Cuando era chico e iba al colegio mis maestros me enseñaban que Argentina era rica porque tenía la pampa húmeda, petróleo, una amplia plataforma marítima, ríos caudalosos, etc.
En su paso por Alemania, Cristina Fernández invitó a los empresarios alemanes a invertir en Latinoamérica en general y en Argentina en particular porque, según la presidente, en la región se encuentra el 15 por ciento del petróleo del planeta, el 43 por ciento del cobre y el 46 por ciento del agua potable. Al leer esta frase recordé lo que me enseñaban en el colegio: éramos un país rico porque teníamos todos esos recursos naturales. Claro, con el tiempo y habiendo estudiado economía advertí que lo que me enseñaron en el colegio estaba mal. Lo que mis maestros me mostraban como riqueza no era tal cosa, eran solo recursos naturales y éstos por sí solos no se transforman en riqueza. Para que ello ocurra alguien tiene que estar dispuesto a destinar trabajo y capital para extraer el petróleo, la pesca, sembrar los campos, etc.
Ahora bien, ese error conceptual de mis maestros creo que se ha impregnado en la población argentina. Creemos que somos ricos porque disponemos de recursos naturales y, por lo tanto, todo se limita a un problema de una equitativa o justa distribución del ingreso.
Esta confusión entre riqueza y recursos naturales nos ha llevado a adoptar políticas públicas que desestimulan la inversión y estimulan la lucha por la distribución del ingreso. Se creado una cultura de la dádiva por la cual todos se sienten con derecho a participar de una riqueza que no existe. Y, para colmo, de la escasa riqueza que generamos, mucha gente se siente con derecho a recibir una parte de la misma sin haber hecho el esfuerzo por merecer ese ingreso. Vivir a costa de nuestros semejantes se ha transformado en la regla de juego básica de la Argentina. Y esa regla de juego se ha traducido en un extendido populismo que ha calado hondo en la población y en buena parte de la dirigencia política.
Gobierno tras gobierno han hecho de la distribución de la riqueza la base de sus discursos políticos y, lo peor, es que lo han llevado a la práctica a través de un sistema impositivo confiscatorio, el flagelo de la inflación, la destrucción monetaria, la confiscación de ahorros, regulaciones asfixiantes y demás medidas intervencionistas y estatistas. El resultado es que los recursos naturales están pero la riqueza sigue sin aparecer. No es casualidad que cada 7 años promedio caigamos en una tremenda crisis inflacionaria, confiscatoria, con devaluaciones y estallidos de pobreza. Es que continuamente se busca la forma de cumplir con las promesas populistas y, por un tiempo se financian consumiendo capital, ahorros y con inflación hasta que el sistema entra en tensiones y se produce un nuevo estallido económico.
Para colmo, tanta arbitrariedad en las reglas de juego ha hecho desaparecer el ahorro de la economía argentina con lo cual no hay posibilidad de financiar el crecimiento, porque siempre es bueno recordar, el ahorro es la contracara del crédito. Sin ahorro no hay crédito. Así de sencillo. Y sin crédito no hay proyecto de producción de largo plazo. Se vive al día.
De lo anterior surge que el problema económico argentino tiene como base fundamental un serio problema cultural, entendiendo por problema cultural el pretender vivir sin producir o vivir a costa de lo que produce el otro u obtener ganancias sin competir. Todos pretenden que el Estado los bendiga transfiriéndoles ingresos y patrimonios de terceros, por lo tanto, de esa cultura de vivir a costa de otro no puede surgir otra cosa que un conflicto social permanente y recurrentes crisis económicas.
¿Qué futuro económico puede tener un país en que el éxito es castigado y la holgazanería y la extorsión son premiadas? Su futuro no puede ser otro que el de la pobreza, la indigencia, el populismo y pseudodemocracias que aprovechan esa cultura de vivir a costa del otro para gritar desde las tribunas políticas sus promesas de justicia social y equidad distributiva. Quiero decir, buena parte de la dirigencia política se ha encargado de exacerbar esa conducta destructiva y muchos colegas economistas han terminado implementado políticas económicas para satisfacer la oferta populista de los dirigentes políticos. Esos mismos economistas que hoy uno ve por televisión dictando cátedra de cómo se resuelve el problema que va a dejar el kirchnerismo. Los mismos economistas que fueron partícipes de este gobierno y de otros que literalmente dinamitaron la economía argentina. Algunos economistas lo hicieron por ignorancia y otros porque siempre es bueno estar cerca del próximo posible gobernante dado que en un país prebendario como el nuestro más de un empresario está dispuesto a contratar a esos potenciales ministros de economía para que, llegado el momento, le firmen alguna resolución que les permita obtener rentas no surgidas del mercado. Como podrá observar el lector, el párrafo anterior muestra que no tengo inclinaciones corporativas en defensa de mi profesión. Como en todas las profesiones hay buenos y malos economistas. Honestos y deshonestos. Y la profesión de economista no escapa a las generales de la ley.
El gran desafío que tenemos por delante es que los populistas corren con la ventaja que es más fácil convencer a la gente que es pobre porque otro es rico, que estar explicando que es pobre porque al no haber reglas de juego estables y eficientes no hay inversiones, al no haber inversiones no hay nuevos puestos de trabajo y el salario real no puede crecer porque la productividad de la economía no aumenta. Como se ve, explicar el largo camino del crecimiento es mucho más complicado que el de decir Ud. es pobre porque el otro aumenta los precios, gana mucho o lo explota. Es más fácil atizar la llama de la envidia que estimular la virtud del trabajo.
Ese es, en definitiva, el gran desafío de la Argentina para lograr el camino del crecimiento. Hacerle comprender a la gente que quienes le prometen la justicia social y la equidad distributiva los van a hundir más en la pobreza.
La lucha es muy despareja, porque mientras unos prometen, en nombre de la justicia social, la felicidad de repartir la riqueza (que no existe) los otros solo podemos ofrecer un largo camino de respeto por los derechos de propiedad, seguridad jurídica, estabilidad de precios, disciplina fiscal y monetaria y mucha competencia para estimular las inversiones para crear trabajo y que cada uno puede prosperar en base a su esfuerzo personal. © www.economiaparatodos.com.ar |