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jueves 10 de octubre de 2013

Un cisne negro

Un cisne negro

El análisis político y económico del doctor Vicente Massot

Hasta el mediodía del lunes, cuando el gobierno anunció, de manera oficial, que al día siguiente la presidente sería sometida a una operación quirúrgica en el Hospital Favaloro, las versiones sobre el estado de salud de Cristina Fernández y de sus eventuales consecuencias en términos institucionales fueron en extremo variadas. Sesudas algunas, disparatadas otras, ganaron espacio y hasta aceptación —más allá de su seriedad o ridiculez— en mérito a la política deocultamiento que, una vez más, decidió montar la Casa Rosada.

Si desde un primer momento se hubiera informado a la población —minuto a minuto, como correspondía— cuál era la situación de la paciente, seguramente la cadena de chimentos, especulaciones y teorías conspirativas que se escucharon a lo largo y ancho del país no hubieran pasado a mayores. Pero la manía de mantener las cosas en secreto que aqueja al kirchnerismo dio lugar a que muchos hicieran suyo el conocido adagio, según el cual “en boca del mentiroso hasta lo cierto parece dudoso”.

Así, no faltaron quienes imaginaron una puesta en escena de la presidente y de sus principales laderos para tratar, en la medida de lo posible, de mejorar la pobre performance electoral que se ven venir sin estrategia para enfrentarla. Con base en el consabido sentimentalismo criollo, Cristina Fernández —de acuerdo a esta interpretación— habría inventado o exagerado una enfermedad con el propósito de victimizarse y sacar provecho de ello el próximo27 de octubre.

Pero la inanidad o irresponsabilidad de tamañas fantasías quedaron al descubierto ni bien se hizo público que la presidente debería sobrellevar una operación de cabeza a los efectos de quitarle el coágulo cerebral que la aquejaba. A partir de ese instante cesaron los cuentos novelescos, dignos de figuras al tope de las listas de best sellers correspondientes al género

ficción. No había habido ni hay una mise en scene. Hay, en cambio, fruto de un imponderable, una situación en extremo complicada no sólo en razón de la dolencia de Cristina Fernández sino también por el hecho de que Amado Boudou figure primero en la línea de sucesión.

En cualquier otra circunstancia menos delicada la presencia del hasta el lunes vice en el sillón de Rivadavia hubiera despertado preocupación. Que ahora haya asumido, por mandato constitucional, tamaña responsabilidad, es algo más que preocupante. Sobre todo en un gobierno que, en atención a su índole movimientista y populista, descansa en el carisma, poder o autoridad del jefe de turno. Con Cristina Fernández operada la situación de su compañero de fórmula que —al menos en teoría— debería resultar clara, se ha tornado confusa por efecto de la baja institucionalidad argentina.

Durante la última presidencia de Franklin D. Roosevelt, su segundo —Harry Truman— hacía las veces de convidado de piedra. Era, apenas, un fantasma que deambulaba por los despachos sin que nadie de importancia le llevara el apunte. Bastó que Roosevelt muriera para que su vice asumiera el poder en plenitud, sin condicionamiento ninguno. Otro tanto cabría decir de Lyndon B. Johnson. En vida de John F. Kennedy era un verdadero cero al as, que el clan presidencial despreciaba. Pero, asesinado aquél en Dallas, el hombre del sur dejó el ostracismo e impuso su política a los Estados Unidos y al mundo en menos de lo que canta un gallo.

¿Alguien podría imaginar a Amado Boudou haciendo lo mismo si acaso llegase a faltar Cristina Fernández? No se necesita responder porque la pregunta es, de suyo, ridícula. Así como Boudou no resistiría un segundo en la Casa Rosada si debiese completar el mandato de cuatro años para la cual fue electa la fórmula del FPV, tampoco podrá ahora reemplazar plenamente a la presidente. En virtud de que nuestro país, en punto a instituciones, no califica como una repúblicaconstitucional. El poder pasa por otro lado, a despecho de lo que prescriba la Carta Magna de cuño alberdiano.

No sabemos cuanto tiempo estará lejos de Balcarce 50 la viuda de Kirchner. Sí sabemos que su vice no detentará, al margen de los atributos formales —banda y bastón— ningún poder. Es que nadie tiene lo que no puede ejercer. En su lugar, tras bambalinas —eso sí— el poder ya está en manos de Carlos Zannini y de Máximo Kirchner, las dos únicas personas de confianza de Cristina Fernández. Por supuesto, nadie lo reconocerá y hasta es posible que el nuevo convidado de piedra, en algún momento —producto del alto concepto que tiene de sí mismo— intente reaccionar. En tal caso su papel será más triste aún.

Los escenarios que cabría imaginar hacia adelante, son infinitos. Entre otras razones porque nadie está en condiciones de adelantar, a ciencia cierta, en cuánto tiempo se repondrá la Fernández. ¿Y si no estuviese en condiciones de volver a la Casa Rosada por espacio de semanas? ¿Y si cuando regresase fuese incapaz de aguantar, como hasta ahora, el ritmo verdaderamente sobrehumano que exige una función como la suya? 

Es más fácil trazar un panorama con una Cristina Fernández rápidamente repuesta y en plenitud para hacerse cargo de la presidencia. Mucho más difícil —por no decir imposible— es intentarlo sin saber cuál será la evolución de la señora después de la intervención a la que fue sometida el martes a la mañana.

La gravedad reside en el hecho de que no existiendo un delfín, sin posibilidad alguna de reelección en el 2015, frente a la inminencia de una verdadera catástrofe electoral y con una economía que cruje por los cuatros costados, se acaba de cruzar un cisne negro en el camino de la única personalidad imprescindible del gobierno. En el conocido libro del libanés Nassim Nicholas Taleb, que lleva ese título, el autor define así la esencia de su ensayo: “Un Cisne Negro —así, en mayúsculas— es un suceso con los tres atributos que siguen. Primero, es una rareza, pues habita fuera del reino de las expectativas normales, porque nada del pasado puede apuntar de forma convincente a su posibilidad. Segundo, produce un impacto tremendo. Tercero, pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible”.

Ninguna de las especulaciones tejidas acerca de lo que podría sobrevenir luego del cantado revés gubernamental del 27 de octubre, tuvo en cuenta la salud de la presidente. En todo caso los analistas —en esto sin excepciones— pusimos la lupa sobre la inestabilidad emocional de Cristina Fernández. A nadie, en cambio, se le ocurrió hurgar en los desmayos que había sufrido. Como quiera que haya sido, lo que deja a la vista este episodio —aún no terminado— es el costo que puede tener el capricho de una persona.

Que Amado Boudou haya integrado la fórmula del FPV en 2011 es obra de un úcase de Cristina Fernández. También lo es que la senadora Rojkés de Alperovich aparezca segunda en la línea de sucesión, detrás de Boudou. Ninguno de los dos aguantaría —en el supuesto de faltar la presidente— una hora al frente del Poder Ejecutivo, y ello no en razón de las fuerzas opositoras sino del mismísimo kirchnerismo puro y duro, que no los toleraría.

Lo más probable es que la mujer que fue operada el martes vuelva a tomar el timón presidencial dentro de tres o cuatro semanas, con lo cual le ahorrará al país las inclemencias de una gestión a cuyo frente revistaría un incompetente con varias causas penales abiertas en su contra. Pero la dolencia de Cristina Fernández nos ha hecho tomar conciencia de cuán endeble y peligrosa podría ser una recaída de su salud. Esta vez el cisne negro pasó por estas playas fugazmente, aunque nunca se sabe… Hasta la próxima semana.

 

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.