Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

viernes 20 de julio de 2012

Volver a Keynes y ocultar a Marx

Si lo que quería demostrar Kicillof en su libro "Volver a Keynes", es que el teórico era hostil a la libertad, no era necesario escribir medio millar de páginas petulantes para ello. Eso es sabido, no solo por los análisis de los economistas e historiadores sino porque el propio Keynes se ocupó de subrayarlo una y otra vez.
MADRID – A España habían llegado noticias o comentarios sobre Axel Kicillof por su labor política, por haber sido subgerente de Aerolíneas Argentinas, la compañía aérea más deficitaria de América Latina, por integrar el importante y privilegiado grupo de poder denominado “La Cámpora”, ligado al hijo de los señores Kirchner, por haber apoyado la usurpación de los fondos de pensiones privados de la Argentina, por haber sido uno de los padres intelectuales de la confiscación de las acciones españolas de YPF y autor de esta frase, pronunciada nada menos que en el Congreso: “el concepto de seguridad jurídica es horrible”; y en general por su complicidad con o protagonismo en la intervencionista, sectaria, y onerosa gestión con la que la dinastía Kirchner ha dañado al pueblo argentino.

Ahora sabemos también que es autor del libro Volver a Keynes, que defiende al economista inglés explícitamente y reivindica a Marx implícitamente. Las consignas más típicas del marxismo aparecen desde el principio, pero no se le atribuyen. Es Keynes el que se dedica a  “desentrañar el carácter histórico de las doctrinas económicas…existe una relación directa entre cada periodo histórico y la teoría económica dominante…La teoría económica debe siempre reflejar con fidelidad los procesos sociales de su tiempo” (pp. 43, 55, 56). Su torpe historicismo encaja con distorsiones habituales, como que el lema del liberalismo es el “egoísmo individual”, tiene “escaso contenido científico”, y no es apoyado porque la gente aprecie la libertad sino por favorecer “los intereses de la fuerza social dominante” (p. 69).

Finalmente, quien acaba con el liberalismo no es el Estado sino “la historia” (p. 100), mientras que el Estado adquiere protagonismo “de manera espontánea” (p. 95), y el patrón oro, que fue liquidado por los estados, murió “de muerte natural” (p. 105). Eso sí, el mercado es ciego (pp. 96, 255, 273, 405, 409). Sobran otros errores y confusiones en ámbitos técnicos de teoría económica, y también el relativismo y la arrogante demonización de las ideas no intervencionistas, que no son solo erradas sino reaccionarias, inconfesables, etc. Pero es increíble que un historiador del pensamiento económico sugiera que no hubo teorías del paro, ni de los sindicatos, ni de los efectos expansivos del gasto, anteriores a Keynes, o que prevaleció el liberalismo a ultranza en el siglo XIX, o que antes de Keynes todo el mundo daba por sentado el pleno empleo como axioma, o que J.S.Mill se adhirió abiertamente a la ley de Say. Nada de esto puede sostenerse con el aval de los textos originales y la historiografía.

Finalmente, en la página 424, Kicillof llega a esta conclusión: “Para Keynes, el trabajo, ayudado por el estado de la técnica y operando en cierto ambiente natural, es la única fuente de nuevo valor”. Esto, independientemente de que es un clamoroso disparate, es en un punto indudable: se trata del eje de la teoría de Marx, es la base de su noción de la explotación del obrero por el capitalista, teoría que sus seguidores intentaron defender a capa y espada ante sus flagrantes deficiencias y contradicciones. Asombrosamente, esa identificación con Marx es algo que Keynes no reconoció ¡y tampoco reconoce el propio Kicillof! ¿Cómo dejar de mencionar algo tan trascendental? Kicillof lo suelta, y habla de David Ricardo, que precisamente no tenía, al revés de Marx, una teoría del valor-trabajo al 100 % (parafraseando a George Stigler). Caben tres hipótesis, a cual más inquietante: o el autor no sabía que esa es la teoría de Marx, o no le pareció importante señalar la identificación, o le pareció importante pero prefirió no aclararla.

Ahora bien, si lo que quería demostrar Kicillof es que Keynes era hostil a la libertad, no era necesario escribir medio millar de páginas petulantes para ello. Eso es sabido, no solo por los análisis de los economistas e historiadores sino porque el propio Keynes se ocupó de subrayarlo una y otra vez, aunque quizá nunca como en el prólogo a la edición alemana de la Teoría General de 1937, del que Kicillof evita citar estas líneas: “La teoría del producto como un todo, que es lo que el presente libro procura plantear, se adapta con mucha más facilidad a las condiciones de un estado totalitario que…a las condiciones de libre competencia y un amplio grado de laissez-faire”.

El autor es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid, y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de la Argentina (www.carlosrodriguezbraun.com).