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jueves 3 de julio de 2008

¿Autonomía…? ¡¡Jajajaja!!

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires no hace honor a su nombre: su soberanía es sólo una linda palabra con poca aplicación en la práctica.

El cambalache en que el kirchnerismo ha convertido al país ha quedado resumido en el circo de la Plaza del Congreso en donde, además de carpas con PlayStations y choripanes pagados por la sociedad, tenemos desfiles de inflables y arengas para que al “enemigo no se le dé ni agua”.

El gobierno de la ciudad intentó evitar la consumación de semejante esperpento por la vía de exigir el cumplimiento de la norma que requiere el pedido de autorización para el uso del espacio público. Allí quedó en evidencia el lastimoso papel institucional del distrito.

No me estoy refiriendo a Mauricio Macri. Me estoy refiriendo a la Ciudad de Buenos Aires y a sus vecinos.

Es evidente que la ciudad y su gente han querido vivir bajo el engaño de que éramos una jurisdicción con autonomía. Pero una vez más se ha cumplido aquel principio de que quienes quieren hacer ver como que solucionan un problema lo primero que deben hacer es crear algún ente con el nombre del problema.

La ciudad y sus vecinos venían con el “trauma” de su dependencia administrativa del gobierno nacional. Se armó, entonces, el gran simulacro que empezó, por supuesto, por ponerle al distrito el pomposo nombre de “Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.

Pero el gran truco de estos bautismos consiste, obviamente, en que el nombre oculte, por un lado, la verdadera continuidad del problema y, por el otro, que la gente crea que algo cambió cuando en realidad todo sigue igual o peor.

Los incidentes que ocurrieron con los funcionarios del gobierno local, cuando se apersonaron ante los usurpadores en la Plaza del Congreso, lo comprueban sin lugar a dudas.

La autonomía de Buenos Aires implica que a través de sus propias instituciones, la ciudad se puede dar sus propias normas. Pero cualquier entidad jurídica que al mismo tiempo no tenga los elementos necesarios como para trasmitir a las personas que teóricamente deben sujetarse a esas disposiciones, el “temor” de que si no las cumplen “algo” les pasará, pierde el poder real frente al conjunto social al cual pretenda hacer valer esas disposiciones. Si las personas saben que el gobierno "autónomo" en realidad no tiene ningún poder para hacer efectivas sus normas, estas se transformarán en un conjunto de disposiciones de cumplimiento voluntario, que la gente respetará si tiene ganas.

Los que diseñaron el actual esquema jurídico de Buenos Aires han sido unos verdaderos maestros de la simulación. Con Cafiero a la cabeza –el ariete que la corporación política usó para privar a la ciudad de soberanía sobre sus propias fuerzas del orden–, esa “Matrix” convirtió en una puesta en escena lo que había sido vendido como un proyecto de autonomía local.

Toda la gracia de un ente autonómico consiste en que pueda gobernarse según sus propias leyes. Pero si a ese ente se le reconoce entidad para dictar esas normas pero no se le da al mismo tiempo el manejo de las fuerzas del orden que puedan poner, por el uso del monopolio estatal de la fuerza, las cosas a derecho cuando el orden legal es desafiado, aquella autonomía "normativa" quedará reducida a la nada y la soberanía de todo el distrito será una ilusión.

Se trata solo de un par de líneas en una ley complementaria de aquella detrás de la cual fueron los ojos de todos (la de autonomía) pero en definitiva, esos dos rengloncitos han sido más poderosos que toda la romántica parafernalia que se le vendió a la sociedad. De hecho ese día, los autónomos inspectores de la autónoma ciudad fueron con las copias de sus autónomas leyes en sus autónomas manos y terminaron corridos a las trompadas y a las escupidas por un grupo que sabía que cuando llegara la hora de la verdad, la policía estaría de su lado porque no responde al gobierno "autónomo" de Buenos Aires.

De modo que si la policía local no logra aprobarse en la Legislatura o los vecinos de Buenos Aires no están dispuestos a bancarla, los futuros “Jefes” de gobierno deberían negarse a asumir hasta que este problema no se resuelva, porque el papel triste que hacen enarbolando papelitos inservibles frente a hordas que se les ríen en la cara es muy lamentable. © www.economiaparatodos.com.ar

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