro que no es posible construir un país estable en estas condiciones. Los logros económicos en los que muchos han pretendido justificar sus ambiciones hegemónicas cambian de manos sin que nadie logre consolidarlos. Quienes los desmerecían en su momento para hacer notar la debilidad institucional, no dudan en esgrimirlos como sus únicos argumentos cuando otros les achacan su desinterés por los principios republicanos.

Es la historia permanente de la Argentina, que de la mano de la ignorancia cívica de la sociedad no deja de fabricar déspotas con pies de barro. © www.economiaparatodos.com.ar




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