La trampa detrás de las primarias
La ciudadanía que, con todos sus defectos, fue coherente al pedir unidad para enfrentar el poder hegemónico de los K no obtuvo respuesta por parte de la oposición: el resultado electoral está a la vista.
Desde que Raúl Alfonsín resultó electo en 1983, se ha escuchado decir que a una votación –por ser parte inherente de la democracia– debe vivírsela como una fiesta. Desde entonces, cada acto electivo fue una incesante reiteración de esa premisa. Las últimas internas primarias, simultáneas y obligatorias no escaparon a la regla. Sin embargo, las consecuencias que éstas arrojaron no dejan que se halle mucho digno de ser celebrado. Y no se trata de ningún recelo por haber sufragado “en contra de…”, o por los anuncios de aumentos en los precios inmediatamente posteriores. Se trata, sin eufemismos, del escenario que se planteó horas, días después del sufragio. El último domingo apenas había que limitarse a optar por alguno de los candidatos preestablecidos de antemano en el seno de los partidos. Además si nos adentramos a analizar cómo, en esas circunstancias, se los ha elegido, se verá que nada hubo de democrático en el proceso. La “metodología del dedo” data de otros tiempos en donde no se consideraba, precisamente, soberano al pueblo. Paradojas de un país donde lo normal no es lo común, lo anormal es habitual, y viceversa. El sólo pensar que Cristina Fernández resultara candidata por haber enviudado en el trayecto, suena poco serio. De la misma manera sucede con Ricardo Alfonsín, quien de no haber fallecido su padre, jamás habría estado encabezando una lista para intentar convertirse en Jefe de Estado. Recordemos que alguna vez, fuera Julio César Cobos quién no se dudaba que ocupara ese papel. Pero más allá de estos datos que hasta pueden considerarse anecdóticos, hay consecuencias que impiden vivir estas supuestas internas como una fiesta. En primer lugar, no cabe festejar la crisis letal de los partidos políticos que impiden una democracia sana en todo sentido. A su vez, estas trenzas, idas y vueltas de los candidatos malheridos tras los comicios, parece una afrenta a la ciudadanía que, con todos sus defectos, al menos, fue coherente al pedir unidad para enfrentar el poder hegemónico de los K. Al no haber respuesta, hete aquí las consecuencias. Ni las actuales ni las viejas disputas internas aportan un ápice a equilibrar la independencia y el sistema. ¿Por qué no unirse como solicita gran parte de la sociedad? Sencillamente porque todos aspiran al sillón y al cetro. Cualquier otro despacho no genera atractivo. Es decir, la Patria no es el fin, quizás apenas sea un medio. Al margen o no tanto, si algo, lamentablemente, ha logrado y consolidado el kirchnerismo, ha sido la división de los argentinos. Era impensable que se abrieran, arbitrariamente y con fines políticos, heridas de viejas batallas, volviendo a recrearlas. Asimismo retornaron bandos que una creía obsoletos y anticuados. De la noche a la mañana, nos hallamos hablando y discutiendo derechas e izquierdas sin demasiado fundamento. Hoy, todavía no está muy claro quién se sitúa en uno u otro lado. Este afán por etiquetarnos condujo, inevitablemente, a enfrentamientos vanos pero capaces de generar escisiones sociales, y hasta familiares en el peor de los casos. Vimos o vivimos, nuevamente, la puja entre civiles y militares; entre unitarios y federales, y en todo momento estuvo y está presente la disyuntiva entre civilización y barbarie. En ese trance, los días patrios perdieron sus tradiciones. Los usos y costumbres se apagaron para dejar espacio a discursos venales, desvirtuando vidas ilustres, y reemplazando próceres por peculiares “revolucionarios”. Se opacó todo vestigio de tradición. Los feriados conmemorativos se cambiaron a favor del turismo. Se puso en tela de juicio hasta la sexualidad de héroes que hicieron de la Argentina una Patria inmensa por sus riquezas naturales, el trabajo de sus habitantes, y los frutos del campo. Ahora, pasadas las mentadas primarias, hemos vuelto a caer en otra de esas trampas. Dividieron a la ciudadanía en dos medios: 50 y 50%. Generalidades más que cifras científicamente comprobables. En las redes sociales, en conversaciones de sobremesa, y hasta en declaraciones abiertas, se observa a simple vista el resurgir de nuevos contrarios. La intolerancia otra vez en el escenario. Se oyen advertencias hacia determinados sectores, que alguna vez pidieron apoyo en protestas, y ahora parecen haber regresado al conformismo de la dádiva, el subsidio, y el falso paternalismo del Estado. Se inaugura pues, otra contienda: la ciudad versus el campo. ¿Quién gana y quién pierde? ¿A quién favorece la irrupción de nuevos clanes? El oficialismo lo ha logrado. Así, quienes se sienten defraudados por el voto oficialista en los sitios con mayor actividad agropecuaria, claman ahora por retenciones que castiguen a los “traidores”. Aquellos “piqueteros de la abundancia”, bautizados así por el ex mandatario, pasan de repente a ser desdeñados por la clase media urbana. Sin embargo, esta tampoco está libre de culpa y cargo. Como una caza de brujas extraña, se desata la búsqueda de aquellos que habiendo votado a Cristina, no quieren confesarlo. Desde traidores hasta felpudos y rastreros se los está llamado, tras constatarse la dirección de sus sufragios. Sin embargo, habrá entre los sectores agropecuarios así como entre la clase media y los habitantes de villas miseria, quienes no avalaron al gobierno pero como la identificación es imposible, retorna la generalización como el más injusto y tedioso de los límites divisorios. De allí a un “todos contra todos” hay un paso corto. En este contexto, las verdaderas elecciones, que tienen lugar en octubre próximo, encuentran a la Argentina más escindida que nunca, los habitantes enfrentados con los propios vecinos, dudando si acaso obran acorde a sus dichos, usan máscara o engañan. Nadie se salva de la mirada inquisidora. Hay bronca, angustia y resentimiento. ¿Uno de cada dos argentinos votó al kirchnerismo? Ya no importa. No ha habido denuncias de fraude concretas, con pruebas ante la Justicia. No sirven las experiencias personales que se narran en diversos espacios aunque ayuden a hacer catarsis, o a entender un poco más lo que ha pasado. Lo cierto es que quienes difieren en sus pensamientos, parecen sabuesos buscando al emisor del ya conocido “voto vergüenza” o voto socialmente secreto, incorrecto digamos. Claro que toda elección -aunque se trate de una encuesta apenas-, encuentra siempre opiniones diversas, pero esta vez todo parece indicar que esta nueva dispersión de la sociedad no fue casual sino pergeñada de antemano, y lograda bajo la excusa de internas (inútiles porque ya se había optado), cerradas desde el vamos, simultáneas (sólo por la arbitrariedad del calendario), y obligatorias porque sino, muchos ciudadanos se hubieran percatado de la trampa, y no habrían emitido un manipulado y confuso sufragio. En lugar de sumar, nuevamente se ha restado. Siempre habrá vencedores y vencidos. La persecución o la rabia de unos contra otros no aportan cuando los hechos ya se han consumado. Quedan, sin embargo, los comicios de Octubre. De insistir en estas conductas infantiles y emocionales, más que lógicas y racionales, volverá a ganar el kirchnerismo no sólo las elecciones, sino su objetivo de diezmar aún más al pueblo argentino. Para los opositores, vencidos, tal vez ése sea el mayor compromiso y desafío. © www.economiaparatodos.com.ar |