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lunes 15 de marzo de 2010

¡Que no se vayan todos…!

La oposición ambiciona el poder y quiere protagonismo, pero ninguno de sus integrantes está seguro de querer tomar el timón de un barco que se hunde.

Para cualquier espectador medianamente desprevenido, la semana que pasó podría ser considerada como tumultosa en lo que respecta al escenario político. Sin embargo, y a pesar de las “victorias” y “derrotas”, tan efímeras las unas como las otras, nada se ha alterado sustancialmente. En rigor, no han variado los problemas que afectan la vida diaria de los ciudadanos. Es más, esos problemas, nuevamente, volvieron a quedar de lado.

Ni la inseguridad, ni la inflación, ni el desempleo han sido temas de debate ni mucho menos aflora en el horizonte políticas concretas capaces de revertir alguno de esos males. La violencia sigue cobrándose víctimas sin que interese en demasía si las mismas habitan countries o villas, los precios oscilan entre la “lógica” de cierta especulación y el “deja vu” de una administración cegada en la búsqueda de culpables, golpistas y personajes capaces de convertirse, de la noche a la mañana, en macabros estrategas de una destitución que sólo halla sostén en la saliva y la oración.

El Congreso de la Nación es el teatro donde se centra la noticia: ¿Treinta y siete senadores son o no son mayoría? Lo serán un día, dejarán de serlo al otro. Así, al menos, lo explican los mismos protagonistas. Oscilan. Lo grave de la situación no es la diferencia ideológica que debiera celebrarse si acaso hubiera democracia en la Argentina, sino la fragilidad moral y la crisis de principios en que se erigen sus conductas y valores. Algunos de ellos, han dejado de ser representantes de su provincia, se auto-representan, son apenas mercancía.

Las negociaciones no pasan por ideas ni convicciones sino por costos, aprietes y favores. ¿Cuánto cuesta una banca vacía? Depende de la hora y del día. La ingenuidad, la astucia, los acuerdos y hasta el concepto de bloque son palabras vacías. Nadie esta seguro de nada en la Argentina.

La oposición es una anatema, un eufemismo de impotencia frente a una hegemonía que se debilita a sí misma. El hartazgo de la sociedad es tan mediocre como lo es el ‘modus operandi’ de la clase política. La mismísima jefa de Estado enfrenta a todos aquellos que no piensen como ella, pero nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que piensa. Todo tambalea y se escucha hablar de destitución, del adelantamiento electoral, de una huída anticipada sin que haya pruebas de nada. Oratorias sin argumentos generan un clima de ansiedad y desconcierto poco afable a una gestión que pretende perpetuarse hasta el 2020, pero al unísono sirven a un fin superior: la distracción.

Semanas enteras, desde que se inciara el año, hablando de las reservas, de Martín Redrado, de Marcó del Pont, del Banco Central, de los bonistas, de las deudas, del color parlamentario… Temas todos ajenos al común de los argentinos que sólo saben del esfuerzo inútil, el trabajo que peligra y la heladera que ya no llenan. Asuntos que no definen un proyecto de país ni mucho menos un futuro viable donde realizarse. La brecha entre ciudadanía y política se agiganta de esta manera.

El cansancio de la confrontación toca de forma directa al gobierno pero roza a toda la dirigencia. Se está a un paso del viejo slogan que condujo, paradójicamente, a este ‘ahora’. “Qué se vayan todos”: Una fórmula peligrosa para una sociedad que observa como se pelean quienes debieran rendir cuentas. Las mismas caras, la misma indiferencia. La clase media, que sigue como una telenovela esta comedia, descree de cada palabra que esbozan los protagonistas. Entonces se especula con un final de mandato y la versión eriza, en apariencia, al matrimonio que, si bien se mira, es ni más menos que aquel que origina y fomenta el comentario. Los Kirchner necesitan que se dude de su continuidad para hacer del rumor el correlato de lo que está pasando.

“A mar revuelto, ganancia de pescadores”. Y es Néstor Kirchner el único que está con caña en mano. Conoce a pie juntillas las encuestas, sabe que su imagen no tiene retorno pero ello no es obstáculo para asegurarse impunidad. No pretende la Presidencia. ¿Para qué peretenderla si hoy que no la tiene, la ejerce sin problema? El papel de titiritero le sienta y, guste o no, blanqueado el tema u opacado en un laberinto jurídico-parlamentario, llenó la caja con reservas.

El ‘gobierno de caja’ que se instauró cuando llegaron los Kirchner al gobierno es el que sigue rindiendo. Las evidencias son obvias. Del otro lado, la impotencia y la pelea interna no facilitan el cambio. Todos quieren la portada de los diarios pero ninguno es contundente a la hora de proponer una salida a todo esto.

La “oposición” no se equivoca cuando cree que su misión es limitar al gobierno, pero tampoco se equivoca el gobierno cuando sostiene que la “oposición” es un rejunte maniqueo. La disyuntiva para ellos es compleja: si juegan con las mismas armas dejan de ser políticos de la democracia. Si operan por derecha, como se dice vulgarmente, “los acuestan”. No está pues la respuesta.

En este desorden de cosas, las hojas del almanaque caen irremediablemente. Nadie lo advierte posiblemente, pero esa caída es festejada día tras día en Balcarce 50 y a ella apuestan todas las fichas. Ya se han ido tres meses discutiendo la cuadratura del círculo, apuestan a que pasen muchos más con temas de una envergadura similar: trascendentes para las noticias pero ajenos, muy ajenos al pueblo que no entiende.

Con la caja reciclada no compran imagen positiva en la ciudadanía pero se acercan al magro precio de un candidato capaz de representarlos en la próxima elección. La orfandad social en ese sentido es casi total. ¿Quién “enamora” hoy a la gente? La respuesta no está o no la ofrecen desde el arco opositor. La ambición existe en todos probablemente, pero ninguno está seguro de querer tomar el timón de un barco que se hunde.

Las ganas e intenciones no son suficientes y el internismo pone freno a la definción. En ese vacío del desconcierto es fácil advertir quién baraja las cartas buscando posicionar un as en la manga. Por si no quedase suficientemente claro, el personaje en cuestión tiene el mismo apellido que la presidenta de la Nación. © www.economiaparatodos.com.ar

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