Los dueños de la soberbia son varios
Moyano habla con la simpleza de la calle. Dice las cosas sin rodeos y sin anestesia. Le pidió a la presidente que termine con su soberbia y que deje de creer que lo sabe todo. El resto del contenido del discurso del jefe de la CGT ha sido más o menos decorativo; con chicanas, indirectas y sarcasmoS; como el discurso público se ha formateado en la Argentina de la última década. Estamos ya acostumbrados a eso.Pero lo central, más allá de la cuestión puntual que afecta impositivamente a los trabajadores en relación de dependencia, fue su pedido al abandono de la soberbia y la altanería. Es la parte en la que coincide la enorme mayoría social. La Presidente aburrió a todo el mundo con su tono doctoral para abordar prácticamente cualquier rama de la sabiduría humana. A esa altivez se suma, la mayoría de las veces, un enorme desconocimiento de los temas sobre los que hace alarde, especialmente cuando ingresa en áreas económicas.
Ayer contó -en su larga exposición en Cadena Nacional, a la que nos referimos también en la columna del día- que cuando relataba a sus colegas jefes de Estado europeos que los cierres de las paritarias nacionales no se hacían por menos del 20% de ajuste, éstos “no lo podían creer”, con el tono de satisfacción que trasunta todo aquel que cuenta un éxito cuando es reconocido por terceros.
Pero el enfatizado “no lo podían creer” de la presidente daba a entender una enorme confusión económica de la jefa del Estado. La incredulidad europea radica en que, efectivamente, esas cifras son estrafalarias para cualquier país civilizado. Una tasa de inflación normal y adecuada a un crecimiento económico usual aceptaría negociaciones por salarios de alrededor de 3, 4 o a lo sumo 5% de ajustes. Veinte por ciento son cifras marcianas para un país relativamente viable.
Que la presidenta crea que aquel comentario de sus colegas (“no lo podían creer”) tenía una connotación positiva, y hasta de admiración, da una pauta bastante firme de lo lejos que esta la Sra. de Kirchner de entender los rudimentos más básicos de la economía. Eso para alguien que confiesa concentrar todas las decisiones económicas es gravísimo.
Esa soberbia es la que Moyano pide eliminar. Él por supuesto debería eliminar la suya. Gran parte de los pasajes de su discurso fueron completamente inconsistentes con el objetivo de que los trabajadores vivan mejor.
Defender, por ejemplo, una economía “nacionalizada”, manejada por empresas del Estado, (como hizo Moyano hoy) genera el germen de la corrupción, del clientelismo, de la colocación de acólitos, y de la necesidad cada vez mayor de quedarse con enormes porciones de la renta nacional (esto es, el ingreso de los trabajadores) para sostener toda esa estructura, que encima es por demás ineficiente e improductiva. Moyano también debería agregar algo de conocimiento a su sentido común básico.
Moyano, como decíamos, tuvo otros pasajes más “costumbristas” en su discurso. Ironizó sobre los derechos humanos y los “exilios” provocados por la década del ’70. Pero esas son decoraciones. Sirven para alimentar una esgrima inútil y hueca con la que se florean adversarios parecidos. Hoy, el jefe de la CGT es un canal de queja y hartazgo para una parte de la sociedad que no ve en ningún otro la capacidad de generarle una molestia seria a la presidente. Y la presidente ha generado -ella sola- las condiciones para que mucha gente desee que alguien la moleste. Es tanta la irritación que causa en algunos sectores que muchos de ellos no alcanzan a ver qué Moyano no está peleando por la democracia clásica, por la división de poderes, por la libertad y por las instituciones de la Constitución. Moyano lucha por un perfil de poder corporativo en donde la sartén por el mango la tenga él. Hoy vocifera su queja porque, al menos, parte de ese mango lo tiene otro (u otra, en este caso). Pero a él no lo motiva el perfil de un país abierto, en donde las personas individuales sean más importantes que las organizaciones. Su modelo coincide básicamente con el de la presidente: una sociedad regimentada al mando de alguien. Moyano discute quién es ese alguien; no el modelo que puso a un mandamás en el sitial de un General.
Fuente: Mira quien habla (Argentina)