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jueves 14 de julio de 2005

Vemos bien, vamos mal

Algunos argentinos prefieren conformarse con una foto de la Argentina que sólo muestra aquello que aparece en la superficie, y se obstinan en no mirar qué es lo que ocurre por debajo de las apariencias. Tarde o temprano, cuando la suerte se acabe, la realidad quedará a la luz. Convendría ir empezando a mirar mejor.

El remolino de camisetas argentinas no deja ver bien quién está en el centro del festejo. La calurosa tarde italiana es testigo de uno de los partidos más increíbles en la historia de los mundiales de fútbol. Después de haber sufrido pelotazos en los palos, innumerables situaciones de zozobra y otras tantas salvadas providenciales del arquero, Sergio Goycochea, una genialidad de Diego Maradona y Claudio Cannigia, a pocos minutos del final, le daba a la Argentina un triunfo agónico frente a su eterno rival, Brasil. Las camisetas amarillas a casa, Argentina seguía en Italia 90.

Todo lo que veíamos estaba bien: el triunfo, la jugada del gol, la clasificación a cuartos de final, la eliminación brasileña… Todo era alegría y perfección. No faltó quien dijera “ganar así, mejor, sin merecerlo, contra Brasil… que los ‘negros’ se vayan con toda la bronca”. Todo era perfecto. Pero todo iba mal, muy mal…

El equipo había jugado un campeonato horrible. Se había clasificado a duras penas como uno de los “mejores” terceros, en el primer mundial en que la FIFA utilizaba ese sistema de clasificación para la instancia de octavos de final. Luego llegó a una final maltrecha, después de definir por penales sus partidos de cuartos de final y semifinal contra la entonces Yugoslavia e Italia, respectivamente.

En la final, Argentina no pudo presentar la totalidad de sus titulares por las suspensiones y expulsiones que había acumulado. En el último partido tuvo el primer expulsado en una final de Campeonato del Mundo de la historia, el marcador central Pedro Monzón.

De ese equipo terminaron con problemas de drogadicción Diego Maradona, Claudio Cannigia, Sergio Batista y el propio Monzón. El plantel no tuvo continuidad. El grupo terminó con ese Mundial.

La foto de la alegría de los días anteriores, cuando todo se veía bien, no tardó en desnudarse, porque los equipos que juegan mal, lo más probable es que terminen mal.

Hoy, las noticias de los mercados agropecuarios no dejan de informar sobre aumentos en el precio de la soja. Todo el mundo en el país planta y cosecha soja. La Argentina prácticamente se ha convertido al monocultivo. Pero la instantánea del momento vuelve a entregar una imagen de algarabía: más ingresos, más exportaciones, más caja. De nuevo, todo es perfecto. Pero, de seguir así, todo ira mal, muy mal…

La tierra se hartará de la soja. Los minerales y nutrientes del suelo no se renovarán y, de aquí a cinco años, la foto de la alegría volverá a dejar paso a otra realidad. Porque cuando se hacen mal las cosas, se termina mal.

Las demás fotos de la Argentina coyuntural se ven bien, pero el país va mal, muy mal…

Después de la caída estrepitosa del 2001 y 2002, los números de la macroeconomía han mejorado. El país creció a ritmos promedio del 8% en los últimos dos años, y algo similar se espera para el que corre. El tipo de cambio se estabilizó, los ingresos por exportaciones crecieron y la inflación, si bien tuvo corcoveos en meses recientes, no estalló a un nivel proporcionado a la desaforada devaluación. Esto es lo que vemos.

Veamos cómo vamos.

La capacidad instalada de la industria media ha llegado a su techo. La producción energética no alcanza a suministrar los kilovatios necesarios para alimentar una tasa de crecimiento ascendente. La multimillonaria, pero aún insuficiente, inversión de los noventa, que permitió el rebote de la economía después del colapso, da muestras de agotamiento y la renovación de la infraestructura brilla por su ausencia. El capital privado que debería invertir cuantiosas sumas para renovar equipos, innovar tecnológicamente y multiplicar la producción, apenas aporta en pesos unas cantidades similares a 1998, lo cual deja a la inversión nueva neta en una porción casi tres veces más chica de la que existía en aquel año.

La inclinación estatista del Gobierno que pretende recolocar a la burocracia del Estado en un nuevo papel empresario, ha ocupado los lugares que antes se disputaban empresas privadas. Nuevos entes estatales han nacido para intervenir en toda clase de mercados.

La hiperconcentración económica ha hecho que sólo los bienes que los ricos pueden comprar tengan un mercado. Los demás se debaten en la supervivencia.

En el orden social, las muestras de fascismo callejero que pretenden silenciar por el ejercicio de la fuerza las manifestaciones de opiniones libres siguen campeando en el devenir cotidiano y ninguna autoridad estatal parece dispuesta a poner las cosas en su lugar. Al contrario, muchas veces uno tiene la sensación de que es, justamente, el Estado el que estimula esas manifestaciones.

En la arena política todo el esfuerzo oficial parece destinado a imponer un unicazo, un dominio hegemónico de partido único. A las personas que no opinan como el Gobierno se las hace pasar casi como no-argentinas, con insultos, agravios y motes propios de la década del 50.

Se podrían seguir enumerando características de la “película” argentina. Datos que demuestran fehacientemente que el rumbo es malo y que, como tal, terminará mal. Pero todos siguen extasiados por las fotos. Nadie se detiene a analizar el film.

Pero como en el fútbol o como en la agricultura, lo que importa es cómo juega el equipo o si las rotaciones de los cultivos se cumplen. Los equipos que juegan mal, finalmente pierden. La tierra que no se cuida, finalmente colapsa. En ese momento no importarán los goles a Brasil o los ingresos de la soja. Importará lo que venimos haciendo mal en el fondo, no en la superficie.

Nunca los camorreros llegaron a ninguna parte. Los fascistas perdieron y los partidos únicos quebraron. Esto es lo que debería analizar la gente sensata. La misma gente sensata que insensatamente sólo está empecinada en ver cómo sus bolsillos engordan debería detenerse en el rumbo que lleva el país. La hipocresía y el rastrerismo nunca han sido los compañeros ideales de los finales felices. © www.economiaparatodos.com.ar




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