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jueves 9 de marzo de 2006

Salir de la pobreza

La redistribución de la riqueza a través del tosco mecanismo que practica el gobierno y consiste en decretar que algunos ganen más a expensas de otros, no solucionará el problema de la pobreza. Más bien lo agravará.

A pesar de los excelentes indicadores sobre crecimiento económico y mejoramiento del empleo, prevalece en nuestro país un alto índice de oprobiosa pobreza. Todos los que están inmersos en esta desdichada situación quieren salir de la misma en forma inmediata, para lo cual no encuentran otro camino que reclamar una redistribución de los ingresos en su favor.

Pero así, sin darse cuenta, están gestando una larvada lucha entre sectores porque se sienten víctimas de otros compatriotas pero no se dan cuenta de la enorme responsabilidad que tiene el gobierno en el auspicio de esta desgracia. Tratan de salvarse reclamando aumentos masivos de salarios, incrementando exageradamente los precios y exigiendo mayores subsidios graciables, proceso mediante el cual se va destruyendo el tejido social que mantiene algunos retazos de unidad nacional.

Nadie duda que a los médicos, maestros, empleados, obreros, enfermeros, jueces, profesores y sobre todo desocupados, les asiste la más completa justicia en las reclamaciones. Todos tendrían derecho a una mayor retribución, pero existe un inexpugnable cerrojo de hierro, provocado por la salvaje devaluación y la pesificación duhaldistas, que nos arrojaron al infierno de un ingreso anual de 2.816 dólares per cápita. El país está pobre porque tenemos una productividad individual muy baja y el conjunto de bienes que producimos como nación no nos permite aspirar a otra cosa. En la medida en que todos los esfuerzos del gobierno no se empeñen en lograr una mayor producción ni en rebajar los impuestos, sino en hacer una evanescente redistribución de la riqueza a través del tosco mecanismo de decretar que algunos ganen más a expensas de otros, nuestra pobreza terminará siendo permanente.

Para saber cómo salir de la pobreza que nos abruma, hay que conocer por qué entramos en esta situación.

La laboriosidad de nuestros abuelos

Quien haya tenido abuelos o padres inmigrantes puede dar testimonio de que ellos no vinieron a la Argentina para ser empleados públicos, ni mucho menos para cobrar como ñoquis viviendo a costa de la política. Por el contrario, tenían un sentimiento de tanta dignidad que vivían demostrando que “eran pobres pero honrados” y hacían tremendos esfuerzos para “honrar las deudas contraídas”, sabiendo que la mayor vergüenza era “incumplir con la palabra empeñada”.

Esta conciencia de responsabilidad individual era tan grande que cuando soportaban injustos tratos en su trabajo hacían reclamos “in faccia” y preferían buscarse otros horizontes antes que extorsionar a su dador de empleo con amenazas litigiosas o juicios laborales.

Muchas veces esta decisión heroica les permitía dejar un mal empleo y encontrar oportunidades inesperadas que terminaban proporcionándoles gran ventaja económica y verdadera liberación personal.

Nuestros padres y abuelos también tenían un acendrado espíritu de iniciativa que les llevaba a encarar proyectos tan fantasiosos que parecían superar sus propias fuerzas. Pero eran trabajadores y artesanos que tomaban muy en serio su profesión. Con una tenacidad admirable fundaron y pusieron en marcha pequeños emprendimientos que luego se convirtieron en las grandes empresas argentinas, ninguna de las cuales nació gigante.

Así comenzó el proceso de capitalización de los pobres, que se emancipaban de la pobreza e iniciaban el maravilloso fenómeno de la movilidad o del ascenso social del cual los argentinos nos sentíamos orgullosos por ser ejemplo mundial de equidad y progreso apoyado en los méritos propios.

Multitudes de hombres y mujeres que habitaron nuestro suelo dejaron de considerarse encadenados a la condición social de proletarios y supieron ser protagonistas de su propio destino pasando a ser propietarios. ¡Ésos fueron nuestros padres y abuelos!

Ellos hicieron esta Argentina de cuyo esfuerzo todavía quedan retazos y testimonios de la grandeza pasada.

Los impuestos y la indolencia de los nietos

Pero a partir de un giro político de 180 grados, los argentinos comenzamos a exigir derechos y más derechos y a no sentirnos obligados a cumplir con nuestro deber. Ese planteo demagógico hizo irrupción con el populismo agitado por políticos que se encaramaron en el poder diciendo a la población que en la Argentina la riqueza estaba mal distribuida, negando la evidencia de que éramos pobres porque se producía poco y vivíamos a contramano del mundo.

Cuando un número determinante de individuos adopta la actitud pedigüeña de reclamar que les den, de exigir que hagan por ellos lo que ellos mismos no están dispuesto a hacer y de sentirse permanentemente despojados de sus derechos porque alguien los está explotando, entonces se produce una actitud cultural nefasta y negativa que impide eliminar la pobreza porque rechaza precisamente las tres condiciones necesarias para poder salirse de ella:

1º. Una actitud de aprovechamiento del conocimiento científico aplicado a las artes y oficios, es decir lo que se denomina espíritu de innovación tecnológica.

2º. El deseo vehemente de mejorar la propia situación económica familiar y una pretensión por alcanzar un mejor nivel de vida, que se traduce en una preocupación dominante por la ganancia, por acumular capitales y organizar una actividad con criterio económico racional.

3º. La disposición personal para realizar todos los esfuerzos que se necesitan para alcanzar los objetivos anteriores, lo que exige: disciplina industrial, trabajo duro y competitivo que asegure la eficacia de un desempeño profesional así como la abstención temporaria del consumo en vista a lograr los ahorros y las inversiones imprescindibles para aumentar la producción futura.

Estas tres condiciones no pueden alcanzarse en la actualidad por culpa de dos poderosos factores que impiden que los pobres puedan emprender el camino del ascenso o movilidad social.

Uno de esos factores es el perverso sistema impositivo instalado paso a paso por gobernantes de distinto signo político, que se ha convertido en una guillotina horizontal que se acciona cuando alguien comienza a acumular algún pequeño excedente e intenta cambiar de clase social pasando de indigente a pobre, luego a obrero calificado, después a profesional independiente, a continuación a pequeño empresario y, finalmente, a capitán de industria o gran empresario.

Otro de los factores que se constituye en causa de anclaje de nuestra pobreza es la restauración de una cultura social basada en la indolencia nativa que venimos arrastrando desde la época de la organización nacional.

En una magistral obra, complementaria de su genial “Bases”, Juan Bautista Alberdi describió en “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina” (marzo de 1855) las malas inclinaciones de la población nativa diciendo:

“Los argentinos hemos sido ociosos por derecho y holgazanes legalmente. Se nos alentó a consumir sin producir. Nuestras ciudades capitales son escuelas de vagancia, de quienes se desparraman por el resto del territorio después de haberse educado entre las fiestas, la jarana y la disipación. Nuestro pueblo no carece de alimentos sino de educación y por eso tenemos pauperismo mental. En realidad nuestro pueblo argentino se muere de hambre de instrucción, de sed de saber, de pobreza de conocimientos prácticos y de ignorancia en el arte de hacer bien las cosas.
Sobre todo se muere de pereza, es decir de abundancia. Quieren pan sin trabajo, viven del maná del Estado y eso les mantiene desnudos, ignorantes y esclavos de su propia condición. El origen de la riqueza son el trabajo y el capital, ¿qué duda cabe de que la ociosidad es el manantial de la miseria? La ociosidad es el gran enemigo del pueblo en las provincias argentinas. Es preciso marcarla de infamia: ella engendra la miseria y el atraso mental de las cuales surgen los tiranos y la guerra civil que serían imposibles en medio del progreso y la mejora del pueblo.”


Hasta aquí la clarividencia de Alberdi. Ahora hay que poner las manos en la masa.

No podremos salir de la pobreza si no brindamos oportunidades mediante una profunda reforma del sistema impositivo y si no educamos la voluntad de nuestros hijos para que rechacen como una peste a la indolencia y la ociosidad. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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