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jueves 28 de diciembre de 2006

Verano de 2002

Después del turbulento diciembre de 2001 que terminó con el sueño de la Alianza, se prendió la mecha que provocó un incendio de proporciones mayúsculas del que la Argentina todavía no ha logrado recuperarse.

Cinco años atrás, la Argentina vivía, tal vez, la peor crisis económica de toda su historia. El país estaba al borde de la anarquía, en gran medida fogoneada por los populistas radicales y peronistas de la provincia de Buenos Aires. Habían conseguido crear el clima de caos social necesario para poder voltear a un gobierno incapaz de resolver los problemas, como fue el de Fernando de la Rúa. Al igual que en otras oportunidades de la historia argentina, cuando dirigentes políticos del radicalismo y del peronismo iban a tocar la puerta de los cuarteles para que sacaran los tanques a la calle, en esta oportunidad recurrieron a las hordas del Gran Buenos Aires para que salieran a saquear supermercados y comercios. Una vez más, esos dirigentes políticos operaban desde la sombra. En otras oportunidades utilizaron a los militares para alcanzar sus objetivos. En el 2002 organizaron una pueblada y consiguieron su objetivo.

Luego, con la idea de resolverle el problema a algunos sectores empresariales, el gobierno de Eduardo Duhalde cometió una de las injusticias económicas más grande de la historia económica argentina: confiscó los depósitos y los pesificó. De esta manera, destruyó el ahorro de miles de familias que, de la noche a la mañana, vieron desaparecer el esfuerzo de años. Junto con el default de Adolfo Rodríguez Saá –que también destruyó el ahorro de miles de personas que, por ejemplo, habían hechos sus aportes a las AFJP– nuestro país se quedó sin uno de los elementos fundamentales para crecer, que no es otra cosa que el ahorro para financiar las inversiones y el consumo.

Cuando buena parte del Congreso Nacional aplaudió de pie el default y la devaluación, quedó en evidencia el grado de resentimiento e ignorancia que imperaba en la dirigencia política argentina. Estúpidamente, creían que el default perjudicaba sólo a los bancos, a los grandes inversores y al Fondo Monetario Internacional (FMI). Falso: los primeros ya se habían fugado casi todos y el FMI cobró al contado la totalidad de su deuda gracias a Néstor Kirchner. El actual presidente hizo por el FMI lo que jamás intentó hacer para salvar a los pequeños ahorristas. Curiosa forma de progresismo la del santacruceño.

Los que quedaron atrapados fueron los pequeños ahorristas, quienes, atraídos por la avaricia de las altas tasas de interés que ofrecían los bancos para retenerlos y frenar la fuga de depósitos, llevaron las tasas hasta niveles que era obvio que resultarían impagables.

En el verano de 2002 también se terminó de destruir el respeto de los ciudadanos por las leyes. Pocos meses antes, el mismo Congreso que aplaudía el default y aprobaba la pesificación, había aprobado una redundante Ley de Intangibilidad de los Depósitos. Riéndose en la cara de la gente y contradiciendo lo que ellos mismos habían votado, los legisladores festejaron a lo grande la injusticia que estaban cometiendo.

También hubo festejos cuando se derogó la Ley de Convertibilidad. Una ley que nunca fue un programa económico, sino que consistía en una simple regla monetaria. Los programas económicos son mucho más que una regla monetaria. Los programas económicos incluyen la política impositiva, la eficiencia y nivel de gasto público, la legislación laboral, el grado de apertura de la economía, las regulaciones que permiten o traban el ingreso de nuevos competidores al mercado, etcétera. Pero lo cierto es que, hoy en día la convertibilidad, es asociada a todo un programa económico.

En definitiva, el verano de 2002 no fue un verano sólo de destrucción económica, sino que también se destruyeron los sueños y el esfuerzo de millones de argentinos.

Lo más curioso es que quienes hicieron semejante destrozo hoy andan por la vida como si nada hubiera pasado, y algunos de ellos se animan a pontificar sobre las políticas públicas como si nada hubieran hecho para destruir a la Argentina.

La devaluación de Duhalde significó una fenomenal transferencia patrimonial y una terrible redistribución del ingreso. A la mencionada destrucción del ahorro, se le agregó un impuesto inflacionario atroz que hizo estallar la pobreza y la indigencia. Y todo para que unos pocos vivos pudieran tener un mercado cautivo para vender sus productos a precios y calidades que jamás existirían en un mercado de libre competencia.

Kirchner, apadrinado por Duhalde, consiguió entrar a la Casa Rosada por la puerta de servicio, haciendo suya la política económica del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires. El 2002 también dio lugar a un despliegue de traiciones políticas que reflejan la ausencia de límites al momento de tratar de llegar al poder. Kirchner lo traicionó a Duhalde, pero funcionarios del gobierno del bonaerense también lo traicionaron al sumarse a las diatribas de Kirchner contra Duhalde. Roberto Lavagna siguió en el cargo de ministro de Economía y hoy es un enemigo acérrimo de Kirchner. Daniel Scioli lo traicionó a Carlos Menem, luego Kirchner lo despreció a Scioli, aunque ahora, por una cuestión de conveniencia política, parece querer recuperarlo para su causa 2007.

Volviendo al tema económico, la realidad es que Kirchner continuó con el modelo implementado por Duhalde: tipo de cambio alto para darle rentabilidad elevada a las empresas y salarios deteriorados por el impuesto inflacionario que se aplica para sostener el tipo de cambio en niveles elevados.

Sin embargo, la dinámica del modelo está atormentando al presidente. Lo que estamos viviendo en estos momentos es una puja por la distribución del ingreso. Le quitan rentabilidad a las empresas con controles de precios y regulaciones para “mejorar” el ingreso de los asalariados, al tiempo que se decretan aumentos de sueldos. Más de un empresario que estaba feliz con la devaluación empieza ver con preocupación cómo las utilidades comienzan a licuarse. Las grandes utilidades del 2003 al 2005 empiezan a evaporarse. Por eso, los empresarios quieren que les sigan dando energía a precios subsidiados y que los salarios no aumenten.

En algún diario leí que alguien sostenía que el clima de inversiones no estaba determinado por el mal trato que Guillermo Moreno, el secretario de Comercio Interior, da a los empresarios. Es cierto. El clima de inversiones se crea con reglas de juego eficientes y estables que seduzcan a los inversores. Esas reglas hoy no existen en nuestro país. Sólo existe una máquina de imprimir billetes que trata de fogonear el consumo interno, una inflación reprimida con regulaciones y amenazas, distorsión de precios relativos y un país que se ha aislado del mundo, viéndolo más como una amenaza que como una gran oportunidad para aumentar el comercio exterior, crear puestos de trabajo y atraer inversiones a gran escala para exportar. Claro, para el populismo no hay peor enemigo que la prosperidad que le da autonomía económica a la población.

El verano de 2002 puede señalarse como el año a partir del cual la Argentina terminó de incendiar sus instituciones jurídicas, políticas y económicas. Ese incendio todavía sigue y tendremos que esperar a que se apague y sus brasas se extingan para poder intentar la reconstrucción del país. © www.economiaparatodos.com.ar

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