La adolescencia es un momento clave en el desarrollo de toda persona. Es una etapa atravesada por múltiples crisis, es decir, caracterizada por un cambio, una evolución. En el libro “Las edades de la vida”, Romano Guardini sostiene que “la meta de esa evolución es distinguirse de los demás como Yo mismo; situarse como persona con libertad y responsabilidad; obtener un juicio propio sobre el mundo y una situación propia en él”. Pero qué difícil es obtener un juicio propio y una posición en una sociedad donde lo que prima es el consumo excesivo de todo tipo de estímulos, y la inmediatez de la información no deja espacio para procesar mensajes a los cuales se encuentran expuestos los adolescentes.

La sociedad posmoderna es una sociedad en la cual todo puede convertirse en objeto de consumo, y donde termina siendo más importante el consumo en sí mismo, que el objeto del que se trate. De esta manera, lo explica Gilles Lipovetsky en “La era del vacío”, hay una primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado. Y los adolescentes no son ajenos a esto. Sin ser conscientes de ello se convierten en receptáculo de todo tipo de información, que les llega de forma masiva e inmediata. Como ejemplo de esto, no es raro ver a un adolescente chatear con varias personas a la vez, mientras sigue algún programa de televisión o habla por teléfono. El ritmo vertiginoso en el que sucede un estímulo detrás de otro no permite procesar el contenido de lo que se transmite ni elaborar un criterio propio al cual aferrarse. Así se va filtrando todo tipo de propuestas confusas y contradictorias que dejan a los adolescentes en situación de mayor vulnerabilidad.

Es fundamental encontrar referentes que indiquen el camino a seguir y que brinden contención en medio de la vulnerabilidad. Los adolescentes tenderán naturalmente a buscar referentes en el mundo adulto, como un barco que busca la luz del faro que lo oriente en medio de la noche. Y a su vez el adulto tiene que ofrecerse como tal. Esto implica acompañar al adolescente en esta etapa que atraviesa, estar junto a él desde una profunda comprensión para contenerlo en lo que le está pasando, y a su vez poder tomar distancia para así iluminar esa situación desde la riqueza de su propia experiencia.

Es el adulto quien debe ser capaz de decodificar el gran caudal de información que reciben los adolescentes para ayudarlos a alcanzar una mayor comprensión del mundo. Y para que eso sea consistente, debe ser hecho desde la convicción de principios firmes. Sólo quien tenga convicción sobre lo que está transmitiendo va a poder ofrecer la base firme sobre la cual el adolescente necesita apoyarse en esta etapa de crisis. Esto conlleva estar preparado para la confrontación que éste buscará constantemente, como un modo de afirmarse a sí mismo.

Hoy en día muchos padres prefieren no confrontar con sus hijos, sin darse cuenta de que esto es necesario; de que es también la vivencia del límite lo que les da contención y seguridad. A su vez, eso debe ir acompañado de la encarnación de los valores que se pretende transmitir. La única forma de educar en los valores es a través del ejemplo, siendo cada uno un modelo de valores. El adolescente sólo encontrará un referente en quien pueda brindarle contención y guía, y a la vez se ofrezca como modelo a seguir.

Todo esto es mucho más difícil de sostener en este mundo carente de certezas, donde todo da lo mismo y el ritmo en el que vivimos no da tiempo a la reflexión y al encuentro con los propios valores. Cambiar esta actitud implica un arduo trabajo pero a la vez gratificante y necesario para contener a los adolescentes en su etapa de cambio. © www.economiaparatodos.com.ar