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jueves 29 de mayo de 2008

Sin poder creerlo

Aunque el Gobierno no esté en condiciones de admitirlo, la crisis con el campo demostró que ya no es posible doblegar a la sociedad argentina con órdenes arbitrarias y caprichosas.

Hace más de 70 días, Néstor Kirchner dio una orden. El resto de aquella jornada continuó para el ex presidente en funciones como una más. Como aquella anotación en su diario que resumía lo que para Luis XIV había sido el 14 de julio de 1789: “Rien”, es decir, nada.

Hasta ese momento, Kirchner tenía un solo principio conocido, el de dar órdenes y esperar obediencia. Con esa idea gobernó Río Gallegos, Santa Cruz y la Argentina.

Sin embargo, esa vez algo ocurrió. La orden fue emitida, pero a ella no le siguió la obediencia, sino una formidable rebelión. El más importante sector económico de la Argentina decidió, lisa y llanamente, desoír la orden del señor.

Desde ese día, lo que ocurre en el gobierno es la estupefacción. Sencillamente, no pueden creer que semejante osadía haya sido cometida. No saben cómo manejar la extraordinaria novedad. Han apostado al tiempo, si bien el albur no les ha funcionado hasta ahora.

Han amenazado con la acción bélica de las fuerzas de choque en una recreación de una época cuya nostalgia parecen querer recrear. Esa extorsión tampoco funcionó: la sociedad rebelde le dobló la apuesta, casi rogándole a Luis D’Elía que fuera a Rosario para enseñarle lo que es bueno.

La especulación siguió con la esperanza de la división del frente agrícola y hasta con bajezas tales como dejar sin nafta a Santa Fe para que la gente no pudiera llegar al Monumento a la Bandera, en una acción que parece más salida de una inteligencia militar que de un gobierno con una opinión distinta.

Probaron con el disimulo de la invitación al diálogo, cuando se encontraron con el cachetazo del día siguiente a Almagro, lugar en el que, a pesar de lo que se quiere hacer creer, la palabra “campo” no fue mencionada ni siquiera una vez por la señora de Kirchner. Pero esa chicana tampoco funcionó porque el hueso de la base agraria parece ser más duro que todos aquellos huesos que Kirchner royó desde Río Gallegos hasta hoy.

Este conjunto de novedades ha dejado perplejos al ex presidente y a su esposa. Aquél no sabe hacer otra cosa que gritar más desaforadamente aun, porque, en realidad, cree que la desobediencia a su orden se debe a que no lo escucharon, no a que la gente la entendió perfectamente pero, aun así, no está dispuesta a seguirla. Y su esposa deambula entre la histeria y el palabrerío muchas veces incomprensible frente a la gravedad de las circunstancias.

Estamos entonces, frente a una crisis de negación. Kirchner se niega a aceptar que lo que está ocurriendo sea verdad porque lo que esta ocurriendo nunca le sucedió antes, con tanta persistencia y durante tanto tiempo.

Esta acostumbrado a “llevarse puesto” a todo el mundo por el simple ejercicio de la prepotencia. Y hoy en día se niega a aceptar que quienes para él son un conjunto “blandos” hayan decidido darle pelea hasta el final en el terreno que él prefiere: el de la fuerza.

Kirchner se equivocó en eso. La gente de campo no se parece en nada a la clase media de la Capital o incluso a los dueños de algunas hectáreas que viven en la Recoleta. La rebelión de hoy está protagonizada por gente bastante más curtida que esa y, de paso, bastante más curtida que él mismo y que las fuerzas de choque que en otras ocasiones han conseguido asustar a unos cuantos reclamadores urbanos. A esos rudos desafiantes de la Naturaleza no los va a echar atrás la fuerza de unos cuantos gritos mal pegados.

Aunque esta nota se escribe antes del 25 de mayo, no cabe duda de que el día que el gobierno eligió para transformarlo en un punto de inflexión se le ha convertido en un bumerang. La división que incentivó desde que llegó a la Casa Rosada tendrá una metafórica representación en Salta y en Rosario, en la más simbólica de las fechas patrias. Aunque es la menos importante en términos institucionales (el 25 de mayo de 1810 ni se declaró la Independencia ni se constituyó el país, hechos que ocurrieron el 9 de julio de 1816 y el 1 de mayo de 1853, respectivamente) esa fecha tiene para muchos un significado mayor que las otras dos. Es como si inconcientemente los argentinos la consideráramos la más “representativa” de nuestra idiosincrasia, siempre dividida entre dos aguas y siempre indecisa frente a la toma de posiciones.

La única forma de resolver este conflicto es que Néstor Kirchner, el presidente real de la Argentina, tome la decisión de aceptar la realidad: el principio rector de su forma de administrar (por no decir de vivir) ya no funciona; ha dejado de tener aplicación práctica. Ya no puede doblegar a los demás por el mero trámite de emitir una orden. Podrá resultarle a él increíble. Pero es así. Ya no logra imponer su voluntad por el simple hecho de pretenderlo. Ese tiempo se acabó. La sociedad, de la mano del sector productivo más importante del país, le ha dejado bien en claro que ni siquiera en el terreno de la fuerza bruta, donde antes reinaba sin competencia, puede imponer sus posturas.

Es comprensible que para alguien como Kirchner aceptar eso y admitir que ya no puede gobernar como antes es todo uno. Para la Argentina, en cambio, constituye un enorme paso adelante: el pasar de un estado en donde la suerte de las personas está en manos de un hombre a uno en donde ese hombre pasa a estar debajo de la ley. Algo que el mundo civilizado entendió hace 400 años y que nosotros pareciera que recién ahora empezamos a balbucear. © www.economiaparatodos.com.ar

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