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viernes 15 de agosto de 2014

Y si su lógica fuese distinta

Y si su lógica fuese distinta

El análisis político y económico de Vicente Massot

Al ser definidos —desde siempre— como animales racionales, solemos analizar nuestras propias acciones de acuerdo a principios lógicos. En ese empeño, sobre todo cuando se trata de la política, quienes debemos explicar las causas o, si se prefiere, las razones en virtud de las cuales este actor obró de tal manera y de otra su contrincante, aliado o socio, nos rompemos la cabeza con el propósito de poner en claro lo que, en muchas oportunidades, resulta oscuro. Ello en atención al hecho de que procedemos, las más de las veces, conforme a criterios racionales; pero también a tontas y a locas, impulsados por la irracionalidad que —aunque nos cueste entenderlo— llevamos a cuestas desde la cuna. Cuidado, pues, con privilegiar como categoría excluyente a la teoría del actor racional. Nadie está exento de ceder a los demonios de la irracionalidad a la hora de decidir.

 Lo anterior viene a cuento de las explicaciones que se han tejido y que seguramente, con el correr de los días, se seguirán enhebrando para dar cuenta de por qué parece no compadecerse bien —por no decir que se da de patadas— la estrategia kirchnerista desarrollada desde fines del año pasado respecto de la más reciente, desenvuelta en el vital tema de los hold–outs. Es que hay una clarísima disociación entre el pago a Repsol, el acuerdo con el Club de París y el punto final que se le puso a las disidencias que venían de arrastre con el CIADI, por un lado, y la actitud de Cristina Fernández y Axel Kicillof relacionada con Griesa y la negociación de la deuda en default, por el otro.

Si se tiene en cuenta que no estamos comparando peras con bulones, o sea, si medimos pasos dados por los mismos actores, de cara a los mercados, en un periodo de menos de un año, carece de toda lógica que la viuda de Kirchner y su principal escudero en el gabinete hayan comenzado a recorrer un camino en enero y lo hayan jalonado con hechos cantantes y sonantes, para luego virar en redondo y tirarlo todo a la basura.

La presidente tuvo que tragarse sus palabras y borrar con el codo cuanto antes había escrito con la mano, al momento de pagarle a los españoles, a los gobiernos acreedores de la Argentina en el Club de Paris y a las empresas que habían llevado su litigio al CIADI. Seguramente no fue un trago fácil de digerir, pero al kirchnerismo no le produjo demasiados ascos el asunto. Agachó la cabeza, se bajó los pantalones e hizo de la necesidad, virtud. Poco importa a esta altura determinar si los acuerdos que cerró resultaron caros y fueron mal negociados. Todo parecería indicar que se podría haber defendido mucho mejor nuestra posición; aunque lo hecho, hecho está.

Ahora bien, cuál podría ser el sentido de haber tomado esa decisión, que contradecía de tal modo el discurso histórico del sistema planetario K, si acto seguido se iba a desandar la senda elegida y volver —por voluntad propia— a fojas cero. Tamañas idas y venidas semejan las volteretas de un enajenado, un díscolo o un caprichoso serial, en nada parecido a ese ser racional de los manuales que adopta sus decisiones conforme a un estudio meduloso de las alternativas que tiene delante suyo y en consonancia con una estrategia en donde los medios se ordenan y compaginan en función del fin perseguido.

Está fuera de duda que no hay continuidad sino ruptura entre los tres pasos dados anteriores al cortocircuito con Griesa y la política orquestada en punto a los hold–outs. Siempre y cuando —claro— fuese indispensable hallarle una coherencia a lo obrado en la materia por parte del kirchnerismo. Pero …¿y si todo hubiese sido una improvisación? ¿Y si la lógica de Cristina Fernández se pareciese más a la de un antropófago que a la de Aristóteles? ¿Y si la táctica ensayada por la Casa Rosada tuviese una componente irracional que la pusiese fuera de nuestro alcance?

Conviene saber que, si así fuera, no sería un invento kirchnerista, ni mucho menos. Todavía es difícil determinar, por no decir imposible, la razón en virtud de la cual Nikita Kruschov mandó instalar misiles en Cuba y no se preocupó de camuflarlos debidamente. Tampoco es comprensible cómo tres distintas administraciones norteamericanas se enterraron en las junglas del sudeste asiático sin un plan militar enderezado a ganar la guerra. Son los mencionados apenas dos ejemplos de los innumerables que podrían traerse a comento en la historia universal.

Bien está que tratemos de hallarle solución al enigma y que anotemos unas cuantas teorías de los porqués. Pero sin perder de vista que hay fenómenos cuyas causas se nos escapan. No porque pueda existir un efecto sin causa, sino en razón de que hay lógicas misteriosas.

Cristina Fernández y Axel Kicillof son dos ignorantes. Lo dicho no lleva la intención de agraviarlos. Sencillamente plantea el abismo que existe entre ocupar un cargo y saber ejercerlo en situaciones críticas. Seamos francos: la presidente es una improvisada que no sabe nada de economía. Kicillof —que se supone que sabe— es un profesor de historia económica metido ahora en honduras que amenazan tragárselo. El problema —como dijimos en más de una ocasión— es que ninguno de los dos es consciente de su ignorancia. Es más: creen que saben y obran en correspondencia con esa convicción.

No es posible meterse en la cabeza de los dos para despejar la incógnita y conocer, a ciencia cierta, qué piensan. Pero se puede especular. En tren de ensayar una explicación, hela aquí: Cristina Fernández y Axel Kicillof se mantendrán firme donde están a la espera de novedades. ¿Qué significa esto? —Que mientras no se dispare el dólar y no se derrumben los bonos argentinos, no se moverán un centímetro de la posición de dureza que adoptaron. ¿Por qué no hacerlo —pensarán— si, contra todos los pronósticos, el mundo no se les cayó encima? Sólo si la situación cambiase abruptamente, entonces es probable que haya una modificación del rumbo presente. En la medida que no vislumbren un tsunami en el horizonte, al actual libreto no le agregarán ni quitarán una coma. Hasta la próxima semana.

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.