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jueves 31 de julio de 2008

“Down to business”

Las expresiones idiomáticas revelan, muchas veces, diferencias culturales profundas que explican el destino de los pueblos.

El idioma inglés, esa notable manifestación verbal de la cultura práctica, tiene algunas expresiones que marcan justamente las diferencias culturales que nos separan de pueblos que enfocan sus energías a la concreción de las cosas y a la obtención de resultados efectivos por sobre la teorización o las alquimias filosóficas que pueden resultar muy sofisticadas pero que, al mismo tiempo, denotan una profunda incapacidad para lograr que las cosas se hagan.

Entre ellas, la expresión “down to business” es muy reveladora de una cultura que, si se quiere, se asume como “inferior” a la hora de elaborar alambicadas fórmulas de la felicidad, pero que, desde el punto de vista de los resultados, ha logrado que un mayor número de gente viva mejor bajo su influencia.

La palabra “down”, incluso, significa “abajo” o “hacia abajo”, lo que da la pauta de que, para ir a los “business”, es necesario “bajar”; bajar de la estratosfera de la impracticidad y concentrase en aquellas cuestiones que deciden resultados.

Cuesta traducir literalmente “down to business”. Es necesario echar mano de la interpretación para luego, usando muchas más palabras –desde luego–, llegar a la conclusión de que se trata de algo así como un llamado a dejar de lado el palabrerío y la teorización para identificar las cosas que “hacen al negocio”.

También hay que anotar que la palabra “business” tiene una connotación positiva en tanto se la relaciona con el hecho de estar ocupado. En castellano se podría decir que sigue la misma línea, en tanto “neg-ocio” significa la negación del ocio.

La sociedad argentina en general y el actual gobierno en particular tienen, evidentemente, un punto de discordia con este mundo práctico.

Gustosos de un barroquismo inútil los argentinos solemos soliloquiar con un conjunto importante de impracticidades. El gobierno de los Kirchner representa como pocos esa tendencia. En lugar de arremangarse y concentrarse en las cosas que “hacen al negocio” (entendido éste como la mejor administración de la cosa pública para expandir el bien generalizado), el gobierno se la pasa construyendo escenarios de conjuras y conspiraciones, internas y luchas antagónicas, épicas quijotescas que se hunden en la pérdida de tiempo y en la inutilidad.

La salida de Alberto Fernández y sus consecuencias son un ejemplo más de esa manera de ser. Los efectos de la renuncia del Jefe de Gabinete no se miden en términos de qué va a hacer Sergio Massa, qué calificaciones lo anteceden para hacer su trabajo o qué capacidad tiene para resolver problemas sino a quién responde, qué alianzas tejerá para "equilibrar" a De Vido, cómo se llevará con los Kirchner, etcétera.

Lo que ocurre es que en los gobiernos de la Argentina siempre ha importado más el poder que lo que puede hacerse con el ejercicio del poder. Es como si aquel famoso dibujito animado de He-Man quedara congelado en el momento en que el personaje levantaba la espada y decía “¡Por el poder de Greiscol!”. He-Man en la escena siguiente hacia algo con ese bendito poder, generalmente en el sentido del bien.

En la Argentina ese sucedáneo del poder –que es, precisamente, hacer algo con él– no existe, todo se limita a tenerlo y todo lo que se hace concluye en la tarea de su obtención. No hay “down to business”, una vez que se lo consiguió.

Es como si He-Man se dispusiera a guardarse la espada en algún incómodo lugar antes de intentar poner las cosas en orden, justamente, usándola.

Las “roscas”, las “operaciones”, el “derpo” –el lunfardo canchero de “el poder”, típicamente usado por los que “saben” cómo es “la cosa”– no existen en otras culturas. Son pérdidas de tiempo de café que no sirven para nada. Le restan energías al “down to business”.

Y aquí, si bien el gobierno de Kirchner ha llevado a momentos de clímax este jugueteo estéril con la inutilidad, la responsabilidad máxima es de la propia sociedad que vive encantada por esas estupideces.

Ni qué hablar de nosotros, los periodistas, que parece que somos unos desinformados si no estamos al tanto del último internismo del poder, aunque la realización de las cosas nos pasen de lado como Messi pasaba a los jugadores del Getafe. La prensa ha sido un retroalimentador de esta cultura de la masturbación.

¿Podremos salir alguna vez de esta impronta profundamente impráctica, llena de fabulaciones y escasa en efectividad? Depende de nosotros que de una vez por todas seamos –y exijamos que sean– “down to business”. © www.economiaparatodos.com.ar

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