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lunes 24 de marzo de 2008

Si nos va tan bien, ¿para qué aumentan los impuestos?

La suba de las retenciones al campo demuestra que el INDEC y el Gobierno no dicen la verdad cuando afirman que la Argentina crece a pasos agigantados, la inflación no existe y el fantasma de la pobreza está quedando atrás.

En varias oportunidades sostuve que esta política económica sólo cierra con fuga de capitales. Esta afirmación, que parece una ironía, acaba de ser confirmada por el mismo ministro de Economía, Martín Lousteau, quien afirmó, refiriéndose al aumento de los impuestos a las exportaciones agropecuarias, que “si entraran al mercado todos esos dólares de exportaciones, el dólar se desplomaría y queremos mantener la competitividad de nuestra industria”. Lo que significan estas palabras es que lo peor que nos puede pasar en la Argentina es que aquellos que invierten en el país, exportan y tienen ganancias ingresen capitales. ¡Todo un descubrimiento de las políticas heterodoxas que el kirchnerismo le enseña al joven economista!

No menos feliz fue otra de las afirmaciones del joven economista que todos los días va al Ministerio de Economía a ocupar el sillón de ministro. Lousteau calificó a la protesta del campo como: “piquete patronal que pone en riesgo el abastecimiento de alimentos”. Sería interesante que formulara las mismas acusaciones cuando el sindicalista Hugo Moyano, aliado del Gobierno, hace piquetes en las empresas para que los que trabajan allí se pasen a su gremio. ¿O acaso el kirchnerista Moyano no obliga a pasarse a su gremio hasta a los empleados que andan en bicicleta? Con una visión tan parcializada de la realidad, se hace difícil imaginar que el ministro tenga la suficiente ecuanimidad al momento de adoptar medidas económicas.

Otra más del joven economista respecto al campo: “Se beneficia del tipo de cambio alto y del gasoil barato”. He recorrido el país en varias oportunidades y, cuando converso con los productores, la primera pregunta que les formulo es: “¿Consigue gasoil para trabajar?”. La respuesta que obtengo es: “Sí, pero a $ 2,20 el litro y no todo el que queremos”. Esto significa que $ 2,20 no es precio de equilibrio. Evidentemente, Lousteau se ha quedado con los datos que le pasa Guillermo Moreno sobre el precio del gasoil (todavía no llovió gasoil en el interior como habían prometido) y los economistas sabemos que con la información distorsionada uno puede llegar a decir cualquier barrabasada si la toma como cierta.

Sobre el tema del tipo de cambio, el joven economista se olvidó de decir que un dólar a $ 3,16 les conviene a las arcas públicas porque así se recaudan más pesos por cada dólar exportado. De manera que el primer beneficiado con el dólar alto, que ya no es tan alto por la inflación, es el Estado. Quisiera ver cómo hace el Gobierno para sostener el aumento del gasto público con un tipo de cambio de, digamos, $ 2,50.

Por último, el ministro sostuvo que los productores quieren quedarse con el precio pleno internacional de la soja. Si así fuera, ¿cuál es el problema? ¿Qué pecado están cometiendo? ¿Qué acto ilícito es obtener utilidades en base a las reglas del mercado? Personalmente, me preocuparía más por los costos de las obras públicas, el manejo indiscriminado de los fondos fiduciarios o las valijas que vienen desde Venezuela que por la rentabilidad del campo.

En síntesis, recurriendo a la típica demagogia, se sostiene que el campo tiene que ser solidario con sus ganancias para paliar la pobreza de los sectores más desprotegidos. La verdad es que no entiendo nada. Por un lado, el INDEC nos dice que la inflación está bajo control, que la desocupación bajó sustancialmente, que la pobreza y la indigencia se desplomaron y que el país crece a tasas chinas. Si nos va tan bien y cada vez hay menos pobres, indigentes y desocupados, ¿para qué subir las retenciones? Siguiendo el panorama tan alentador que nos presenta el Gobierno sobre la marcha de la economía, las retenciones deberían bajar en lugar de subir porque cada vez se necesitarían menos subsidios dado que la gente está cada vez mejor. Pero, si el mensaje que nos dan es que hay que subir las retenciones para ayudar a los pobres, entonces quiere decir que las cosas no marchan como nos muestran los indicadores del INDEC o los discursos del kirchnerismo.

Desde que el kirchnerismo llegó al poder, la carga tributaria aumentó en forma fenomenal y cada vez se recauda más. Los derechos de exportación representan, actualmente, el 12% del total de los ingresos por impuestos. Con tantos nuevos ingresos tributarios que tiene el Estado, ¿tenemos mejor educación, salud pública, seguridad o justicia?

¿Para qué quiere el Estado más recursos si con los que ya ha agregado la educación sigue siendo una lágrima, la inseguridad es un drama y la salud pública un desastre, mientras la Villa 31 –por dar sólo un ejemplo– se expande día a día al borde la de autopista Illia con casas que ya tienen tres pisos?

En una economía de mercado, el sector privado obtiene sus ingresos ganándose el favor del consumidor. Para lograrlo tiene que estimar precios, costos, calidad de los productos, cambios tecnológicos y demás variables que pueden influir en su negocio.

A diferencia del sector privado, el sector público obtiene sus ingresos en forma compulsiva, evaluando qué tipo de resistencia oponen los contribuyentes y viendo a quiénes puede quitarles más ingresos sin perder poder político.

A lo largo de la historia económica mundial, pueden encontrarse muchos errores de cálculo por parte de los reyes al momento de estimar la carga tributaria que podían imponerles a sus súbditos. La revolución norteamericana que llevó a ese país a la independencia, la inglesa que estableció el “no taxation without representation” o francesa son sólo tres de los ejemplos que pueden darse sobre cómo, aun los monarcas más absolutistas, perdieron el poder o sus colonias por su ambición desmedida al momento de explotar a los contribuyentes.

En la Argentina, no es solamente el campo el que está siendo exprimido como un limón con más impuestos. El impuesto inflacionario se extiende a toda la sociedad y afecta a millones de personas. Y si bien las rebeliones fiscales hoy no son tan cruentas como las que había en la época de los monarcas, los cacerolazos pueden causar estragos políticos. Salvo, claro está, que las huestes piqueteras adictas al Gobierno salgan a la calle y lleven al país a un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles. © www.economiaparatodos.com.ar

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