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lunes 23 de agosto de 2004

Si yo fuera Kirchner…

El presidente debería repasar los últimos años de la historia política del país y analizar los errores cometidos por los últimos gobiernos: los militares, Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde. En todos los casos salta a la vista que, más tarde o más temprano, la ausencia de reformas estructurales desemboca en crisis políticas y económicas que se llevan todo por delante.

Si yo fuera Kirchner repasaría la historia argentina reciente y empezaría a ponerme nervioso. Es que la Argentina es una máquina de triturar hombres y los momentos de gloria se les acaban rápidamente para caer, sin solución de continuidad, en la desgracia.

¿Qué me preocuparía si fuera Kirchner? En primer lugar, la facilidad con que del apoyo se pasa al desprecio popular. Daré algunos ejemplos: en los ’70, los militares fueron llamados por los políticos y la ciudadanía para reestablecer el orden. Todavía lo recuerdo a Balbín hablando por televisión, pocos días antes del 24 de marzo del ’76, diciendo que no tenía la solución en sus manos. Ningún político quería hacerse cargo de la desagradable tarea de terminar con las bandas guerrilleras que asolaban el país. Constitucionalmente, el Congreso podría haberle hecho un juicio político a Isabel Perón. Pero sus miembros sabían que si la destituían, alguno de ellos iba a tener que enfrentar la crisis económica y de inseguridad interna, y nadie se animaba a cargar con ese lío. Así fue que las Fuerzas Armadas tomaron el poder con el apoyo de un amplio espectro de los partidos políticos y luego no dejaron macana por hacer, tanto desde el punto de vista político como del económico. De tener el poder absoluto, los militares pasaron al ostracismo y muchos de ellos terminaron encarcelados.

Alfonsín, con su tercer movimiento histórico, se creyó el Maradona de la política. Recuerdo declaraciones del radical Casella diciendo por radio que la Argentina no podía, por un “prurito constitucional” (sic), perderse un presidente de lujo como Alfonsín. Es decir, Alfonsín pretendía la reelección que luego le criticaron a Menem (de la misma forma que todos le criticaron el Tango 01 y ninguno lo vendió y todos terminaron usándolo tanto o más que el riojano). Pero como Alfonsín no dejó macana por hacer en lo económico y en lo político, tuvo que irse del poder antes porque lanzó al país a la hiperinflación. Alfonsín creía que el festival de bonos, la timba financiera que impulsaba su equipo económico (depósitos indisponibles, bonos de todo tipo, especulación con la política cambiaria, entre otras medidas) eran sustitutos de las reformas estructurales. En algún momento llegó a balbucear sin convicción algo sobre privatizaciones y reforma del Estado, pero todo quedó en la nada. Hoy, Alfonsín sigue “dictando cátedra” sobre qué hacer con el país, pero no lo vota nadie.

Menem, que comenzó haciendo algunas reformas estructurales, particularmente en el campo de las privatizaciones, era un fenómeno que podía darse el lujo de jugar al fútbol con la selección, participar de un partido de básquet y cosas por el estilo. Su ambición por la reelección lo llevó a paralizar las reformas estructurales de segunda generación, a aumentar el gasto público y a endeudarse, y hoy está autoexiliado en Chile sin saber cuándo podrá volver al país.

De la Rúa, que llegó al poder con una alianza impresentable, también creyó que el blindaje y el megacanje eran sustitutos de las reformas estructurales y terminó estableciendo el corralito. De la Rúa arrugó cuando López Murphy, en su fugaz paso por el Ministerio de Economía, propuso bajar el gasto público en U$S 3.000 millones. Como la propuesta de López Murphy era, supuestamente, políticamente inviable, prefirió seguir haciendo la plancha y el resultado fue que su gobierno fue políticamente inviable, al punto tal que se subió al helicóptero y tuvo que fugarse de la Casa Rosada y renunciar así dos años antes de terminar su mandato. Hoy, De la Rúa vive autoexiliado en Villa Rosa y no puede aparecer en público.

Duhalde pensó que la devaluación era un sustituto de las reformas estructurales. Pero la devaluación generó tal estallido de la pobreza que no pudo dominar el conflicto social y dos muertos en el Puente Pueyrredón lo obligaron a anticipar las elecciones. Hoy, tiene el control político de la provincia de Buenos Aires, pero en las encuestas de intención de voto mide horrible y no sabe cómo lidiar con su heredero político que lo tiene permanentemente a maltraer.

Cavallo, que en los ’90 era el superministro y luego en el 2001 apareció como el salvador económico del país, también creyó que con artilugios financieros y medidas heterodoxas podía zafar de las reformas estructurales. Se autoconvenció de que su sola presencia en el Ministerio de Economía era suficiente para cambiar las expectativas de la gente y de que la economía podía renacer sin reformas de fondo. Hoy, Cavallo está autoexiliado en los EE.UU. y si viene a la Argentina tiene que hacerlo de incógnito.

Un último ejemplo: Graciela Fernández Meijide, la política progre que parecía comerse políticamente el país, está desaparecida del mundo político porque ya demostró su incapacidad para gobernar junto con los aliancistas. De dictar cátedra –como si realmente supiera– sobre cómo solucionar los problemas del país, también pasó al ostracismo.

Todos los casos anteriores muestran dos cosas:
a) Que ni los blindajes, ni los megacanjes, ni el endeudamiento, ni las devaluaciones, ni los festivales de bonos, ni la heterodoxia económica ni la sanata del discurso político pueden sustituir las reformas estructurales. Lo máximo que todos esos artificios pueden brindarle al político es la posibilidad de “tirar” un tiempo en el poder. Pero luego, cuando los efectos de las “drogas” económicas se pasan y la sanata queda en evidencia, caen en la más absoluta desgracia política.
b) Que para gobernar la Argentina y tener éxito no alcanza con tener votos, también hace falta saber en serio qué hay que hacer para evitar la próxima crisis. Hace falta estar preparado intelectualmente y ser un verdadero estadista. Liderar los cambios. Hacer cirugía mayor en el sector público, en el sistema tributario y en los planes sociales, entre otras cuestiones.

Si yo fuera Kirchner, repasaría sólo los últimos 30 años de la historia argentina y temblaría de sólo pensar que durante un año y medio creí que el precio de la soja sustituía las reformas estructurales. Tendría terror de pensar que confundí el precio alto de la soja con las políticas de Estado. Pensaría en De la Rúa consiguiendo el blindaje y diciendo “qué lindo que es dar buenas noticias” y el final que tuvo.

Si yo fuera Kirchner temblaría de sólo pensar la facilidad con que los políticos pasan del amor al odio de la población y… de lo medios de comunicación.

Claro, yo no soy Kirchner y puedo ver las cosas sin estar en el medio de los halagos del poder. Por eso, si no cambia de postura en su forma de gobernar, ya sé cuál será su final. Más tarde o más temprano, dependiendo del precio de la soja o de cualquier otro imponderable, si continúa con esta política de no hacer nada y dedicarle el tiempo a pelearse con todo el mundo, veremos autoexiliarse a otro “ídolo” de la política. Una vez más, por haber creído equivocadamente que las reformas estructurales son un verso “vende-patria” de los malvados liberales. © www.economiaparatodos.com.ar




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