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jueves 15 de abril de 2004

Roberto Cortés Conde: “En la Argentina el problema central es la crisis institucional”

La interna del peronismo continúa, mientras poco a poco se va acabando la luna de miel entre el presidente y la población. Roberto Cortés Conde analiza las estrategias de Kirchner en esta batalla peronista por el poder y su accionar al frente del gobierno.

– Se dice que se está acabando el idilio del pueblo con Kirchner. ¿Usted cree que es así o le parece que la dinámica de su forma de gobierno, su estructura de ejercicio del poder, es sostenible en el largo plazo?

– No, no lo creo. Evidentemente, es un estilo nuevo si se lo compara con lo que vino sucediendo en los últimos años en Argentina. Yo diría que es una estructura que tiene una gran capacidad desde el punto de vista de la comunicación. Me refiero a que logra, constantemente, pasar un problema que está en la realidad, transferirlo a otro. Siempre hay alguna cosa o persona a la que le endilga ser la culpable de todos los problemas del país, logrando que, finalmente, la opinión pública se dirija a eso.
Ahora, yo creo que parte del éxito del estilo del presidente tiene que ver con dos hechos políticos: primero, la falta de autoridad presidencial que hubo durante el gobierno de De La Rúa. Segundo, el cansancio de la gente con respecto a Menem. Pero, además, hay una circunstancia que debe remarcarse y es que hemos pasado cuatro años de recesión y uno de crisis. Y que ahora estamos teniendo un año de gran crecimiento económico. Es decir, el humor de la gente cambia. Y eso también debe ser tomado en cuenta.
Lo mismo ocurrió en todo el mundo después de la crisis del ’30. Inclusive en la Alemania del III Reich todos alegaban que el país había mejorado gracias a las políticas económicas que desarrollaba Hitler. Mucha gente descubrió después que, en realidad, Alemania en el ’32 había llegado al punto más bajo de la recesión y lo que había habido era una recuperación cíclica que se tenía que dar y que se hubiera dado con o sin Hitler. De todos modos, en todas partes, las recuperaciones cíclicas se dan y aportan un gran aliento general.

– Pero lo que no marcan son tendencias de crecimiento a largo plazo…

– Exacto. Acuérdese de los primeros años de Menem. Su problema fue que se creyó que el crecimiento iba a ser continuo y que no había necesidad de mantener el equilibrio fiscal porque si el crecimiento seguía al mismo ritmo en que había empezado se podía gastar todo lo que se quería, se podía hacer la reelección, se podía hacer un montón de cosas… Y después vino lo que vino. Esa historia la tenemos aprendida. Ya sabemos cómo es.
Así que yo creo que entusiasmarse por una fase de recuperación, por una fase importante de crecimiento, como se da y se puede seguir dando inclusive, no es acertado. No necesariamente esto va a ser una tendencia si uno no resuelve las cosas más importantes que tiene que resolver.
Yo creo que en la Argentina el problema central es la crisis institucional. Más allá de los errores de Menem de la década de los ’90, que obviamente afectaron y llevaron a la situación actual. Es decir, el no haber hecho un programa fiscal mucho más prudente, haber continuado gastando indiscriminada e ilimitadamente y no haber previsto políticas anticíclicas. Todo esto hizo que cuando llegó la recesión y, conjuntamente, una situación internacional que fue dificilísima como el Efecto Tequila, la crisis del sudeste asiático, luego Rusia, después Brasil y, más tarde, la sobrevaluación del dólar, no se pudiera armar una estrategia. Hoy esta reversión internacional de precios y este aumento de la demanda de soja, que subió enormemente, no se trata de un fenómeno que le sea propio al gobierno, sino que se debe al incremento del precio.

– ¿No le parece que el presidente tiene un proyecto de transversalidad que hace que quiera lograr el apoyo de una gran parte de la sociedad?

– Yo lo pondría de otra forma. Yo creo, como le decía, que la Argentina vive en una serie de crisis políticas que vienen desde los años ’90. Toda esa idea de vuelta a la democracia, al régimen constitucional, empieza a trastabillar cuando Menem nombra la Corte adicta. La crisis sigue con la reforma de la Constitución y termina con De La Rúa y su caída con el golpe civil, con la pueblada que se da en diciembre. ¿Y ahora? Ahora tenemos la tradicional crisis del peronismo.
La transversalidad es un intento que sería bienvenido en la política argentina si se lograra que el peronismo, en vez de ser esa cosa amorfa que une a gente que piensa muy, muy distinto, y que sólo está allí junta por un punto de vista muy oportunista de estar en el poder, se separa y se va uniendo a otros grupos en relación a las cosas que más o menos piensa. Sin embargo, la transversalidad acá, hoy, significa que un ala minoritaria de ese peronismo y un ala minoritaria en el país, toma la estructura del peronismo para ganar y para quedarse en el poder. No es que va a decir de forma auténtica: “yo vengo a vender este producto, tengo esta idea, esta visión sobre el país que no es la visión típica del peronismo. Por eso, renuncio a él y le ofrezco al público esto”. No es esto lo que pasa. Lo que sucede es que eso que ofrece al público no le da más que el 22 por ciento de los votos.
Es decir, en esta idea de la transversalidad –que en el fondo es el conflicto peronista de los años ’70 que se replantea pero con menos virulencia– se necesita la estructura partidaria para mantenerse en el poder. Pero, ¿qué es el peronismo? Antes, básicamente, era la estructura sindical. Hoy ya no. Lo que hay ahora, y que se vuelve tan necesaria, es la estructura territorial del peronismo. Eso es lo que tiene un peso muy grande para ganar las elecciones en determinados lugares. El presidente precisa de esa estructura.
En ambientes urbanos, como pueden ser Buenos Aires, Rosario o Córdoba, uno puede volcarse a otro electorado de clase media que habitualmente votaba al Partido Socialista, a partidos de izquierda o a otras coaliciones políticas. Y ahí viene la transversalidad. Pero para ganar en todo el país eso no da. Entonces lo que es tremendamente difícil de resolver es esa crisis interna de este partido que no decide qué es el peronismo. Porque la transversalidad puede hacerse incorporando otros sectores, pero necesita llevar la masa del partido que va a ser la fuente receptora. Si no, uno se queda con muy poquitos.

– Alberdi escribió hace 130 años que “la gente honesta no se quiere meter en política. Los pícaros toman el poder. El problema del voto de la mayoría es que la gente es ignorante y se deja robar el voto”. Frente a esto, él dice que la solución es “educar al soberano” para que no le roben el voto. Y afirma que Sudamérica tiene muchos libertadores, pero pocos hombres de Estado. Dan escalofríos cuando uno lo lee porque es tan actual. ¿Faltan estadistas?

– Yo no estoy tan seguro de que sea así. Creo que es un problema institucional. La razón por la que la gente vota así es que el mercado político es un mercado cerrado. Uno no puede armar un partido nuevo y empezar en las mismas condiciones de los otros. El sistema político te lleva a eso.
Y esto es lo que descubrieron los peronistas y los radicales no. Los radicales se pelean. Los peronistas jamás se pelean porque mantienen el sello y con eso ganan elecciones. Hasta hoy, se supieron acomodar a todo lo que fuera necesario en cualquier momento. Pero, ahora, ¿cómo van a convivir estas dos tendencias dentro del mismo sello? Porque son muy difíciles de combinar. Y además, una que es minoritaria dentro del partido tiene la fuerza de tener el poder.
Entonces la situación es compleja. Pero esta vuelta a conflictos anteriores no es nuestra exclusividad. América Latina está viviendo una época de retroceso con un gran auge del populismo. © www.economiaparatodos.com.ar




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