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jueves 16 de septiembre de 2004

Sigamos los consejos del Maestro

Domingo Faustino Sarmiento, uno de los grandes hombres de la Argentina, no se cansó de postular que no hay progreso posible para una nación sin educación. Sabias palabras que nos marcan cuál puede ser el camino para la recuperación.

El sábado último pasó casi desapercibido el Día del Maestro. Quizás casi tan desapercibido como el rol que la propia educación ocupa en nuestra sociedad. La fecha elegida para tal recordación es la que nos marca la desaparición de uno de los hombres más brillantes de la vida pública argentina, Domingo Faustino Sarmiento. Seguramente no escaparán a muchos de nosotros aquellos relatos de nuestras maestras que nos hablaban de la importancia de Sarmiento y de por qué había sido nombrado el “Maestro de América”; cómo olvidar la anécdota que nos pinta a un Sarmiento compenetrado en la lectura a la hora del trabajo en la despensa de sus familiares, sin darse cuenta de que había gente esperando para ser atendida; o la que nos habla sobre su asistencia perfecta a lo largo de todo el año escolar.

Pero Sarmiento es mucho más que esos pequeños destellos. Es el autodidacta, es el pensador y es, sobre todo, el hombre de acción. Desde el lugar que le tocó desempeñar, siempre abogó por el desarrollo de la educación. Esa educación primaria que era la base del progreso y de la inserción en el mundo industrializado que comenzaba a expandirse a mediados del siglo diecinueve. De alguna manera su idea queda claramente establecida al referirse a lo que ve en su viaje por Estado Unidos a fines de la década del cuarenta, al explicar las diferencias que encuentra entre aquella nación creciente y nuestros pueblos dice: “su sistema [el de Estados Unidos] de educación común universal, que hace de cada hombre un foco de producción, un taller de elaborar medios de prosperidad opuesto a nuestro sistema de ignorancia universal, que hace de la gran mayoría de nuestras naciones, cifras neutras para la riqueza, ceros y ceros y ceros, agregados a la izquierda de los pocos que producen, y además peligros para la tranquilidad, rémoras para el progreso, y lo que es peor todavía, un capital negativo dejado a los tiempos futuros, esto es, a la nación, para embarazarle los medios de prosperar.”

Estas palabras de Sarmiento, pronunciadas en 1855, podrían ser aplicadas (con la licencia del caso) en la actualidad. En el párrafo Sarmiento nos remite a dos cuestiones: primero, a mirar a una nación que se destacaba por su progreso –él anticipó como pocos hacia dónde había que mirar, ya que hace 150 años vio que Estados Unidos sería la potencia del futuro–; acto seguido, señaló como una de las causas principales de ese crecimiento a la educación primaria. Y es en este aspecto donde Sarmiento hizo hincapié a lo largo de su vida. Una educación aplicada a la producción. Una educación que atraería a los inversores externos, ya que una nación con una población educada para las nuevas tecnologías atraería las inversiones necesarias para salir del atraso. “Se nos ha preguntado cómo influye la instrucción primaria en el desarrollo de la prosperidad general, y sólo hemos necesitado señalar con el dedo hacia el Norte…” Él, como tantos otros de su generación, buscó en los países desarrollados las respuestas a la solución de los obstáculos que se oponían al progreso.

La fundación de escuelas e institutos fue el legado educativo que nos dejó Sarmiento. Una educación de excelencia, impartida en muchos casos por maestras norteamericanas, con planes de estudios que preparaban a los ciudadanos para insertarse en el mundo industrializado de aquel momento. Una educación que no sólo nos permitiría leer y escribir, sino que, por sobre todas las cosas, nos permitiría ser productores más eficientes para poder formar parte de un mercado competitivo.

“Cuando el senador, el diputado y el ministro vean aparecer el déficit de las rentas por faltar la base que es la producción de millares y millares de productores, y la tempestad mugir en el horizonte, torva y destructora porque la agitan todas las ignorancias, todos los egoísmos, todas las preocupaciones y todas las ineptitudes que la falta de instrucción primaria y la destitución, que es su consecuencia, desenvuelven, dirán, ¡pero tarde! para poner remedio: he aquí la falta, capital y réditos capitalizados de haber rechazado desde 1849, en nuestro orgullo de alumnos del instituto, en nuestro egoísmo de acaudalados, la ley que pedía los medios de organizar un sistema completo de instrucción primaria, para fundar el orden sobre la única base económica, e interés de todos en conservarlo.”

Casi 150 años han pasado desde que Sarmiento pronunció estas palabras, pero la situación en muchos casos nos resulta muy familiar. La Argentina ha estado sufriendo un proceso de descapitalización educativa (no sólo presupuestaria, sino también en contenidos) desde hace tres décadas. Sería muy saludable para la nación en su conjunto que nos demos cuenta de que por aquí se comienza el camino de la recuperación. © www.economiaparatodos.com.ar



Alejandro Gómez es profesor de Historia.




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