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jueves 25 de noviembre de 2004

¡Qué difícil es educar en este país!

El principal desafío actual de las instituciones escolares es educar la voluntad, un área hasta hace no mucho tiempo reservada al hogar. Además de asumir un nuevo rol para el que no estaban preparadas, las escuelas también deben afrontar un contexto adverso: un país donde el destino no depende, al menos en gran medida, de cada uno de nosotros sino de decisiones políticas.

La apasionante tarea de educar es algo que cada vez se está dificultando más en todo el mundo. Mientras que en la mayoría de las profesiones los avances de la tecnología hacen que el desarrollo de las tareas sea cada vez más sencillo y llevadero (pensemos en un dentista, o un camionero, o un fotógrafo actuales, comparados con sus equivalentes de hace 20 años), en el área educativa el fenómeno es exactamente inverso: a pesar de los avances tecnológicos y de las ciencias de la educación, los docentes tenemos que esforzarnos más para conseguir los mismo objetivos que hace unos años. La tecnología nos provee de más y mejores recursos, pero cada vez nos cuesta más educar: el tema es que no hay en el mercado demasiada tecnología para educar la voluntad, actual desafío de la educación.

Hace casi 20 años que doy clases en la universidad a alumnos de quinto año. Cuando hace 15 años decía “para la clase siguiente lean tal libro”, lo que solía encontrarme como panorama una semana después era que, de 30 alumnos, 17 o 18 habían leído el libro, 7 u 8 un resumen realizado por algún compañero y el resto nada. Hoy ni siquiera puedo decir “para la clase siguiente lean tal libro”. Debo decir algo similar a: “Chicos, tal libro les cambiará la mirada sobre esta materia: es muy bueno. Por ese motivo, les hice un resumen que dejé en la fotocopiadora de la facultad para que lo busquen. Lean el resumen”. Una semana después me encuentro con que, de 30 alumnos, 7 u 8 han leído el resumen y 2 o 3 han preguntado a alguien que lo leyó de qué se trataba. Mucha diferencia en pocos años, ¿verdad? Y lo peor del caso es que esto sucede después de advertirles qué va a suceder: parece que no tienen ni amor propio para “dejar mal parado al profesor” leyéndolo todos. Les digo textualmente qué va a pasar y pasa igual.

Otro ejemplo es el ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad de la Plata, cuyos resultados acaban de salir a la luz: de 523 inscriptos, aprobaron 11. Esto podría ser “estrictamente académico”, pero lo notable es que la citada universidad ofreció un curso de apoyo de 4 sábados, desde las 7.30 hasta las 17.30 horas, y que el sábado que más alumnos concurrieron fueron sólo 24 estudiantes.

Estos ejemplos son bastante demostrativos de que no se trata de un problema tecnológico: lo que falta es voluntad por parte del alumnado. Si bien este es un problema que se da en todo el mundo, en nuestro país me parece hasta comprensible. ¿Qué cultura del esfuerzo o del trabajo puede generarse en una sociedad donde el futuro de muchos argentinos no depende de su esfuerzo y su trabajo sino de decisiones políticas? ¿No es entendible pensar que uno no debe esforzarse si el fruto de su trabajo de años se lo llevará una nueva pesificación, plan Bonex o como lo llamen? ¿Para qué me voy a esforzar si luego no importa? ¿Qué valor tienen la educación frente al hecho de ver excelentes profesionales “desocupados” por la mala administración del país? (Hace poco un ingeniero de 44 años desocupado me decía: “¿cómo le digo yo a mi hijo que estudie si lo que ve en este momento es que a mí no me sirvió de nada?”).

No hace mucho, la formación de la voluntad estaba reservada al hogar. El respeto de determinadas formas, entre otras cosas, hacía que los niños se fueran “entrenando” para el esfuerzo y el trabajo. El sistema educativo formal se dedicaba exclusivamente a lo intelectual (en este sentido, es significativo el cambio de nombre de “Ministerio de Instrucción Pública” al de “Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología”). Hoy esa tarea ha sido delegada a las escuelas, que aún no tienen del todo claro cómo hacerlo, o si en realidad pueden hacerlo eficientemente sin un correlato familiar y social acorde a las exigencias del mundo del trabajo.

Un plan sistemático que apunte a la adecuada formación de la voluntad de los alumnos es el desafío de la educación para los próximos años, pero mientras no tengamos un país donde nuestro destino dependa, al menos en gran medida, de cada uno de nosotros y no de equivocadas decisiones gubernamentales, nos será bastante difícil lograr la educación de la voluntad por bueno que sea el plan que implementemos en la estructura educativa formal. Las decisiones “económicas” de los gobiernos no sólo comprometen lo propiamente económico: también tienen influencia –buena o mala- en lo “educativo”. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es docente, director del colegio Los Robles y profesor de Política Educativa en la carrera de Ciencia Política de la Universidad Católica Argentina (UCA).




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