2015: Un año fabuloso con las mejores fotos
” ¿Vas a postularte para algún cargo?“, pregunté aún sabiendo la respuesta. Cuando prueban la adrenalina del poder, difícilmente quieran alejarse de él.
“Sí, estoy analizando la cosa porque me gustaría ir por mi provincia”, respondió como si la pretensión tuviera coherencia. Aunque en rigor, la tenía sólo que era esa extraña “coherencia peronista”.
Sin asombro pretendí identificar al candidato con el cual se aliaría pues, la jurisprudencia, lo ubicó oportunamente de uno y otro lado según como viniese la mano. Claro, hablaba de analizar “la cosa” y temo que es así como conciben a la Argentina. Una cosa o un club social y deportivo barrial, nada más. Fui ingenua. La confesión fue rápida, sincera y sin vergüenza.
“Del que sea, depende las encuestas. El que gane me tiene“. Ahí di por finalizada la charla. Mi curiosidad recibió un tiro por la espalda. Años dedicada al análisis político tendrían que hab enseñado a callar cuando todo es obviedad y ausencia del bienestar general.
En la última década ni el preámbulo de la Constitución mantuvo vigencia. La violación de la república fue atroz, cotidiana y artera. Quizás pensando en este tipo de confesión es que Fukuyama habló de la muerte de las ideologías, aunque esta ambigüedad parece ser la ideología que signa la política nacional de nuestros días.
Da lo mismo quién triunfe en los comicios, no van por las ideas menos aún por aquel eufemismo que utilizan cuando dicen “patria”. Van por el kiosco propio, por el ego desmedido que les exige estar aunque no tengan nada para aportar.
A lo mejor es un modo de emular al pueblo que parece ir al cuarto oscuro regido por el bolsillo. Las semejanzas entre sociedad y dirigencia no suelen ser tan grandes como quisiéramos para evitarnos culpas y vergüenza. Es verdad que las generalizaciones son odiosas e injustas, ¡pero qué pocas son las excepciones a la regla!
Lo cierto es que en este contexto, en el marco de un país donde se evalúa el impacto de una fotografía y se deja de lado la película, el 2015 asoma como un año donde las imágenes serán decisivas. Una pena. Cuando maduremos para evaluar el todo y no las partes sueltas, quizás sean otras las expectativas y la postrer experiencia.
Hoy por hoy, hay más ganas que certeza de cambio en la política. No es el argentino un pueblo valiente que acepte los desafíos para llevar a cabo el gran cambio que le de un giro de 180 grados a la calidad de vida que llevamos. Si acaso detestamos la intromisión del Estado en nuestra economía, lo amamos si se disfraza de benefactor y nos “simplifica” el día a día.
Pero a la larga, lo gratis cotiza y hay que pagar caro la supuesta bonanza. Una metástasis de Estado sólo garantiza una permanencia: la del populismo y la pobreza. Los sondeos de opinión interpretan que la mayoría quiere cambios moderados. Mediocracia en su máxima expresión.
En la situación en que se halla la Argentina, las medias tintas no redimen, por el contrario suman y perpetúan el cambalache en que estamos. Es como si deseáramos que un enfermo de cáncer se cure un poquito no más. ¿Qué se gana de esa manera? El deseo debiera ser una cura total, absoluta, que conlleve la posibilidad de volver a vivir sin estar sometidos a tratamientos y pastillas.
Un problema: no hay en oferta ningún “médico” que quiera afrontar el costo de un ajuste que va más allá de la moneda. la gangrena avanza pero no se atreven a cortar la pierna. de no hacerlo se está a un paso de una septicemia.
La Argentina donde el político no evaluaba encuestas sino necesidades, y se preocupaba por saciar las demandas más que por la compañía de farándula y buenas máscaras. El abandono de la unidad básica y del comité, de la boina blanca y la justicia social parece haberse llevado también aquello que llamáramos “plataforma electoral”. No promesas sino proyectos con sustento, es decir con posibilidad cierta de poderse realizar, no solo deseos y buena voluntad.
Carlos Menem dejó en claro que el proselitismo no es siquiera un trailer de la película que luego han de protagonizar. Asumió y obró en contrapartida al discurso de campaña y hasta de las acciones típicas del peronismo que decía profesar. En rigor, Menem enseñó que el Justicialismo se redujo al “ismo” del actor que tiene el protagonismo.
Menem fue menemista. Duhalde duhaldista, y Kirchner kirchnerista. Del mismo modo, Daniel Scioli será sciolista y Sergio Massa massista. Es decir, todavía es un enigma lo que harán si llegasen a ganar.
Mauricio Macri es otro cantar, no porque ofrezca certeza de un cambio radical sino porque ha demostrado trabajar en equipo, más allá de su individualidad, y hay caras nuevas que pueden al menos sorprender (si claro, para mal o para bien) El riesgo inherente a la vida, lo es también a la política.
El misterio no se devela pero es dable admitir que hay signos que lo diferencian aunque sea en la forma y no en el fondo. Además no hay un Churchill, ni un De Gaulle, ni un Vaclav Havel postulándose.
Por lo dicho, empezamos un año de incertidumbre donde la batalla será a todo o nada, y la victoria que se festeje podría devenir en fracaso estrepitoso si únicamente se vota la imagen, las fotos de abrazos y elogios, y no el film de lo que han hecho para merecer encabezar un gobierno.
Depende de nosotros.
Lo que ellos nos mostrarán en los meses previos a la contienda electoral será maravilloso. Las sonrisas más blancas, las palabras más sabias, las mejores fotos… Casi como un perfil de red social donde todo es fabuloso pero en sentido literal…