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jueves 22 de septiembre de 2005

Rara contribución intelectual de Cristina en Nueva York

En su reciente viaje a los Estados Unidos, Cristina Fernández de Kirchner participó como oradora en un simposio organizado en la New School University titulado “Deuda y Ética”.

De todas las múltiples curiosidades que generara el desgarbado paso presidencial por la reciente Cumbre de las Naciones Unidas en Nueva York, a la que llegara con una capacidad de transporte realmente singular (en un Jumbo), hay una de la que -llamativamente- no se habla.

Se equivoca lector, no se apure. Usted creyó que se trataba del insólito discurso del presidente Kirchner ante el Consejo de Seguridad, donde -equivocando de medio a medio el auditorio y la razón misma del viaje- le esquivó de lleno a la reforma del organismo multilateral (que era el motivo de la reunión, pero seguramente es cuestión que le aburre al patagónico y que, por ello, sólo tuvo para ella unas pocas -e insulsas- palabras) y se dedicó, en cambio, a su negocio preferido: el de seguir, cual encendido misionero, explicándole al mundo por qué toda su estructura financiera internacional está, según él, “patas arriba”. Su discurso “de barricada” entonces.

¿O es que hay discursos que no son “de barricada”? De gente que piensa, no despotrica y habla en tono medianamente civilizado, sin gritar, ni gesticular a lo loco, por supuesto. De esos a los que los argentinos nos hemos desacostumbrado ante el aluvión de fogosas arengas de nuestros preclaros políticos que tratan infructuosamente de llamar la atención de su público gritando, un recurso propio de la edad de piedra.

No se trata de eso. Para nada.

Le explico, por favor. Nuestra Cristina, la adicta al shopping (quizás por ello lo del Jumbo), se asesora sobre todo lo norteamericano con el bueno de nuestro experto cónsul en Nueva York, el combativo “periodista” Héctor Timerman, esposo de una inmensamente rica señora cuya familia -haciendo sensatamente abstracción del socialismo pasado de moda que profesa don Héctor- regentea, entre otras cosas, un hotel de súper lujo en la Patagonia. De esos con medallones en la puerta y una infinidad de estrellas. De esos a los que sólo entran los ricos, de vez en cuando, naturalmente.

El mentado cónsul (que ha generado toda suerte de desdichados entredichos con la prensa local –acusándola, por ejemplo, livianamente de antisemita- de los que nuestra imagen como país ha salido obviamente lastimada, pero que han tenido centímetros de prensa que es a lo que los muchachos del gobierno de turno apuntan incansablemente, con la ayuda interesada de los bolsillos y rotativas de los personeros de Clarín, claro está) le aconsejó: “Péguese al progresismo norteamericano, trabaje con sus líderes”. Y ella lo siguió, a pie juntillas. Como siempre.

Se organizó entonces, en la “catedral universitaria” de la izquierda, la New School University de Nueva York, de insignificante presencia universitaria y menor influencia académica, un seminario, con fondos seguramente que usted lector y yo contribuimos solícitos al tesoro nacional, para no ir presos. No se trata de Harvard, o Yale, ni de Columbia o Stanford. Eso es difícil y allí no hay “audiencias cautivas”, lo que siempre es peligroso.

El tema elegido para el seminario fue insólito. En el país en el que cumplir es una auténtica religión, Cristina, rodeada de jovencitos adictos, explicó por qué no tenemos que pagar a nuestros acreedores y por qué los demás tienen la culpa de lo que nos pasa.

Pero don Héctor no le dijo que allí lo del “Gran Bonete” no funciona. Que el mensaje va de contramano con los principios locales.

El título del seminario fue: “Deuda y Ética”. Notable, por sugestivo. Es ético no pagar, se quiso decir. De lo que alguno puede hasta haberse convencido.

Ése fue el mensaje claramente “stiglitziano” de doña Cristina. Pero, a pesar de los anuncios, el galardonado Stiglitz, que no come vidrio y ahora va a los mangos, no apareció. Le “hizo la pera”. ¡Horror!

De allí que Cristina tuvo que hablar sola a los pocos concurrentes, que habían sido previamente bien “filtrados”, no fuera a suceder que se produjera algún incidente en una tierra para ella incomprensible y extraña, donde la policía y los jueces no le son adictos.

La mejor síntesis del desdichado seminario la hizo una vieja amiga mía, que hizo el esfuerzo de ver a nuestra primera dama en persona: “Una actividad travesti –sentenció-, aparentemente pagada por la Argentina, que lamentablemente gasta así sus dineros; sin que hubiera representación alguna de los acreedores a los que Argentina no pagó; con una exótica arenga central, a cargo de una muy maquillada Cristina, algo a lo que no estamos acostumbrados en un medio en el que nos gusta pensar, sobre todo cuando estamos en ambientes universitarios. Curiosamente no se permitió, autoritariamente, que se le hicieran preguntas, seguramente para que no tuviera equivocaciones o cometiera algún error feo o desliz grave, de aquellos que -en función de la desacostumbrada prohibición de preguntar- uno debe suponer que presumiblemente Cristina es capaz de cometer”. Certera, mi amiga. Terminante, más bien. Como Cristina. Pero sospecho que en otra línea de visión y seguramente con otros principios, muy distintos. © www.economiaparatodos.com.ar




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