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lunes 13 de julio de 2009

¿Qué es más democrático?

Aunque no cumpla con el mandato previsto en la Constitución Nacional y esté incinerando a toda una sociedad, ¿ayuda a la democracia que el Gobierno continúe al frente de nuestros destinos?

Hacer un análisis político en la antesala de los anuncios que “cambiarán el rumbo” (valgan las comillas -en este caso más que en ningún otro- aunque han de abundar, sin duda, a lo largo de estás líneas porque significado y significante, en este contexto, no suelen corresponderse y las definiciones se han vaciado) es bastante delicado.

Hay un lenguaje de eufemismos dando vuelta, cuya peligrosidad posiblemente no se termina de advertir a conciencia y, sin embargo, es uno de los problemas más graves que tiene por estas épocas la Argentina.

“Cuando lo dicho no es lo que se quiere decir, cuando lo que se dice no es lo que se siente, cuando lo que se siente no es lo que se dice, y las palabras carecen de su verdad, la incomunicación y la hipocresía nos hacen parte de su tiempo y caemos en la anarquía”, sostenía Confucio. De allí que, en la supuesta semana del “diálogo”, que se vive casi como si fuera la semana de la dulzura, o alguna de esas otras fechas arbitrarias puestas por intereses sectoriales para crear una demanda aunque sea furtiva o netamente efímera, todo análisis político que se presuma serio debe tener sus reparos.

De pronto, en el escenario nacional, nadie es quien dice o parece ser. Ese es uno de los primeros obstáculos para poder definir qué está pasando. Todo lo esgrimido en los últimos días suena a viejo, a pasado. Es como si un tardío eco hubiese retumbado a destiempo. Convocar a todos (y todas) no es algo nuevo, y el concepto de “participación” que maneja el Ejecutivo es extraño a juzgar por los hechos. Por ejemplo: en la última elección ¿el pueblo participó o no? Tal vez lo haya hecho “muy poquito”, y por eso haya llegado con turbulencias el mensaje a la dirigencia…

Convengamos que la “jurisprudencia” en materia de conovocatorias nos hace prever que tanta oratoria y tan repentino “darse cuenta”, no es más que otra maniobra desesperada del matrimonio en desgracia para ganar tiempo y espacio.

No se trata de ser optimistas o “agoreros del mal” como dirían los oficialistas (los que quedan todavía mudando escritorios dentro de Balcarce 50), se trata de ser realistas. Y en ese trance se observa claramente que, el “estilo K”, que incluye la institucionalización de la mentira, el monologar para autoconvencerse de que las cosas andan de maravillas, y el largo trecho que va del dicho al hecho, impide confiar en quién pregona sin el ejemplo.

Escuchar a la Presidente hablar de ‘participación ciudadana’ cuando fue electa para ser candidata a la Presidencia en una “interna” de sobre mesa donde sólo había un único “elector”: su marido; es un desafío complicado para quienes se manejan con la coherencia entre el decir y el hacer, el ser y el parecer.

Por otra parte, quedarse en la superficie de lo que sucede no aporta demasiado, y hasta es posible que sume a la confusión generalizada en la que estamos. Al clima de “promesas” renovadas, se une un descrédito elevado, y cierto temor a una nueva manipulación que termine desestabilizando la mismísima tensión que reina en esta aparente calma que da el vivir en un suelo sin previsibilidad ni largo plazo.

El gabinete actual es tan similar al pasado que las diferencias se esfuman en sutilezas. Por otra parte, detenerse a analizar a los actores de reparto impide concentrarnos en los protagonistas que, en definitiva, son los que tienen más letra y preponderancia a lo largo de la obra que representan. No equivoquemos el foco del problema.

El país está literalmente paralizado, y la verdadera causa no es la pandemia de gripe A sino la incertidumbre que genera un gobierno que perdió el timón hace tiempo. El virus N1H1 es otro tema, aunque también haya llegado a esta geografía salpicado de tejes y destejes poco claros como todo lo que sucede generalmente, y a los que nos tiene acostumbrados la metodología kirchnerista.

Datos adulterados, una brecha inmensa entre lo que se le pide a la sociedad y lo que se hace dentro de la Casa Rosada donde, una asunción a un cargo sin ir más lejos, hace olvidar toda prevención que ellos mismos han venido predicando y que justifica hasta asuetos o feriados.

Asimismo, un tema sanitario en vez de generar mecanismos preventivos o paliativos rápidos y efectivos (ni hablar de políticas de Estado), viene a generar discrepancias dentro del gobierno para el cuál lo más importante es que no se sepa demasiado. Podemos decir sin temor a equivocarnos que se ha tratado el tema con la misma rigurosidad con que se tratan las mediciones de precios, salarios, pobreza, etc.

A horas de asumir, el ministro de Salud declaró todo lo contrario a lo que segundos atrás declaraba la Jefa de Estado. Y para rematarla, en una vuelta de tuerca, le provocan un repentino y sagaz cambio de figurita en un puesto clave para la manutensión de cierto poder: la caja de las obras sociales que acaba de pasar a manos de un adláter de Hugo Moyano. Eso sí, en Argentina tenemos “alternativa”, ¿cómo quejarnos? Irrumpen entonces en el escenario: Eduardo Duhalde y Luis Barrionuevo como garantía de freno. ¿Qué mejor contrapeso? (cabría en este espacio un “Glup” pero no es muy académico…)

No muchos países se dan el lujo de mantener a sus “próceres” para que los asfixien y después los “rescaten”. Observar que, la reforma y la renovación política, emerge de voces harto conocidas y hasta quizás vencidas, por ende no aptas para consumo, y contraindicadas por los efectos colaterales que deparan, es un tanto arriesgado.

Pero lo cierto es que en esas manos estamos. La pregunta final cuya respuesta me reservo para beneficio de mi integridad física y moral, apunta a desentrañar si acaso es democrático que un gobierno continúe en su cargo -aunque no haya cumplido el mandato previsto en la Constitución Nacional-, cuando está incinerando a toda una sociedad.

Se dirá que el interrogante es “golpista” o “de facto” pero en rigor de verdad, no es la pregunta sino la respuesta a la que se podría juzgar. Pregunto entonces: ¿Cuándo observamos a un criminal asesinando a una familia, lo dejamos terminar o buscamos el modo de pararlo para tratar de rescatar al menos algo?

A esta altura, resulta muy difícil entender hasta qué punto la permanencia de una sociedad política conyugal como la que está, supuestamente gobernando es realmente un derivado de sistema o régimen democrático aunque, hace unos días, hayamos votado.

Raúl Alfonsín, a quien se llamó incluso “padre de la democracia” cuando dejó este mundo, debió irse de la presidencia antes de cumplir el mandato. Nadie lo tildó de antidemocrático ni se habló de golpismo o caos.

Si acaso la Presidente o su cónyuge ya no saben cómo se maneja el país del que se han despreocupado hace rato para atender sus intereses particulares, ¿no es lícito que den un paso al costado? Desde luego no puede pedírsele peras al olmo, de manera tal que la metodología sería distinta a la que utilizara el líder radical a fines de los ochenta, pero en una de esas es mejor -y hasta más serio y democrático-, una transición a destiempo que un incendio cuya magnitud no estamos en condiciones de suponer siquiera. Ni tenemos demasiadas herramientas para asegurar que no se cobre más víctimas de las que ya se ha cobrado, y sigue cobrándose, aunque sólo estemos en presencia de la primera humareda. © www.economiaparatodos.com.ar

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