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jueves 13 de marzo de 2008

Yo, valija

El affaire de los dólares que llegaron de Venezuela en las manos de Antonini Wilson, contado por su principal protagonista.

Estoy aburrida y desasosegada desde el 5 de agosto de 2007 en esta oscuridad de un depósito en Aeroparque. Yo, que he exhibido mi pinta sobre ruedas en tantos aeropuertos de América, estoy recluida en este irrespirable antro bancario. Mi vida transcurre en el aburrimiento y temo, fundadamente, que terminaré deteriorándome por mi falta de training forzoso.

Mi único momento de diversión, de cuando en cuando, es el contador del banco que entra al tesoro con algún conocido y me exhibe aclarando que soy la ¡valija de Antonini! Me tocan, me acarician codiciosamente, impúdicamente diría, y a veces me abren, para peor con más gente aparentemente muy seria, para cotejar que mi valioso contenido permanezca dentro de mí. Estoy aburrida y bastante contaminada por tener sobados y grasientos billetes de a cincuenta dólares –viejitos y desordenados sin una prolija numeración– que no llegarán nunca a su destino. ¡Qué es llegar a destino para cualquier valija que se precie! Esta guita son ochocientas lucas de nadie.

Muchos de los que revisan mi contenido aseveran que van a llegar hasta las últimas consecuencias por mi ingreso ilegítimo. Me remiran, me recuentan y explican que han llamado a los testigos. Parece cosa de mandinga: aquí en Buenos Aires soy la única presa y en Miami ya hay cuatro presos y dos confesados. Parece cosa de mandinga, pero los que venían conmigo no son nunca mencionados como declarantes de lo que pasó. De tres pibas que venían en el jet, cantó una sola. De los tipos que venían también en el aéreo -eran cinco- todavía no citaron a ninguno. ¡Que los apreten, caray, sin piedad! Esto es igualito al Martín Fierro… “llamó el fiscal, vino el juez / y empezó la diligencia: / si había venido en avión / en tal vuelo o en tal otro / si era de valija de potro / entelada o de cartón / y si la plata era de él / armando así la sentencia / ¡al ñudo pa’ hacer papel!”.

Yo no quiero hablar. Sin embargo, me gustaría decirle al bancario que me exhibe como un trofeo y a los juezos y juezas, fiscalos y fiscalas que desfilan seriotes a observarme que no soy de Antonini. Por los comentarios que oigo cuando aparecen los visitantes, ya todos saben que el chico de PDVSA que me subió al avión aclaró y reaclaró que la valija no era de Guido. Que era de otro. ¡Si yo hablara!

Pero, ¡callemos! Estoy acostumbrada al más riguroso secreto. ¿Acaso voy a contar los viajes que hice, siempre en los Jets Citation, llevando mi cotizado contenido? Siempre en la Royal Class de Yabrán, que también procuró –veinte días después– a su abogado para ayudar en Fort Lauderdale al gordito Antonini. ¿Acaso deberé al final contar quién era mi habitual valijero?

En este viaje en especial, viajé como la mona. Primero entre las piernas del chico Uzcátegui, el hijo del ex vice de PDVSA, que al final me olvidó, para bien de mi olfato, distraído con sus lances con las pibas viajeras. No sabía si quedarse con Victoria, con Edith o con Nelly. Copas de champú de por medio, tiró los perros en triplete. Eso sí, fue el único con juvenil ingenuidad se quedó con Guido mientras contaban mis mugrosos verdes y arregló la salida de Antonini del Jorge Newery. Aunque por sus lances no llegó a la festichola en la Rosada del día siguiente.

Me enteré que aquí los citaron a él y a su papá. El problema es que no los encuentran en Venezuela. También me enteré que no los citaron ni a Espinoza de Enarsa, paganini del avión, ni a Uberti, que parece que consiguió los polizones del vuelo. Aquí, entre nosotras, las valijas compañeras, se rumorea que Uberti, el de las autopistas, estaba gestionando una autovía entre Caracas y Buenos Aires. ¡Oh tiempos de Fangio, Gálvez y Marimón con el turismo de carretera Buenos Aires-Caracas!

Antonini me dejó sola y siguió tranquilo su viaje a Montevideo, donde dice que tenía su verdadero negocio. Y yo… ¿qué hago sola acá? ¿Me deberé declarar culpable como hacen los Maiónica y los Kauffmann en Miami? ¿No podré entregar mi contenido y, chau, me dejen ir? ¿Nadie quiere ochocientos mil dólares? Lo peor, a mi asunto se lo llama el “valijagate”. Que suena como alguna actividad fisiológica coprolálica.

¡Es un quemo! Al final, ¿mi plata será de las FARC? © www.economiaparatodos.com.ar

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