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miércoles 4 de junio de 2014

Se acabó la novedad y surgió el grotesco

Se acabó la novedad y surgió el grotesco

No hay nada estable en las cuestiones de este mundo; por lo tanto, hay que evitar el júbilo excesivo en tiempos de prosperidad, así como una indebida depresión frente a la adversidad – (Sócrates) 

Una revolución implica una “novedad”, porque vierte sobre la gente un alud de situaciones extrañas y desconocidas. El punto de partida, arranca con la pretensión de influir sobre la base de la sociedad, para poder sumergirla en una nueva escala de valores que altera los conceptos relativos al trabajo, la moral, la cultura y el éxito. Si el primer impacto surte efecto, el escenario en el que se desenvuelven ciertos acontecimientos “no convencionales” provoca la aparición de conflictos y dilemas enteramente nuevos.

Si aceptamos que el kirchnerismo, a su modo, significó una “revolución”, podremos reconocer a través de esta mirada parte de su fortaleza inicial: hizo desaparecer, con una actitud casi “brutalista”, tradiciones que habían instalado entre nosotros una cierta uniformidad de pensamiento respecto del modo de concebir la política.

En un cenáculo íntimo (Néstor, Cristina, Ulloa Ygor, Báez, Zannini, Jaime, Echegaray, Sanfelice y unos pocos más), se apostó desde el inicio a la idea del “vamos por todo”. Menos explícitamente en los primeros tiempos y con mayor arrogancia a medida que se iban incorporando nuevos adeptos a una doctrina “regia” de neto corte autoritario.

Desde la dictadura militar de los 70/80 no se había instalado entre nosotros un debate tan radical sobre el concepto de una sociedad libre, mientras se señalaba con rusticidad sin igual a los supuestos enemigos del modelo único. Es decir, aquellos que disentíamos con el discurso oficial y seguíamos creyendo en la diversidad política y cultural.

Mientras transcurría el tiempo, se presionaba constantemente con novedades épicas desconcertantes para forzarnos a tirar al cesto de los papeles nuestra escala de preferencias, al sufrir el impacto de un discurso que apostaba a un “futuro cualitativo diferente” (sic). Futuro sostenido por la imaginación calenturienta de quienes quisieron apropiarse poco a poco de nuestra identidad, hasta terminar comparándose –en medio de una aceleración egomaníaca incontenible-, con nuestros próceres y hasta ciertas figuras de la mitología.

El kirchnerismo nos “primereó”, como suele decirse en el campo, y las “espadas” de Néstor y Cristina fueron ganando la partida por medio de dádivas y corruptelas “selectivas”, poniendo en jaque principios que creíamos eran relativamente firmes hasta ese momento.

Para decirlo de una manera gráfica: nos metieron en una caja para zapatos con algunos orificios para respirar, pero sin tapa para salir, SOMETIÉNDONOS A LOS VAIVENES DE SUS DISTINTOS “RELATOS”, poniéndonos a polemizar sobre especulaciones absurdas en un “crescendo” insoportable, dejándonos sin aliento con sus proposiciones rebuscadas. Éstas nos sacaron del cuadrilátero dentro del cual combatíamos hasta su llegada con guantes de box de seis onzas, calzándose los de cuatro con los que nos atontaron al primer mamporro.

Pero claro, el deseo de “ir por todo” resultó finalmente una fantasía de realización imposible, porque la vida real, QUE NI VUELVE, NI TROPIEZA, les cobró su factura con el fallecimiento inesperado de Néstor.

A partir de allí, se fue desmoronando lentamente un castillo de ingeniería ideológica ineficiente, primaria y sumamente cínica, cuyo objetivo deliberado –hoy lo sabemos con precisión casi absoluta-, consistió en manipular el tiempo en beneficio de quienes querían quedarse con cuanto negocio del Estado fuese posible. Lícita o ilícitamente.

El intento de “domesticarnos” chocó así repentinamente con una realidad que no previeron ni supieron afrontar. Por soberbia o por ignorancia. O por ambas cosas a la vez.

Hace pocos días, Beatriz Sarlo dijo en una entrevista televisada que, en su opinión, después de 2015 NO QUEDARÁ NADA DEL KIRCHNERISMO. Y agregó: como después de Menem, no quedó nada del menemismo.

Concordamos con ella, e inspirándonos en el pensamiento de Spengler y Toffler, agregamos que no quedará nada PORQUE SE ACABÓ LA NOVEDAD. Y con ella, la pretendida revolución ha dado paso al grotesco, representado en estos días por Boudou, van den Broele, Capitanich, Kiciloff, Lázaro Báez, Leonardo Fariña y otros, como los integrantes de Carta Abierta, que son pequeñas esquirlas de una bomba que ha terminado explotando por exceso de carga.