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lunes 25 de agosto de 2008

Resaca: la consecuencia de otro final de fiesta

Con un horizonte político y económico complicado, el kirchnerismo tiene todavía tres años de mandato en los que es previsible que no asistamos a nada más que una profundización del modelo que nos acerca al precipicio.

Después de cinco años dedicados a analizar, no meros datos sueltos, sino hechos concretos que caracterizaron y caracterizan el estilo K, no hay espacio para el asombro. Que en este instante se debata la posibilidad de expropiar Aerolíneas Argentinas, que se festeje como un juego olímpico haber logrado mayoría negociando cambios para estatizarla y, sobre todo, que varios interesados en ello hayan sido los mismos que aplaudieron, en su momento, los efectos benéficos de la privatización no causa sorpresa.

No hay siquiera énfasis en averiguar cómo se llegó a vaciar la empresa sin que el Estado lo advierta, ni observaremos al culpable ante un tribunal, como sucede cuando se juzga, por ejemplo, a ciertos militares. Seguramente, para quienes perdieron familiares en accidentes aéreos tristemente recordables, sus muertos son comparables a aquellos que sufrieron crímenes de lesa humanidad. La parca nos iguala, y el dolor de quienes quedan, se asemeja más allá de las causas…

A propósito de juicios y enjuiciados, sin intención alguna de criticar lo actuado o por actuar, ni haciendo una defensa ciega de quienes no han obrado como debieron obrar, me permito transmitir, apenas, una duda: ¿no es menos peligroso para la sociedad que esos hombres octogenarios, cuyos juicios se televisan a diario, sean quienes porten las mentadas “pulseritas” cuya eficacia mejor no mencionar, en vez de destinarlas a violadores y asesinos que sólo esperan la oportunidad para volver a violar y a matar? Sé que es naif la pregunta cuando hay tribunales que, más allá de administrar justicia, administran los intereses y conveniencias de la política. Tómese, pues, como un interrogante insustancial, fuera de lugar… Discúlpeseme.

Retomando el eje del análisis, no genera estupor que se estatice una aerolínea, como sucedió con Aguas Argentinas porque este tipo de acciones son el más fiel reflejo de la mentalidad oficialista. El kirchnerismo es, esencialmente, este tipo de medidas: negociados inexplicables para el ciudadano medio, y una pugna a destajo por sacar rédito, tal vez no exclusivamente político, pero sí estratégico de todo cuánto encaran a sabiendas que, inexorablemente, esto se acaba. Podría decirse que son ideas compatibles con un estado de resaca que presagia un nuevo final de fiesta.

Aun con sobresaltos, el único éxito indiscutido, aquello que les permitió hacer y deshacer según sus caprichos, ha sido el despliegue de un aparato comunicacional capaz de vender pescado podrido como si fuera caviar. En ese sentido, hasta lograron convencer a un vasto sector social que su oferta era magnánima. Vendieron viviendas sin techos ni puertas, escuelas sin alumnos ni maestras, y hasta hospitales sin algodón ni vendas ni mucho menos médicos o enfermeras. Todo ello fue retirado del mostrador, tras la “oferta” hecha desde un atril como si el país fuera una mesa de saldos en una subasta eterna.

Sin remedio a simple vista, el consumo cuasi voluntario de anestesia traducido en apatía, facultó hacer caso omiso a la irrealidad de aquellas mercancías. Una suerte de bonanza que, por ejemplo, permitió veranear 15 días o comprar un auto nuevo durante ese lapso que, el ex jefe de Estado llamó “la salida del infierno”, cooperó para que no haya una noción certera del costo que tuvo el aceptar ciegamente tantas baratijas y quimeras. Alguna vez, intenté analizar por qué se le perdona tanto al kirchnerismo. En ese entonces, la respuesta más acertada describía ese “veranito” de la economía que siempre existe en la Argentina para salvarnos cuando, en rigor, es una condena de la que nunca terminamos de liberarnos.

¿No fue algo similar lo que pasó durante la mentada “fiesta menemista”? ¿Quién se negó a participar en ella? Si había pizza con champagne, a Carlos Menem se lo veía alto, rubio y de ojos claros. De allí que, en un sinfín de casas -de aquellas que Luis D’Elía llamaría de la “oligarquía”, en una acepción desde luego malograda y ajena a la Academia- tenía un lugar preferencial la foto con el ex mandatario, captada gracias a que la Casa Rosada no estaba enrejada ni la residencia de Olivos blindada. Idéntica decoración tenían los despachos empresarios. El mismo marco que se utilizaran para exponer la cotizada imagen, hoy sigue luciéndose aunque con una sutil diferencia: es otro el personaje a quién se le sonríe y se le abraza.

Mañana, sin duda, se enmarcan otras risas, y abrazarán otras espaldas. El único dato distintivo radica en que la misma foto, también se hallaba antaño, en viviendas paupérrimas, y en muchos lugares donde ahora, el riojano, aparece como innombrable. Así es la sociedad argentina. Con los Kirchner hay, sin embargo, un dato a tener en cuenta: restan más de tres años de mandato, y si acaso todavía se tiene a la vista el portarretrato, ya ha comenzado a ser desplazado y, en ocasiones, negado y hasta vilipendiado.

El 22% de los votos que obtuvieran en el 2003 y duplicaran apenas 10 meses después, difícilmente se repitan. Y es que hay claros síntomas que predicen que, la despedida de Lucifer y la entrada al purgatorio proclamados como la epopeya kirchnerista por excelencia, puede llevar incluso a recordar los noventa, con cierta melancolía. Muchos indicadores de coyuntura, leídos sin las gafas del Secretario de Comercio, Guillermo Moreno, ni interpretados por la “randazziana” obsecuencia o la quirúrgica sonrisa de la Presidenta, que algunos se ufanan en mostrar como un “cambio de política” cuando no es sino otra histriónica faceta de Cristina, están en los mismos valores de la maldecida década. ¿Por qué las consecuencias serán distintas?

Que el kirchnerismo rumbee hacia el rechazo y la crítica, o permanezca en el inconsciente colectivo no como sueño sino como pesadilla, no implica glorificación de otras gestiones caracterizadas también por aciertos y equivocaciones. Analizar en qué deriva toda esta maraña de improvisaciones y falta de políticas públicas concretas apela, simplemente, a un “darse cuenta”.

Puede que sea una prédica vana cuando la dirigencia no escucha, y de hacerlo reacciona con ira. A su vez, la sociedad, aún se mantiene en letargo como esperando el “milagro del cambio” que no puede sustentarse en un mayor tiempo de exposición de la Presidente en la televisión, ni en el reemplazo de un funcionario. Cuando en política se habla de cambio, debe necesariamente mostrarse hechos concretos como ser: un giro de 180 grados en la administración, un plan de gobierno con políticas aplicables en tiempo y forma, por quienes sepan hacerlo y no por amateurs o “cajeros”; y sobre todo, requiere dejar de lado los manoseos de datos y los engaños.

En este aspecto, quizás no todo es tan negro… Si el Congreso pudo reaccionar, y el pueblo clavarle la mirada y tomarle hasta el pulso a cada senador y diputado- no como amenaza sino poniéndose en el rol de representado que busca sentirse identificado-, Balcarce 50 con sus vastas sedes ínter-conexas, pueden dejar de ser reductos donde se mercantilice intereses espurios con el erario público que sólo engrosan las arcas del kirchnerismo. Apenas si cede un poco a la hora de comprar silencios, complicidades y maquillaje, posiblemente creyendo que en ello estriba la distribución de la riqueza: el slogan con el que se busca quizás, una derrota menos dolorosa en los comicios del 2009. Porque el 2008 ya casi no cuenta. No hay mucho misterio en descifrar cuál será la suerte de los Kirchner. La fiesta se acaba, pero todavía queda la resaca, y es sabido que ésta es siempre la peor etapa… © www.economiaparatodos.com.ar

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