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lunes 13 de febrero de 2012

Tras un manto de neblina

El Gobierno utiliza la causa de Malvinas como antes lo hizo con la bandera de los Derechos Humanos: para aglutinar al pueblo y esconder escándalos.

Volver: una experiencia casi surrealista si se trata de analizar un escenario político donde abunda el grotesco y la “tomada de pelo”. Sin embargo, estamos como espectadores mansos en ese teatro. Enfrente de nosotros, un solo protagónico y un exceso de actores de reparto que apenas se limitan a los aplausos.

Parece que hiciese años que reasumió la Presidente en su segundo mandato (otra falacia si consideramos que su primer período fue una suerte de continuación del de su marido). En ese sentido, puede decirse sin equívoco que llevamos 9 años sometidos a este reinado. La costumbre nos ha ganado.

De la noche a la mañana, se esfumó la esperanza depositada en algunas voces opositoras que lograron ciertos cargos. Todos callaron y algunos cayeron en la trampa del espectáculo montado. Esperan “su momento” que, paradójicamente, no suele ser el momento de los ciudadanos. Hace tiempo que la democracia argentina dejó de ser representativa. Hoy, es una pseudo democracia delegativa, guste o no aceptarlo.

El año comenzó con un hecho político signado por la confusión: el “falso positivo” de un papelón. Desde entonces, lo que debiera ser una etapa de tregua, o quizás de letargo, se vio sobresaltada por incoherencias y atropellos previsibles, pero también desmesurados en el cómo y en el cuándo. La confusión y el papelón trashumaron a todos los campos.

La Primera Mandataria decidió adoptar un rol estrictamente comunicacional. No soluciona nada más allá de las palabras. Declama, recita, cree dar cátedra. El Gobierno así divide sus quehaceres. Por un lado, la comunicación monopolizada por el relato. Por otro, el submundo de los negocios o negociados. Ambos aspectos están en muy pocas manos. El resto atiende contingencias ante la ausencia de políticas a mediano o largo plazo.

La herramienta por excelencia de este nuevo período radica en la sistemática prohibición de todo acto y toda voz que puedan alterar el orden preestablecido de antemano. Ausencia del clima democrático. Por ejemplo, la Presidente establece que el dólar debe mantenerse. Corolario: control absoluto de mercado. Medidas en apariencia populistas embebidas de falacias nacionalistas. En definitiva, otro engaño.

Quienes compran dólares en cantidad poseen armas propias para eludir los candados. El único afectado es el ciudadano común a quien se le atan las manos. Los dólares, finalmente y a pesar de los sabuesos, siguen escapándose. Ampulosos anuncios con resultados únicamente mediáticos.

La realidad pasa por otro lado. El progreso, en boca de Cristina Kirchner, se palpa en récords tan falsos como el resto del relato. ¡País pujante porque cuatro o cinco días, y algún fin de semana largo, hay movimiento de autos hacia la costa atlántica!

El verdadero dato: cuando el progreso kirchnerista no existía, se veraneaba por lo general entre 15 y 30 días… Pero ésas, según el oficialismo, eran épocas de despilfarro que llevaron a la crisis de comienzo de siglo. Entonces vino el abismo, y apareció “Él” para salvarnos.

Nada bueno pasó antes de mayo de 2003: comienzo irrefutable de bonanza espectacularmente vendida por especialistas en el arte de pintar escenografías. Es justo admitir que el público también se maneja en demasía con el doble discurso. Delezna la expansión indiscriminada del Estado pero, simultáneamente, requiere que éste los ampare y proteja para evitarles trabajo. De ese modo es muy difícil romper el círculo vicioso o viciado.

Después de una reelección, que encima superó expectativas, la crisis es o debería ser utopía. Los comicios arrojaron el ocaso de alternativas, y sin embargo, hay apremio por tapar todo cuanto está pasando.

No hay enemigos poniendo obstáculos, la economía que todavía no se ha desbordado funciona como modeladora de la ética y la moral del ciudadano. Todo es aceptado sin chistar si aún hay cierto respiro y métodos para disfrazar la realidad.

Ejemplo cabal es la tarjeta SUBE. Las filas eternas para permanecer subsidiado, amén de mostrar la necesidad reinante en amplias franjas sociales, ponen de manifiesto de qué manera se maneja al rebaño. La SUBE es un “regalo” del Gobierno, toda otra especulación es solamente eso: especulación de la minoría que no los ha votado. Para muchos sirve como atenuante de un bolsillo aún no violado. ¿Hasta cuándo?

Si algo debe reconocérsele al oficialismo es su capacidad para manejar la distracción. Ante la falta de adversarios, hay que crearlos. La política como batalla perpetua: concepción kirchnerista por excelencia. Así se embistió contra el clero, el empresariado, los militares, los medios de comunicación, el campo… Hoy, es el turno de lo foráneo.

Malvinas es una causa nacional que nadie puede cuestionar pues se impone lo políticamente correcto. Es probable que a una mayoría de los argentinos no le interese un ápice la soberanía de los isleños, pero de ahí a exponerlo públicamente hay un gran trecho. Hay miedo al pensamiento…

Malvinas opera como antes operaron los Derechos Humanos.

Con el “manto de neblina” que no hemos de olvidar se cubre al testaferro del vicepresidente, a la interna rabiosa dentro del seno mismo del gabinete, a la improvisación y los déficits. Las Malvinas oscurecen los índices falsos del INDEC, los conflictos sociales en ciernes, el desabastecimiento de insumos, la mega minería que, mucho más allá del medio ambiente, contamina de corrupción a los dirigentes.

Las denuncias deben mantenerse en la latitud en que se han mantenido siempre. Skansa, Grecco, Antonini, Atucha, Yaciretá, Aerolíneas Argentinas, Meldorec… son ejemplos concretos de cómo debe pasar a segundo o tercer plano todo aquello que salpique de corrupción a los funcionarios. Otro apéndice del Estado hará lo demás: los jueces alquilados.

Más preocupación que la soberanía, la democracia, los derechos humanos y cualquier otra causa, el desvelo del poder pasa por empezar urgente la campaña para asegurar una continuidad que hoy no está.

En ese trance, se vuelve a recordar que hay sólo un modo de alterar el escenario nacional: tocándole —sin eufemismos— el bolsillo a los ciudadanos. Eso no está lejos de pasar. Y será entonces cuando el Gobierno necesite alguna estrategia más para mantener el status quo, sin el cual no puede continuar. ¿La tendrá? © www.economiaparatodos.com.ar

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